Opinión

María Carreiro y Cándido López | Profesores e investigadores en la Escuela de Arquitectura de la Universidade da Coruña

La Rosaleda: un jardín emblemático

La Rosaleda, en los jardines de Méndez Núñez, ayer. |   // LOC

La Rosaleda, en los jardines de Méndez Núñez, ayer. | // LOC / María Carreiro y Cándido López Profesores e investigadores en la Escuela de Arquitectura de la Universidade da Coruña

En uno de los vértices de la plaza de Ourense se encuentra un jardín de indudable valor: la Rosaleda. El lugar atesora las huellas de sucesivas intervenciones a lo largo del tiempo. De inicio, la disposición del Fuerte del Malvecín, que conformaba uno de los extremos del defensivo frente de tierra —actual calle Juana de Vega—. Más tarde, el soporte para la Batería de Salvas, una construcción militar que dará nombre al actual muelle portuario de Batería. Y ya a principios del siglo XX, el lugar de emplazamiento de una pieza escultórica con la que la ciudad homenajeó a uno de sus próceres, Aureliano Linares Rivas: un pedestal pétreo sobre el que se yergue una estatua en bronce del político, coronada con una rama de laurel sostenida por una mujer, y protegido en su base con un parterre delimitado por un poyete de piedra.

A modo de interludio, diremos que a finales del XIX, Jules Gravereaux crea en una pequeña localidad francesa un jardín en el que la rosa constituye la única especie de decoración vegetal, por lo que se considera la primera rosaleda del mundo. Este jardín se popularizó de tal manera que, en 1905, Nicolás Forestier lo incorpora en el Bois de Boulogne. Una década después, Cecilio Rodríguez, jardinero mayor de la villa, diseña la Rosaleda en el parque del Retiro de Madrid. Una moda que parece extenderse a provincias en la primera década del siglo XX.

En el entorno del conjunto escultórico dedicado a Linares Rivas, en A Coruña, también se formalizará una rosaleda, alargando los jardines de Méndez Núñez hasta alcanzar la plaza de Ourense. Desde entonces, ese singular espacio, parte de la memoria colectiva coruñesa, se ha configurado como un referente urbano.

Contextualizaremos su estado actual reseñando las propuestas e intervenciones de las dos últimas décadas. En 2005, el Gobierno municipal se plantea rehabilitar los jardines de Méndez Núñez, incluida la Rosaleda, tras detectar en ella múltiples carencias: los caminos son de tierra y barro, con charcos; el monumento a Linares Rivas ha sido bombardeado con excrementos de aves; los bancos, recolocados, actúan como improvisadas camas; y se aprecian, esparcidos por el suelo, los restos de las juergas nocturnas.

Siete años más tarde, en 2012, dichos jardines se someterán a un lavado de cara medioambiental. Entre las acciones planteadas destaca una que afecta a la Rosaleda: la elaboración de un informe para conocer “su situación real” y “ver qué soluciones se pueden adoptar para mejorar su aspecto”. El deterioro observado lleva a convocar un concurso para su rehabilitación. El proyecto ganador, conocido en 2014, planteaba una intervención profunda sobre las plantas del jardín y otra relativamente más superficial sobre el resto del espacio. Sin embargo, el Ejecutivo local entrante en las elecciones de 2015, que la considera una reforma de mejora estética, la pospone para el año siguiente. Alternativamente, encarga obras más modestas a la empresa encargada del mantenimiento de los jardines históricos —un contrato que rescindiría en 2018—. El jardín continúa degradándose. En 2019, el actual Gobierno local promete un plan director para rehabilitar los jardines de Méndez Núñez supeditando las reformas a la supresión del botellón.

Se ha de esperar a 2021 para que la Rosaleda muestre una nueva cara, retomando para su diseño las fotos de hace 50 años. Se mantienen algunos de los ejemplares más viejos al mismo tiempo que se incorporan nuevas variedades. En esta operación se optó por modificar la morfología de las plantas, sustituyendo los rosales gallegos de pie alto, por otros ejemplares más bajos, incorporándose más de veinte tipos de rosas diferentes. Dos carteles grandes en los extremos del jardín muestran el tipo de especie, su nombre y una foto. Otra novedad es la mayor preponderancia otorgada a las plantas aromáticas. Asimismo, los arcos metálicos se tratan contra el óxido y se pintan, y se coloca grava en las sendas. Por fin, se abre al público el sábado, 5 de junio, con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente. Sin duda, una loable intervención.

Permítasenos un segundo interludio. La Carta de Florencia de 1981, relativa a la salvaguardia de los jardines históricos y adoptada por el Icomos en 1982, aborda la importancia del mantenimiento y conservación de lugares. Entre otras consideraciones establece que la conservación del material vegetal requiere de operaciones continuas, tanto de reposiciones concretas como de renovaciones periódicas dentro de un programa a largo plazo; que la elección de las especies de árboles, arbustos, plantas y flores ha de realizarse considerando los usos establecidos y aceptados en cada zona botánica y hortícola, con el objetivo de identificar las especies originales y preservarlas; que los elementos de arquitectura, escultura y decoración no deben ser retirados o desplazados más que en la medida que lo exija su conservación; y que el entorno del jardín histórico ha de ser el apropiado.

Transcurridos tres años, poco queda del jardín inaugurado aquel 5 de junio. Si bien han continuado creciendo las ocho palmeras de su octógono central —una de ellas tiene el honor de ser la planta ornamental más alta de los jardines— han menguado significativamente, hasta casi desaparecer, las rosas de los ocho parterres del recinto. Se han deteriorado las arquerías metálicas de los accesos al jardín, junto con la pavimentación de las sendas y el espacio central. Se aprecia el empobrecimiento del mobiliario urbano, la depreciación funcional por un uso indebido, y la agresividad del entorno, un ámbito que soporta un elevado volumen de tráfico. La Rosaleda ha devenido en una pradería verde, en una zona casi residual.

El escritor romántico francés Alfred de Musset escribió que lo realmente importante no es llegar a la cima, sino saber mantenerse en ella. Es un hecho que innovar y mantener son dos caras de la misma moneda. Si innovar conlleva la creación de algo nuevo rompiendo moldes, mantener implica conservar el funcionamiento de lo que ya existe adaptándose al contexto cambiante. El descuido en el mantenimiento de una de las señas de identidad de la ciudad es, sin duda, el reflejo de lo que acontece en estos tiempos. La Rosaleda, un jardín emblemático, un relevante nodo en la estructura urbana, lanza un grito de socorro. ¿Acudiremos?