Increíble pero cierto: Michael Bay ha hecho una película que vale la pena. Los milagros, en el cine, existen. El hombre que trituró las pantallas y las taquillas con su batidora de imágenes hiperrevolucionadas (le daba igual una carrera de coches que el fin del mundo, una batalla naval que un transformer belicoso) se ha puesto serio con una explosión de humor salvaje, tan salvaje que los Oliver Stone de turno son unos monaguillos en comparación a la hora de aplastar el ideal de sueño americano. Pues sí: el director que ensalzaba la bandera de barras y estrellas con imágenes de patriotismo lustroso es capaz aquí de mostrarla entre rejas. Y si los personajes de sus películas anteriores solían ser bastante bobos sin pretenderlo, aquí lo son conscientemente: pocas veces se ha visto en una película norteamericana de los últimos tiempos semejante despliegue de idiotas por metro cuadrado. Se salva a duras penas Ed Harris, y eso porque es un tipo que sabe cómo aprovecharse de la imbecilidad ajena para sobrevivir. A su manera.

En esta crónica concienzudamente hortera del ascenso y caída de tres magníficos ejemplos de seres humanos con menos sesera que un buzón, Bay no ha renunciado a su estilo, y hay que reconocerle el mérito de conseguir auténticas virguerías con un presupuesto que en sus Transformers no daría ni para tornillos. Hay cámara ultralenta, hay travellings de todo tipo y condición, hay planos enrevesados, hay carreras a mansalva y hay una fotografía tórrida que saca lustre a las piscinas replenas de cuerpos transformados en el quirófano, a los gimnasios donde sudar la gota gorda para estar más delgados, a las playas rabiosamente calientes. Y no faltan ni los habituales crepúsculos marca de la casa, pero aquí con una razón de ser.

Con un arranque que ya enseña algunas de las cartas (Walhberg, aquí convincente como tonto del bulo, haciendo abdominales dentro de una valla publicitaria) y un desarrollo de personajes bastante largo y retorcido (hay más diálogos aquí que en toda la filmografía de Bay anterior, en audaz mejunje de puntos de vista, aunque a veces se hacen fatigosos), Dolor y dinero (un título que de comercial tiene más bien poco) se burla de todo y de todos, incluso del propio Bay, que demuestra tener un sentido del humor elogiable al hacer, incluso, parodia de su propios vicios estéticos en esta vomitona de risas negrísimas que saca los colores más horribles en escenas como el asesinato con pesas, el dedo arrancado de un balazo o las motosierras que se atascan en su macabra función.

'Dolor y dinero'

Director: Michael Bay. Intérpretes: Mark Wahlberg, Dwayne Johnson.