Opinión

Alberto Barciela

Manual de derrota

Lo espontáneo suele vencer a las estrategias mejor concebidas, es lo caliente contra lo frío, lo pasional frente a lo racional, la improvisación sobre la estructuración, la guerrilla frente a los astutos generales, la fuerza de la debilidad contra la debilidad de la fuerza, Caín contra Abel, el Gobierno de Israel contra Hamás, la legalidad contra el terrorismo, con daños colaterales que han destrozado con las razones y sinrazones a los inocentes, a las víctimas, a los que padecemos la prepotencia de los unos y la sinrazón de los otros...

Las derrotas se dibujan con tachaduras negras, rápidas, inmisericordes. Las victorias requieren la reproducción pausada del retrato, con medallas abundantes de mérito individual, egoísta, mitificable, transmisible por generaciones. El pueblo, aún ganando, si así fuese, no tiene tiempo para posar.

Lo importante para los unos y los otros, para los que mandan en las facciones, parece que solo es vencer. El cómo y el precio es lo de menos. No sabrán administrar la victoria, menos la ruina. En plena celebración, los vencedores se atragantarán de avaricia, de botines insustanciales. Los vencidos, si no han muerto, vivirán ahogados en su miseria, dolor y depresión. En la inmediatez se olvida la conquista, solo permanecerán por siglos la derrota y los relatos manipulados. El pueblo no se reconocerá ni en los museos ni en los espejos, solo llorará ante las lápidas y en los horrendos memoriales, ante las llamas votivas.

Gaza es una nueva gran derrota colectiva. Ya lo es. La civilización ha muerto un poco con cada víctima, con los habitantes de un territorio embargado, agujereado, demolido, con los secuestrados y asesinados, con las inocentes, con los desesperados. El dolor y el sufrimiento no tienen redención. No hay resurrección posible, quizás tampoco lleguen nunca ni el perdón ni la misericordia. No hay nada humano en la guerra, y menos en esta. No hay igualdad, ni Justicia, ni argumentos, ni venganza que justifiquen tanto drama, tanta vileza, tanta desgracia, tanta desdicha, tanta desventura, tanta tragedia, tanta calamidad. No hay reconstrucción posible para tanta deshumanidad.

Hombres y mujeres hemos cabalgado a través de la Historia presumiendo de gloria, o de éxito, o de victoria, y lo hemos hecho sobre millones de muertos, mutilados, hambrientos... Infamia, sin duda. Abusos y desmesura adornados de ambición y de algún desacato romántico trasvasado al relato de los que aparentan haber dominado el conflicto.

En este momento existe un cierto desestimiento de la característica humana. Nos vemos dominados por los alcances: máquinas, pantallas, armas, ordenadores, inteligencias artificiales, por todo aquello que debería hacernos disfrutar a los que nos autodenominamos racionales, a los habitantes de este pequeño punto azul, parte de un universo maravilloso, mágico, inabarcable, incomprensible en su magnitud, fantástico, admirable. El espejo de los avances nos está poniendo ante un espejo sin reverso: estamos descubriendo nuestra capacidad de renuncia a toda esperanza, a los otros, al abrazo, al afecto, a lo fraternal, a la comprensión del desigual, al apoyo al desfavorecido, a los avances científicos, al conocimiento de la naturaleza, a las pequeñas cosas, y todo en favor de no se sabe muy bien qué. Somos una extravagante derrota y sabemos que caminamos con rumbo cierto hacia un final indeseado por todos. En cierto modo, resultamos nuestro peor enemigo y carecemos de estrategia para corregirnos.