El descubrimiento en 1987 de la tumba del Señor de Sipán, en el norte de Perú, convirtió a Walter Alva (Cajamarca, 1951) en una eminencia de la arqueología a la altura de Howard Carter, el explorador que halló en Egipto el tesoro de Tutankamon. Alva transformó el mísero pueblo de Lambayeque en un lugar próspero y destino turístico para los amantes de la historia. Han pasado 28 años y los trabajos continúan en esta zona desértica del país andino donde vivieron los mochica, una civilización precolombina, contemporánea de los mayas, que dominó el arte de la irrigación y de la pesca y que desapareció en el siglo VI dejando como única huella, enterrada durante 14 siglos, unas tumbas que sufrieron, en la década de 1980, continuos saqueos. Escoltado por la policía, hizo frente a los bandidos, cogió la pala y sin denuedo encontró el yacimiento arqueológico más rico de América. No fue fácil. El trabajo consistió en "una labor de ciencia, aventura y patriotismo", rememora en esta entrevista el arqueólogo, desde Lambayeque.

-Así que el descubrimiento de la tumba del Señor de Sipán se debió, en parte, al desmantelamiento de una banda de saqueadores de yacimientos arqueológicos de Perú, ¿verdad?

-Efectivamente. En el Perú, como ha sucedido en muchos países de rico pasado y difícil presente, el saqueo ha sido una tragedia que ha destruido incontables pruebas del pasado. Desde la época de la conquista hasta ahora, han sido innumerables los expolios para robar oro antes y ahora obras de arte que se ponen en el mercado de antigüedades. Es una tragedia y una gran pena.

-¿Es cierto que tuvo que enfrentarse a los expoliadores de tumbas y contar con protección policial durante el primer año de la excavación previa al descubrimiento?

-Sí. La situación era muy difícil porque el Perú padecía en 1987 una crisis muy severa en la economía y en la política. Faltaba autoridad y no se respetaba nada. Además, había un mercado muy activo que incentivaba a los campesinos a saquear las tumbas de sus antepasados. Nuestro trabajo fue una labor de ciencia, aventura y patriotismo.

-Usted se fue con su equipo a la Huaca Rajada, una zona desértica entre el litoral y la cordillera andina y, ¿qué descubrió allí?

-La zona estaba totalmente tomada por los saqueadores que ya habían destrozado varias tumbas y se habían llevado las piezas de oro. Era 1987 y la gente del pueblo de Lambayeque, donde se hizo el descubrimiento, se lanzó sobre estos monumentos para robar el oro. Era una especie de fiebre del oro similar a la del Oeste. No nos quedó otra que intervenir para proteger el lugar y rescatar el monumento arqueológico. Comenzamos en abril y en una semana comenzamos a percibir que ahí se hallaba un mausoleo real. En junio encontramos una tumba intacta pese al saqueo, y en julio pudimos disfrutar del maravilloso contenido que había en ese lugar, en la tumba del Señor de Sipán, máximo gobernante del pueblo mochica, una civilización precolombina de los siglos I al VI. Era una especie de semidiós y lo que habíamos hallado era la principal necrópolis sagrada de los mochicas.

-¿Cómo era el pueblo mochica?

-Era un pueblo de guerreros que vivía de la agricultura y de la pesca. Fueron maestros en el arte del riego y lograron la proeza de vencer, con un complejo sistema de canales, a uno de los climas más secos del planeta. Así pudieron sembrar y convertirse en una civilización hidráulica riquísima. Construyeron pirámides y desarrollaron el arte de tal forma que se puede decir que fueron los griegos de América.

-¿Cómo es posible que existan tantas coincidencias entre la cultura mochica y la egipcia?

-Es normal porque son dos lugares muy parecidos, de desierto y terreno plano. Los dos pueblos levantaban pirámides para venerar a sus dioses y hacer sacrificios humanos. Los mochicas degollaban o despeñaban desde sus montañas sagradas a sus víctimas. Eran unas reacciones intuitivas. Querían estar cerca del cielo y eran muy conscientes de que el que controlaba el agua tenía el poder.

-¿Por qué desapareció la cultura mochica?

-El pueblo mochica se hizo muy complejo, jerarquizado y tenía muchas necesidades que cubrir. Dominaron el desierto, el mar y los sistemas de riego, pero después el mismo pueblo se colapsó. Se cree que desapareció por una larga sequía o por tremendas inundaciones.

-¿Se ha sentido como Howard Carter al descubrir a Tutankamon?

-La verdad es que hay ciertos paralelismos. Se trata de dos descubrimientos de tumbas intactas de gobernantes. Tutankamon era un faraón que gobernó una inmensa extensión de tierra a lo largo del Nilo. El Señor de Sipán regía un territorio más pequeño aunque también era inmensamente rico. Cuando uno lee la historia de Howard Carter se da cuenta además de que sufrió los mismos problemas que sufrimos nosotros: los saqueadores y las intromisiones de algunas autoridades. Hay, eso sí, una cosa que nos diferencia. Yo soy un peruano trabajando en mi pasado y Carter era un inglés que trabajaba en el pasado de otro país, del egipcio.

-¿Consiguió usted un Lord Carnarvon que financiase esta empresa?

-Desgraciadamente nunca tuve un Lord Carnarvon que patrocinase las excavaciones que se hicieron para encontrar la tumba del Señor de Sipán. Hemos tenido que recurrir a muchas fuentes para realizar un trabajo que comenzó hace 28 años y aún sigue. Cada año vamos buscando nuevos patrocinadores, aunque el Gobierno de Perú aporta desde 2007 algún fondo a este proyecto.

-¿Qué sintió cuando llegó a la cámara en la que se encontraba el Señor de Sipán?

-Una emoción inmensa, fue algo memorable y extraordinario. También sentí una sensación extraña por el peso de la responsabilidad que el descubrimiento suponía. En el centro de la cámara se encontraba el ataúd principal con sus ornamentos. A la derecha estaba enterrado el jefe militar y a la izquierda había un portaestandarte y un esqueleto de perro. A los pies y a la cabeza del Señor de Sipán yacían tres mujeres jóvenes a las que habían sacrificado para que le acompañasen eternamente. Hallamos también restos de un equino, la osamenta de un niño y a los lados de la tumba, cuatro nichos con 212 vasijas.

-¿Se ve usted en cierta medida como el último servidor del Señor de Sipán?

-Sí, pero de una forma figurada. Con la tumba del Señor de Sipán sirvo a mi cultura y a mi país.

-¿Cómo era físicamente el Señor de Sipán cuando murió?

-Tenía entre 45 y 55 años y no se sabe de qué murió. Lo que sí parece claro es que no tuvo una muerte violenta.

-¿Ha encontrado reinas en ese mausoleo?

-Sí. Hay dos mujeres enterradas en el complejo que por sus pertenencias debían de ser muy poderosas. La sociedad mochica era patriarcal, pero ocasionalmente, las mujeres podían tener también mucho poder.

-¿Se puede decir que la cultura mochica, de hace 1.900 años, fue igual de importante que la azteca, la inca o la maya?

-Sin lugar a dudas. Fue muy parecida a la maya porque además son dos culturas prácticamente contemporáneas.

-¿Cómo ha influido su descubrimiento en el desarrollo de la arqueología peruana?

-El descubrimiento ha tenido un gran impacto y de hecho se habla del fenómeno Sipán que ha marcado el cambio de rumbo en la arqueología peruana. Es un proyecto además manejado por peruanos, lo cual llena de orgullo a la sociedad que reivindica su pasado. También ha servido de revulsivo educativo y ha reactivado el interés por el estudio de la cultura del país. Además, cada vez son más los jóvenes que quieren hacerse arqueólogos.

-Y como no podía ser de otra forma, existe una leyenda: la maldición de laHuaca.

-La maldición se circunscribe a los saqueadores. Para mí, más que una maldición ha sido una bendición que ha mejorado y aportado riqueza a Lambayeque. Este pueblo se ha convertido en un gran destino turístico con su museo de las tumbas reales de Sipán.

-¿Qué se le pasa por la cabeza cuando le comparan con Indiana Jones?

-Es curioso, pero tengo poco que ver con Indiana Jones. Ni voy matando a la gente ni tampoco improviso en mi trabajo. Le aseguro que la arqueología requiere una labor muy ordenada.

-Señor Alva, como arqueólogo e investigador que es, ¿cuál es su opinión con el paso de los siglos de los conquistadores españoles?

-Los hechos hay que juzgarlos en su tiempo histórico. No podemos analizar esa conquista con criterios del siglo XXI porque sucedió en el siglo XVI. Aquí llegaron aventureros que querían salir de la pobreza y con un claro fin de conquista. ¡Por supuesto que los conquistadores españoles cometieron algunos excesos con la población indígena, pero también evangelizaron la región! Toda conquista es un saqueo. En el caso de los conquistadores españoles es un capítulo que ha formado el carácter de los peruanos. Somos producto de esa conquista y por eso somos medio indios y medio españoles.

-¿Cuál es la principal herencia que dejaron esos conquistadores?

-Aparte del arte colonial y virreinal, la principal herencia que dejaron los españoles en el Perú fue un pueblo mestizo lleno de energía y vitalidad.

-¿Existe en Perú rechazo a esa conquista y un rebrote del sentimiento nacionalista?

-Hay de todo. Existen muchos hispanófilos y otros que reaccionan con indignación ante esa conquista. Suelen ser personas con más carga nativa y de tradiciones prehispanas. Es normal en una naturaleza como la peruana, que a veces es muy contradictoria.