El millo corvo, variedad de maíz de color negro, de la localidad de Bueu, la centolla, de Lira, y el cerdo celta son los tres productos gallegos incluidos en el arca del gusto, un catálogo internacional que promueve el movimiento slow food y que incluye productos amenazados por la extinción.

"No quiero alimentarme, quiero comer". Así es como inicia Encarna Otero, una de las promotoras del movimiento en Galicia, su charla ante el medio centenar de personas que se acercaron hasta el aula de cocina Porto-Muiños, en la localidad Cambre (A Coruña), para conocer de primera mano el slow food, una corriente que cuenta con más de cien mil asociados.

El slow food (comida lenta), presente en 151 países, defiende la filosofía del buen comer y los productos naturales y nació en Bra (Italia) en 1986 como contrapunto a la filosofía imperante por aquellos años de la comida rápida. "Queremos recuperar el gusto por la comida, por el placer de sentarse a la mesa", explica Emilio Louro, uno de los fundadores del convivium -nombre que adopta cada uno de los grupos en el mundo- creado hace menos de un año en Galicia.

El movimiento, con arraigo en una treintena de lugares en España -especialmente en el País Vasco-, ha llegado a Galicia para quedarse. "Galicia es una potencia gastronómica", señala Otero. El slow food ofrece una oportunidad única para los productos y el turismo gallego, defienden sus promotores.

Al mismo tiempo, las slow cities, una agrupación espontánea de pueblos y ciudades con el compromiso de incrementar la calidad de vida de sus ciudadanos, brotan ya por todo el mundo, desde Noruega a Brasil.

En algunos lugares han comenzado a surgir además los restaurantes kilómetro cero, propuestas hosteleras que acercan los productos locales a los consumidores. No obstante, para abrir uno de estos restaurantes es necesario que la carta incluya al menos cinco productos regionales slow food. "La filosofía es promover los productos locales, consumirlos lo más cerca posible de donde son producidos", relata Louro.

Pura filosofía slow food, un movimiento muy vinculado a la agricultura orgánica, un modo de trabajar la tierra que busca el menor impacto en el medio ambiente. Así, para formar parte del "arca del gusto", un catálogo internacional de productos locales amenazados por la extinción -tanto el fruto como de su forma de producción-, es necesario cumplir varios requisitos. Los productos han de ser orgánicamente saludables, obtenidos con prácticas respetuosas con el medio ambiente, y económicamente sostenibles, esto es, que garanticen un modo de vida digno para los agricultores. Todo para combatir los alimentos que, como denunciaba uno de los impulsores del slow food, Carlo Petrini, se habían vuelto "preciosos por fuera e insípidos por dentro" y rendirse al placer de comer no sólo para alimentarse y, como propugna el slow food, robarle el alma a la comida