Todos los trabajadores del mundo fantasean con la idea de esfumarse. De poner tierra de por medio. De echar una bomba de humo. De imaginar la cara de imbécil del jefe, mientras pregunta por toda la oficina el porqué de esa ausencia injustificada y recibe encogimientos de hombros como única respuesta. Es una ilusión divertida, irrealizable, salvo si el que la protagoniza es Joe Strummer y su banda, The Clash, se dispone a ofrecer una serie de importantes conciertos en Gran Bretaña.

Pues eso fue exactamente lo que sucedió. El cantante se volatilizó sin dejar rastro en abril de 1982. Ni su familia ni sus compañeros de banda ni su mánager sabían dónde se encontraba. Aunque a este último la espantada no le pilló por sorpresa. Le constaba que su pupilo se iba a dar a la fuga, pero no contaba con que no le informaría de su itinerario. Porque fue este pájaro, Bernie Rhodes, el que propuso a Strummer irse de "vacaciones", para proporcionarle una excusa para cancelar la inminente gira, cuya venta anticipada no iba tan bien como esperaba.

Fue solo una más de las peregrinas ocurrencias con las que este representante dirigió la carrera de The Clash. Antiguo ayudante de Malcolm McClaren, Rhodes se propuso crear un grupo para manipular a su antojo, como hizo su exjefe con los Sex Pistols. Con este objetivo presentó a Joe Strummer al bajista Paul Simonon y al guitarrista Mick Jones, en 1976.

Pese a aportar buenas ideas en la primera etapa de la banda, como centrar sus letras en política y problemas sociales, la mayoría de sus planes eran disparates de ególatra fuera de control. Como ejemplo de la actitud vital de Rhodes, basta con recordar que una de sus últimas apariciones públicas consistió en montar un pollo en el funeral de McClaren; creyó pertinente increpar a voces a la viuda del finado, la diseñadora Vivienne Westwood, mientras ella leía un panegírico. Los presentes en el templo recuerdan la posterior discusión a gritos entre ambos como un sketch digno de Monty Python.

La desaparición planeada de Strummer fue otra de las estrategias demenciales de Bernie que se le acabó yendo de las manos. Según relató un arrepentido Joe años después, el mánager le sugirió que se fuese a EEUU, aunque el músico cambió de idea a última hora y puso rumbo a París. Ahí estaba, uno de los artistas que más criticó los estereotipos del rock, eligiendo el mismo destino de huida que cualquier decadente estrellón sesentero.

Mientras sus compañeros de grupo lanzaban mensajes radiofónicos para que se pusiese en contacto con ellos e incluso contrataban un detective, el cantante se dedicó a relajarse en la Ciudad de las Luces en compañía de su novia. Y quizá contagiado por Rhodes, tuvo una ocurrencia carente de toda lógica: correr la Maratón de la capital francesa.

Strummer no era un tipo especialmente atlético. Es verdad que era necesario un cierto tono físico para mantener el nivel de entrega que exigían los larguísimos conciertos de The Clash, pero no parecía suficiente para aguantar 42.195 kilómetros corriendo. Pero su falta de forma no le detuvo. Ni corto ni perezoso, Joe se compró una pantaloneta y unos tenis, cursó la correspondiente inscripción y se plantó en la línea de salida.

Naturalmente, el atuendo del rockero no podía estar más alejado de las pintas de superhéroes taiwaneses que lucen los infectados por la actual plaga runner. Lo que ahora es lycra multicolor ajustada, en Strummer era camiseta punk de tiras, cresta mohicana despeluchada y mucha actitud. Su método de entrenamiento también difería ligeramente de los actuales en dieta y rutina. Consistió en moverse lo menos posible en los días previos a la prueba y trasegarse cuatro pintas de cerveza la noche antes.

No hay datos que confirmen que Joe terminase la carrera. La clasificación oficial de la competición, que se celebró el 16 de mayo de 1982, indica que el ganador fue un compatriota, Ian Thompson. Un atleta conocido, campeón de Europa en 1974, lo que descarta que se trate de un seudónimo de Strummer, celoso quizá de mantener el anonimato en su escapada. Su novia, Gaby Salter, sí que figura en la lista de los que lograron cruzar la meta. En último lugar.

Toda esta peripecia tiene una base de verdad, aunque cualquier fan de The Clash sabe que, en esos días, al músico le encantaba decir chorradas automitificadoras en las entrevistas. La realidad es que ya había participado en la Maratón de Londres del año anterior, así que es posible que contase con una cierta preparación. Volvería a correrla en 1983, meses después de que finalizase su aventura parisina y con The Clash heridos de muerte.

La huida de Joe resultó un escalón más en la autodestrucción de la banda, qué irónicamente coincidió con su etapa de mayor éxito comercial. Incluso hoy, Rhodes defiende su gestión al frente del grupo, pese a ser señalado por todos como principal responsable de su final. "Yo no le dije a Joe que se esfumase porque la venta de tiques iba mal -afirmó en una entrevista reciente sobre la fuga de Strummer-. Él tenía un montón de problemas y le dije que se tomase un descanso. Después dijeron que fui yo el que le empujó en su caída, cuando el trato fue que yo recogería su mierda. Si esto fuese El Bueno, El Feo y el Malo, yo sería el Bueno". No está de más recordar que esta es la versión de los hechos de un individuo que acudió al funeral de su exjefe a gritarle a la viuda.