Si el buscado espía Edward Snowden logró evitar ser detectado en Hong-Kong, probablemente no fue gracias a la nevera en la que ordenó que sus abogados metieran los teléfonos móviles. Según ciertas informaciones, Snowden hizo esa singular petición para evitar que los teléfonos emitieran señal, gracias a la aplicación de un conocido fenómeno electromagnético: el que subyace tras la llamada jaula de Faraday. Pero, desde luego, no tomó la decisión más adecuada si lo que pretendía era eso.

El físico y químico británico Michael Faraday (1791-1867) fue el primero en describir el fenómeno por el cual en el interior de un material conductor en equilibrio el campo electromagnético es nulo. Esto se debe a que el conductor, sometido al campo electromagnético externo, se polariza: se carga positiva y negativamente en ciertas zonas según la disposición de ese campo. Eso hace que se genere otro campo electromagnético equivalente y contrario al exterior, por lo que lo anula.

Las señales de los teléfonos móviles son ondas electromagnéticas: se trata de ondas del mismo tipo que la luz que vemos, aunque a una frecuencia diferente, pero en definitiva no son más que oscilaciones de un campo electromagnético. Así, una jaula de Faraday no es más que una caja perfectamente forrada de un material conductor: todo lo que quede dentro de la caja permanecerá aislado de los campos electromagnéticos, incluidas las señales de teléfonos móviles.

Pero para que eso ocurra la caja de Faraday debe estar bien construida y un frigorífico no es la mejor opción. La puerta permanece separada del resto del cuerpo de la nevera por un material plástico para evitar fugas de frío, por lo que no es una jaula de Faraday perfecta. Prueben a dejar su teléfono móvil en la nevera y a hacerle una llamada: lo más probable es que siga funcionando.

Hay multitud de alternativas realmente eficaces. Hay quienes sugieren el uso de una coctelera metálica, pero la forma más sencilla es, simplemente, envolver bien el teléfono móvil en papel de aluminio, presente en todos los hogares. Esa envoltura metálica y, por tanto, conductora, se convierte en una jaula de Faraday que hará que el teléfono deje de funcionar totalmente. El aparato ni siquiera podrá emitir las señalares que le permiten comunicarse con la célula de la red de telefonía más próxima y que daría pie a la geolocalización del aparato.

Eso sí, es probable que la cobertura dentro de un frigorífico (por ahora no pienso comprobarlo, pero allá ustedes) sea bastante mala. Un caso similar se produce en los ascensores con puertas automáticas, que pueden asemejarse con distinto grado de perfección a una caja de Faraday y por eso en ellos resulta tan complicado hablar por teléfono.

Y dado que las señales de los móviles son microondas, ¿habría sido más acertado meterlos en el horno? Tampoco. Los microondas domésticos son cajas de Faraday pero solo para las frecuencias que emite el aparato. En realidad actúan a la inversa: las puertas, aunque son transparentes, están cubiertas de una rejilla con agujeros. Para las frecuencias que emite el horno (y que hacen que se caliente la comida) esa rejilla se comporta como una pared lisa: los agujeros tienen el tamaño preciso para que las ondas a la frecuencia propia del horno no puedan atravesar el panel. Pero los teléfonos móviles emiten su señal a una frecuencia distinta. Concretamente, la red GSM utiliza un rango de entre 900 y 1.800 Megahercios, mientras que la red 3G emplea la banda que va de los 900 a los 1.200 Megahercios. Los microondas domésticos suelen emitir ondas electromagnéticas a una frecuencia de unos 2.400 Megahercios.

Esto echa por tierra un extendido bulo: el de que la forma de averiguar si un horno microondas está bien sellado es introducir un teléfono móvil y comprobar si tiene cobertura. Siempre la tendrá.

El efecto de la jaula de Faraday explica también por qué los rayos no afectan a los aviones y por qué en caso de tormenta nuestro coche es un lugar seguro. Precisamente ese carácter de perfecto aislante electromagnético se utiliza para proteger equipos electrónicos de gran importancia. Pero salvo que la nevera de Edward Snowden en Hong-Kong fuese muy singular su truco no fue nada efectivo. Más que nada, le salvó la suerte de que nadie estuviese tratando de localizar esos móviles encerrados en una nevera.