Al héroe de la motocicleta acrobática que da vueltas y vueltas dentro de una bola con pinta de jaula le vemos al principio desde atrás. Ya se sabe que empezar una película con un plano secuencia que nos muestre con pelos y señales la nuca del protagonista es una forma de llamar la atención: eh, soy un director con estilo, qué te crees. Y Cianfrance ya había dejado claro en Blue Valentine que le gusta dejar su tarjeta de visita en cada escena, no sólo con un tratamiento de la imagen que oscila entre un preciosismo vacuo y una intensidad abrupta, sino con el uso casi siempre inteligente y sensible de la música para arropar lo que nos coloca ante la cámara. De esa mezcla muy consciente de realismo y estilización se puede salir trasquilado (como en la película citada, una vistosa pompa de jabón que a muchos encandila, suerte que tienen) o airoso como en Cruce de caminos (pintoresco título para The place beyond the pines). Y su triunfo no llega tanto por su ambicioso planteamiento (tres historias cruzadas, varios destinos ensamblados por el azar de las sorpresas), que a veces resulta algo forzado, sino por la fuerza dramática que logra inyectar a muchas de las escenas, convirtiendo a sus actores en creíbles máscaras del desamparo, el dolor y la desesperación. Y eso tiene bastante mérito si tenemos en cuenta que los encargados de hacerlo son tres guaperas como Gosling, Mendes y Cooper. Al primero se le podrá juzgar mejor como actor cuando alguien le exija algo más que repetir las mismas expresiones de tipo duro, misterioso y más bien hierático, pero hay que reconocer que su planta de chico de la motocicleta caído en desgracia, revestido de tatuajes y con un favorecedor pitillo entre los labios le va como sortija al dedo. Y cuando le llega el momento cumbre (una llamada telefónica angustiosa, una mirada abierta en canal), Gosling da la talla y el primer círculo, el mejor de todos, se cierra de forma impecable. Cooper y Mendes también dan lo mejor de sí mismos, y Ray Liotta sólo necesita asomar el careto para convencernos de que es un tipo más que peligroso.

Sin preocuparse demasiado por el ritmo ni la solidez narrativa, Cianfrance se esfuerza por hilvanar momentos impetuosos, cargados de emociones. Un atraco chapucero, una persecución a todo trapo por un cementerio, una noria envuelta en humo, una mirada que precede a la gran mentira, un acoso silencioso a quien delata, un hijo que se sumerge en el agua para ahogar los reproches, una fotografía maltrecha que alimenta los remordimientos y también resuelve deudas pendientes, un llanto liberador al borde del abismo o una escapada que conduce a horizontes desconocidos donde, al menos, las heridas del pasado pueden, tal vez, cerrarse para siempre.