Las décadas de los 70 y los 80 del siglo XX supusieron un trauma continuo para América Latina. Las dictaduras militares patrocinadas por Estados Unidos y su consiguiente represión se extendieron por toda su geografía, dejando un caudaloso reguero de sangre y tragedias. Pero fueron algunas historias personales concretas las que conmovieron al mundo y desplazaron el foco mediático internacional hacia el continente. Una de las más llamativas, por el rango de la víctima, fue el asesinato del Arzobispo del El Salvador, Óscar Arnulfo Romero.

El religioso pagó caro su posicionamiento contra el Gobierno castrense de su país. Espantado ante sus crímenes, animó a través de la radio a la desobediencia de los soldados si las órdenes de sus mandos iban contra la ley de Dios y los derechos humanos. Incluso envió una carta al ahora adalid de la paz y entonces presidente de EEUU, Jimmy Carter, para que suspendiese su ayuda a los generales salvadoreños. El 24 de marzo de 1980 fue tiroteado mientras oficiaba una misa. Nunca se supo quién fue su verdugo.

El eco del disparo que acabó con Romero y su defensa de los desfavorecidos llegó hasta Nueva York. Allí vivía Rubén Blades, que trabajaba en las piezas que compondrían su disco conjunto con Willy Colón Canciones del solar de los aburridos (1981). El tema de apertura de ese álbum, El Tiburón, era una feroz crítica a la política imperialista gringa en el Caribe, con una referencia explícita a El Salvador. El exilio cubano de Miami interpretó ese ataque como un apoyo implícito a Castro, y al artista le llovieron los golpes.

Pero Rubén siguió a lo suyo. Decidió que la historia del arzobispo mártir al que la Iglesia no consideró mártir hasta 2015, por sus conexiones con la denostada Teología de la Liberación, merecía ser cantada. Y lo hizo en su trabajo de 1984 Buscando América. El crítico Joan Pons definió este LP como "la banda sonora del tercer mundo, escupiendo verdades feas a la cara al primero", y esta verdad en concreto fue esputada como mejor sabe hacer Blades: contando historias a ritmo de salsa.

No era la única realidad del álbum. Si Public Enemy fueron considerados años más tarde como La CNN negra, con Buscando América el panameño ejerció el mismo papel para los latinos, tratando temas como las Desapariciones, con su inquietante vigencia; Blades la escribió sobre la represión en Chile y Argentina, pero hace solo dos años se la dedicó sobre un escenario mexicano a los 43 estudiantes asesinados en Iguala. En la canción que da título al disco también suelta cargas de profundidad tan incómodas como necesarias.

Dentro de ese contexto, para relatar la vida y la muerte de Romero, el poeta panameño inventó a El padre Antonio y el monaguillo Andrés. Cura español el primero, crío futbolero el segundo. El padre Antonio llegó a una pequeña comunidad rural centroamericana, donde condena la violencia y habla de paz y de justicia en sus oficios. El pequeño Andrés era su monaguillo, y a los dos juntos les pilla la guerra en misa. Y los dos juntos, tanto el ansia de libertad que representa el párroco como la inocencia encarnada por el pequeño, mueren bajo las balas de un matador. "Y nunca se supo el criminal quién fue / del Padre Antonio y su monaguillo Andrés", concluye la pieza.

Pero muchos años después apareció un sospechoso inesperado. En agosto de 2015 se estrenó en todo el mundo la serie Fear the Walking Dead. Ambientada en la ciudad de Los Ángeles durante el estallido de un apocalipsis zombi, se trata de un spin off de la exitosa The Walking Dead, creada por Robert Kirkman. Rubén Blades interpreta a uno de sus protagonistas, el barbero Daniel Salazar, un inquietante individuo que se maneja con mucha más soltura que el resto de sus conciudadanos en una situación tan extrema.

Capítulo a capítulo, el hermético Salazar deja entrever detalles de su pasado. De nacionalidad salvadoreña, acaba admitiendo ante su hija que durante la guerra civil de su país, a principios de la década de los 80, perteneció a los escuadrones de la muerte gubernamentales que sembraron el terror en las zonas rurales. Las mismas en las que el padre Antonio predicó a sus feligreses sobre paz y justicia.

Pese a ser personajes de ficción, tanto el sacerdote español creado por Blades como el represor centroamericano al que pone rostro en la pequeña pantalla coincidieron en un tiempo y espacio reales. Aunque no se sabe quien apretó el gatillo contra monseñor Romero, las investigaciones sí concluyeron quien ordenó su muerte: el militar ultraderechista Roberto D'Aubuisson. En cambio, la identidad del asesino del padre Antonio y el pobre Andrés sigue entre sombras.

Salazar no admite en ninguno de los episodios de la serie que entre sus numerosas víctimas se encontrasen un cura y su monaguillo. Aunque bien podrían ser dos de los fantasmas que vuelven cada noche para atormentarlo en su desesperada búsqueda de una redención imposible. Solo Blades sabe si Antonio y Andrés acabaron sus días a manos del implacable asesino creado por Robert Kirkman. Lo único seguro es que el panameño ha logrado con su interpretación volver a llamar la atención sobre los crímenes de las dictaduras que con tanto empeño denunció hace tres décadas.