Arrancar a una persona mayor de la casa en la que ha vivido toda su vida es difícil. Enseguida asaltan las dudas cuando a alguien se le ofrece una plaza en un centro de día. "Aquí vengo y después no me dejan salir", se cuestionan algunos. En otros casos son las familias las que ponen pegas porque en el rural pervive la máxima de que "mejor que en casa no lo van a cuidar en ningún lado". De hecho, en el rural aún se piensa que meter a un mayor en una residencia es "deshacerse" de él. Y además está el que dirán.

Éste es el muro social que debe derribar la Consellería de Traballo para poder sacar partido a los centros de día que se han ido construyendo por todo el territorio gallego y a los que se ha destinado un importante volumen de recursos durante los últimos años.

Es el caso del centro de día de Dodro (A Coruña), donde las comunidades de montes de este ayuntamiento vendieron parcelas y cedieron dinero para restaurar una antigua casa rectoral, que también contó con una subvención europea. Allí se ubica ahora un centro de día que está a la mitad de su capacidad. "Tuvimos algunas bajas por el empeoramiento de salud de algunos usuarios, lo normal a lo largo del año es que tengamos una media de 35 personas", explica María Couto Feteira, directora de este centro que cuenta con un total de 45 plazas disponibles.

Las reticencias de la población parten de un desconocimiento de cómo funciona este servicio. "Esto no es un club de jubilados, pero tampoco es, como piensa alguna gente, el paso previo a una residencia", aclara María Couto. "Además hay que borrar el estereotipo de la gente mayor en su casa viendo la tele todo el día", apunta.

Los usuarios de los centros de día son personas con cierto grado de dependencia, pero un estado de salud aceptable. La demencia es la dolencia más habitual entre los mayores que hacen uso de este servicio y el centro de Dodro está pensado para responder precisamente a las necesidades de estas personas.

Por ejemplo, una foto en blanco y negro de cuando eran jóvenes permite a cada usuario identificar su taquilla, donde guardan una muda.

"Les pedimos una antigua porque suelen identificarse más con su época joven que con su imagen actual", explica María Couto.

Además, la primera actividad del día es "orientación a la realidad": saber dónde se ubican y qué día de la semana es. Después hacen gimnasia. "La gente no nos cree cuando se lo digo, pero aquí hacemos deporte", explica la directora del centro. Sentados en una silla inician la tabla de actividades físicas, aunque el ejercicio más difícil para esos mayores consiste simplemente en levantarse. Darse masajes en la espalda forma parte también de la práctica deportiva que realizan cada día y eso da pie incluso a algún que otro enamoramiento.

Además de ejercitar el cuerpo, estas personas ejercitan la mente. Comentan las noticias de la prensa y las fotos que les van mostrando. "¿Ése es el párroco de mi pueblo?", soltó convencida una de las usuarias del centro cuando le enseñaron una foto de Amancio Ortega. Luego toca comida, siesta y un paseo. Y al final de día de vuelta a sus casas. A algunos los van a buscar sus familiares, otros vienen en autobús y los casos más complicados utilizan el servicio de transporte adaptado de la Xunta, el 065.

Los familiares enseguida aprecian mejoría. "Nos llegó algún caso de una señora que en su casa sólo comía si la ayudaban y aquí al poco tiempo empezó a comer ella sola", cuenta la directora del centro de Dodro.

Además, asistiendo a todas estas actividades, los mayores enriquecen las relaciones con sus familiares. "Mejora notablemente porque llegan a casa y pueden comentar lo que han hecho a lo largo del día y además sus hijos estarán más descansados y la relación será más relajada", explica Couto.