Nuestros riñones constituyen un mecanismo perfectamente organizado que se encarga, entre varias funciones de: limpiar la sangre eliminando el exceso de líquidos, minerales y compuestos tóxicos que, si permanecen en el organismo, pueden provocar graves alteraciones; actuar en las hormonas imprescindibles para el desarrollo y mantenimiento de nuestro cuerpo y el sistema regulador de la presión sanguínea o sintetizar eritropoyetina y metabolitos de la vitamina D.

Mientras funcionan adecuadamente no solemos ocuparnos de ellos. Nos acordamos cuando padecemos algún "problema" como la aparición de "piedras", los cólicos dolorosos, etc. Cuando sufren una lesión pierden su funcionalidad y se presentan alteraciones orgánicas relacionadas con dicha disfunción: acúmulo de tóxicos, retención de líquidos, aumento de la presión arterial, etc. que conforman un cuadro denominado insuficiencia renal. Si se produce este fallo renal, el paciente necesitará tratamiento para reemplazar la perdida función normal, entrando en una dinámica de diálisis y trasplante (palabras muy duras) según las necesidades del enfermo.

La peor consecuencia de la alteración renal se refiere a la insuficiencia renal. El fallo renal se puede detectar con un análisis de sangre en el que se obtienen unos valores de creatinina elevados y relacionados con la disminución del índice de filtrado glomerular. Puede hablarse de aguda y crónica:

-La aguda se produce de manera repentina (por ejemplo en el caso de un accidente en el que se pierde una gran cantidad de sangre o el consumo de medicamentos nefrotóxicos) y, normalmente, es reversible. Se manifiesta con oliguria (poca eliminación de orina), desequilibrios en los electrolitos, etc. y hace necesaria la diálisis mientras no se resuelve la situación.

-La crónica se genera por el daño permanente e irreversible de la función renal normalmente debido a: diabetes, hipertensión, enfermedades obstructivas de las vías urinarias, patologías renales, consumo de medicamentos tóxicos para el riñón, etc. Se precisa diálisis y, en muchos casos, trasplante.

Las complicaciones asociadas son muchas y variadas, pudiendo incluir: hipertensión, anemia, dislipemia, osteopatía, malnutrición, neuropatía, mayor riesgo de enfermedad cardiovascular, trastornos funcionales y una reducción del bienestar del paciente.

Cualquier decisión relativa al tratamiento debe ser tomada por el médico que, normalmente, va a actuar en varias direcciones confluyentes. Destacaríamos, entre otras posibilidades:

-Controlar la presión arterial y, si es posible, tratar la enfermedad original. Se usan fármacos de dos grupos (Iecas y ARA II) porque son los que mejor protegen el riñón en el tratamiento de la presión.

-Seguir una dieta baja en proteínas para prevenir el empeoramiento de la enfermedad renal. Se recomienda consumir las proteínas como segundos platos en raciones pequeñas y, si la función renal empeora, reducir la cantidad de proteínas ingerida y utilizar las que tienen un alto valor biológico. Existe la posibilidad de utilizar fórmulas comerciales con una proporción idónea de nutrientes que cubran los requerimientos y reduzcan el riesgo de malnutrición.

-Adecuar la ingesta de grasas y carbohidratos para alcanzar el requerimiento energético óptimo; se recomiendan hidratos de carbono complejos y grasas insaturadas, preferentemente de origen vegetal. Si el índice de lípidos en sangre se incrementa, deberíamos reducir la ingesta de grasas para evitar el riesgo de arteriosclerosis.

-Beber agua en cantidad suficiente, determinada por el especialista.

-Reducir el sodio hasta niveles que eviten la aparición de hipertensión arterial o retención de líquidos. Sustituye la sal por otros aditivos como ajo, orégano, perejil, pimienta, laurel, albahaca, tomillo, curry, azafrán, etc.

-Limitar el potasio.

-Controlar el calcio, fósforo y vitamina D. La ingesta de fósforo debe limitarse porque, al aumentar éste, disminuye el calcio (a lo que se une que la reducción de vitamina D genera su menor fijación al hueso). Normalmente se aportará eritropoyetina, vitamina D3 y calcio, así como quelantes de fosfato para controlar los elevados niveles de fosfato en suero.

-Prevenir la evolución y tratar la causa subyacente del problema renal (diabetes, hipertensión, etc.)

Si no mejora y aparecen síntomas relacionados con la disfunción renal, se debe preparar al paciente para diálisis (terapia para reemplazar artificialmente la función renal perdida que pretende eliminar los desechos y el exceso de líquido) o trasplante renal (consiste en colocar un nuevo riñón en la pelvis del enfermo, en el momento en que se encuentre un donante adecuado).

Los expertos recomiendan cuidar el riñón desde el primer momento y, con mayor intensidad, si surge algún síntoma relacionado con su mal funcionamiento. Las opciones pasan por un cambio en el estilo de vida relacionado con la dieta, el ejercicio y la eliminación de los malos hábitos (alcohol, tabaco, etc.), así como el tratamiento prescrito por el especialista. Podemos prevenir la insuficiencia renal vigilando enfermedades como la diabetes, las vasculares o la hipertensión para evitar que deriven en ella. Existen muchas opciones interesantes que minimizan los riesgos de padecerla. Consulta a tu médico.