A un siglo después de la supresión de las Reducciones jesuíticas, en algunos lugares del Paraguay todavía pervive la expresión "el pa'i volverá". El retorno del "pa'i", del cura, del padre jesuita, protector de aquellos recintos donde los indígenas fueron resguardados de la explotación colonial, es todavía esperado en una nación donde la pobreza, la corrupción y el movimiento indigenista en pos de unas tierras siempre enajenadas (y particularmente desde la dictadura de Stroessner), fueron los objetivos contra los que quiso encararse Fernando Armindo Lugo Méndez, de 61 años, quien a la postre ha sido padre por partida triple y en una combinación poco usual.

Ha sido padre de la patria, como Presidente de la República del Paraguay, hasta su destitución el pasado 22 de junio; ha sido padre en el catolicismo, como obispo de San Pedro, hasta su reducción al estado laical dictada por el Vaticano cuando alcanzó dicha presidencia, en 2008; y finalmente ha sido padre biológico de un número aún indeterminado de hijos, incluso cuando era obispo. No obstante, los datos de sus descendientes son delicados de tratar, pues las demandas de paternidad saltaron a la luz y se multiplicaron durante su presidencia, hasta el punto de que la prensa paraguaya más sensacionalista, y políticamente adversa a Lugo ha lanzado la especie de que hasta nueve vástagos podrían estar esperando obtener su apellido legítimo, esto es, que esperan al "pa'i".

Los hechos ciertos son que Lugo ha reconocido dos hijos: uno en abril de 2009 y otro a comienzos de este mismo mes de junio. Ambos los engendró siendo obispo y con relaciones medianamente estables con las respectiva madres, aunque en diferentes épocas. Y el número total de demandas de paternidad presentadas ha sido de cuatro. El resto, por ahora, no pasan de rumores de mujeres que han acudido a reclamar lo suyo al olor de la presidencia de Lugo y también han sido alimento de sendas campañas, una humorística y otra política por parte de la derecha.

"Lugo tiene corazón, pero no usó el condón", se deja leer en foros de internet, o también: "Gracias por llamar al Palacio Presidencial; para comunicar con recepción marque uno, para solicitar reconocimiento de paternidad marque dos...". Un término guaraní también ha contribuido a manifestar el desconcierto público: "Ikueraima", la gente está cansada.

Sin embargo, el impacto de las paternidades sobre la imagen pública de Lugo está poco claro. Cierta prensa y parte de la clase política asegura que su prestigio se derrumbó del 76 al 48% de popularidad cuando transcendió su primer reconocimiento de un hijo. La idea de gobernante moralmente intachable se tambaleaba, pero ello sucedía paradójicamente en un país en el que uno de cada cuatro menores no es reconocido por sus padres y donde desde hace décadas abunda la tolerancia con las paternidades ilegítimas, incluidas las correspondientes a sacerdotes.

En realidad el fuego graneado llegaba más bien de los políticos, incluso de sus compañeros de la coalición victoriosa en 2008. Así, Federico Franco, entonces vicepresidente de Lugo por el Partido Liberal Radical Auténtico, y hoy presidente tras la reciente defenestración, declaró que "el presidente debe solucionar este tema en la brevedad posible y ponerse a gobernar. Necesitamos que gobierne de manera efectiva y eficiente".

No ha sido el peso de los hijos lo que ha hundido a Lugo, sino los claroscuros de su gobernanza. Por la parte positiva, implantó un sistema de salud gratuita para la mayoría de la población y articuló subsidios para más de 20.000 familias en la extrema pobreza. También llevó el desayuno y el almuerzo gratuito y los ordenadores a las escuelas públicas. Sin embargo no ha logrado ejecutar una reforma agraria en un país en el que el 2% de sus 6,4 millones de habitantes es propietario del 80% de las tierras fértiles. Incluso a su izquierda le reprochan haber sido blando con los terratenientes, aunque a la derecha le acusan de tolerar las ocupaciones de tierras por parte de los campesinos. En una de ellas, el pasado 15 de junio, murieron seis policías y once campesinos. Ese fue el detonante de la especie de "impeachment" expeditivo que administraron a Lugo el Congreso y el Senado de su país, según un precepto constitucional. Su base política era también frágil, pues había alcanzado el poder con el 41% de los votos y mediante una alianza de nueve partidos y 20 organizaciones sociales. Un avispero en el que la cabeza dominante ha sido el partido de Federico Franco.

Por su parte, compañeros del episcopado paraguayo no se han recatado en decir que "ya se sabe que Lugo tiene muchos hijos". Puede que se supiera, pero en todo caso, la Santa Sede no le suspendió de sus funciones sacerdotales y episcopales por haberse emparejado o roto el celibato, sino por conculcar un código del Derecho Canónico que impide a los eclesiásticos desempeñar cargos políticos.

A los 18 años, Lugo se fue a una comunidad rural y descubrió que había de ser sacerdote. Se licencia en Estudios Eclesiásticos en Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción y es ordenado sacerdote. Después, como misionero en Ecuador, descubre la Teología de la Liberación. Vuelve a Paraguay en 1982 y es expulsado. Entonces es enviado a Roma donde se especializa en Doctrina Social de la Iglesia en la prestigiosa Universidad Gregoriana, de los jesuitas. En 1994 es consagrado obispo de San Pedro, entre los más pobres de la nación. Allí amó mucho, dicen, y se va encaminando a la política.

En junio de 2008, Lugo recibió la dispensa del papa Benedicto XVI para ejercer la presidencia de Paraguay y según el nuncio Orlando Antonini si Lugo volviera a pedir su incorporación como obispo cuando finalizara su gobierno de 5 años, el caso sería estudiado por la Santa Sede. Pero por el camino han llegado los hijos, o mejor dicho, su reconocimiento. Curiosamente, el Vaticano ha sido ahora uno de los primeros países en reconocer el nuevo gobierno de Paraguay. ¿Volverá el "pa'i" Lugo a ejercer su paternidad política?