Está claro que la ambición y la codicia son excrementos de la bonanza y la prosperidad. Cada vez que descubrimos un filón de algo que sea rentable, es solo cuestión de tiempo que se desencadene una crisis bulímica imparable de codicia que devora a dos carrillos todas las existencias hasta reventar llenando la casa de zurullos que, en estos últimos tiempos, se han dado en llamar burbujas.

Ocurrió con la burbuja inmobiliaria, con la burbuja sanitaria y ahora estamos a piques de presenciar la burbuja futbolera.

Cuando un negocio es próspero -decía Minsky- se desarrolla una euforia especulativa que hace aumentar el volumen de crédito para exprimirlo al máximo, hasta que los beneficios producidos no son suficientes para pagarlo, momento en el cual estalla la burbuja.

Siendo exagerados, no sería nada raro que todo este lío de la crisis que nos tiene en ascuas, no sea más que una cortina de humo cuya finalidad es distraernos de otra nueva crisis en marcha: la burbuja explosiva que se está creando con el fútbol.

Las televisiones, los dirigentes de Liga y clubes, los representantes, los tiburones árabes y rusos -también aterrizaran los chinos- acuden al olor del negocio seguro. No hay más que ver el perfil habitual de los presidentes de clubes importantes para hacerse una idea del motivo de su apego a los colores.

El fútbol español --y el fútbol en general- es un gran negocio que vive en una burbuja de precios de derechos de televisión, de salarios, y de todo en general; quizás mayor que la de la economía española.

Al igual que ocurrió con la burbuja inmobiliaria, todo el mundo se lleva las manos a la cabeza con los salarios millonarios que cobran las estrellas, el derroche faraónico de los palcos vip y la permisividad fiscal para con los clubes -la gran mayoría de clubes europeos en concurso de acreedores están en España. Hay excepciones notables, como el desaparecido Glasgow Rangers, pero la permisividad a la mala gestión financiera que hay en España no la hay en ningún otro sitio-. Pero a pesar de ser vox populi, nadie se atreve a poner coto a tal desvarío. Hasta que sea tal el nivel de endeudamiento que comiencen los impagos y estalle la burbuja. Y ya comienzan a oírse los crujidos.

No me considero futbolero salvo en contadas ocasiones, pero es que uno está hasta el moño de tanto fútbol. Soporto mal el fútbol en todos los informativos, las madrugadas de radio sólo con programas de fútbol, las páginas de fútbol en los periódicos, los periódicos de fútbol en los bares, fútbol todos los días, decenas de competiciones absurdas, las modelos con futbolistas y los futbolistas modelos... ¡Qué hartura!.

Vale que la masa de aficionados es enorme y lo aguanta todo, pero es imposible que tanto exprimir el negocio del fútbol no acabe saturando al aficionado más insobornable y acaben con la gallina de los huevos de oro.

La última ha sido la de los horarios. Que jueguen todos los días ya es un coñazo, pero que ahora jueguen a las 21.00 o las 23.00 horas me parece tal desmesura y falta de consideración que ni el mejor aficionado va ha poder aguantarlo mucho tiempo. La burbuja está a tope y solo falta que dejen de acudir a los estadios para que explote definitivamente. Hago mía la pancarta exhibida en Riazor: Odio eterno al fútbol moderno.

Y ya lo peor de lo peor, es tener que convivir durante toda la semana con la polémica de Cristiano Ronaldo y su "estoy triste". ¡Manda carallo!

Existen individuos que sienten la necesidad de elevarse por encima de los demás a costa de lo que sea y que cuando no pueden jactarse de otra cosa, se jactan de sus desventuras.

Pero créanme, cuando uno está triste de verdad, lo que menos le apetece es coger un micrófono y contárselo a todo mundo. Y si el mundo se lo cree y llena con eso horas de radio, televisión y kilómetros de tinta, es la señal inequívoca de que es hora de meterse en el tonel y no salir.

De Cristiano, lo más interesante es la que duerme con él.