En la Casa Blanca no se mueve ni un papel sin que Michelle Robinson Obama lo sepa. La primera dama estadounidense, cruce casi perfecto entre la ambiciosa Hillary Clinton y la glamurosa Jacqueline Kennedy, que el próximo martes, 17 de enero, cumple cincuenta años, es la sombra fiel que acompaña y asesora al presidente Barack Obama, algunos creen que en exceso. Aun se las apaña para atender las minucias domésticas de la mansión, cuyos muros han asistido en directo a lo largo de cinco años a la transformación de la abogada de Chicago en una mujer de estilo refinado, cosmopolita, aficionada a cambiarse de peinado y asombrar al mundo con escenitas de celos dirigidas al hombre más poderoso de la tierra, como la que la pareja presidencial protagonizó en el funeral por Nelson Mandela.

Fue solo una pequeña gota amarga en el océano edulcorado por el que navega el matrimonio desde el inicio de la primera legislatura, el 20 de enero de 2009. Ahora, transcurrido un año desde la segunda toma de posesión, Michelle alcanza el medio siglo como señora de la Casa Blanca, como en su día lo hizo Hillary Clinton, con un índice de popularidad superior al de su marido y sin que, asombrosamente, sobre ella pululen especulaciones sobre su futuro político.

En eso coincide con Jacqueline Kennedy, la que ya llegó tan refinada que se dedicó a remodelar y dar esplendor a la decoración de la Casa y que al igual que Michelle, siempre transmitió una imagen de esposa devota. Michelle la combina con ese halo de mujer independiente capaz de pedir como regalo de cumpleaños unos días de vacaciones en Hawai con las amigas.

Barack Obama le ha consentido el capricho. Quién sabe cuál ha sido el trato. Tal vez permitirle fumar unos cigarrillos. El caso es que Michelle se quedó en Maui y el resto de la familia regresó a Washington.

La esposa del cuadragésimo cuarto y actual presidente de Estados Unidos, Barack Obama, hasta el momento única primera dama afroamericana de su país, lo ha tenido más difícil que muchas de sus antecesoras. Nació y creció en una zona pobre de Chicago y aunque se graduó en Princeton y Harvard, carecía de un pedigrí que se ha forjado con los años. Después de completar su formación académica, trabajó en el despacho de abogados Sidley Austin en Chicago, donde conoció a su futuro esposo. Simultáneamente formó parte del gabinete del alcalde de Chicago Richard M. Daley y trabajó en el Centro Médico de la Universidad de Chicago. A lo largo de 2007 y 2008, colaboró en la campaña presidencial de su esposo y pronunció un discurso en la Convención Nacional Demócrata de 2008, en Denver (Colorado). A Michelle le gusta definirse como la madre de Natasha y Malia, dos adolescentes que han crecido entre los algodones del número uno de Pennsylvania Avenue. Su hermano, Craig Robinson, entrena al equipo masculino de baloncesto de la Universidad Estatal de Oregón.

En 2011, Michelle participó en un episodio especial de la famosa serie de Nickelodeon iCarly, en un episodio llamado iMeet the First Lady (traducido Conozca a la Primera Dama) estrenado el 16 de enero del 2012. Su vida supera a cualquier ficción. Las firmas de moda estadounidenses saben que todo lo que se pone se convierte en súper ventas. Si la señora Obama se pone flequillo, las peluquerías afilan las tijeras al día siguiente, si elige un collar de perlas, los grandes almacenes de todo el país saben que despacharán docenas. Lo mismo ocurre con los vestidos, zapatos, abrigos y demás aderezos.

Lo único que no pueden copiarle a Michelle es el código genético. De momento, ninguna descendiente de esclavos se ha paseado por la rosaleda de la Casa Blanca, como señora de la mansión que construyeron...

Algunas veces permite a su perro de aguas portugués dormir con ella, cuando Obama está fuera, le encanta ver deportes en la tele, adora ir de campaña... entre otras cosas, porque prueba especialidades culinarias de todo el país