Desde que en 1928 el Dr. Fleming descubriera la penicilina, la síntesis y aplicación de los antibióticos ha sido, sin duda, uno de los grandes hitos en el campo sanitario. El trascendental hallazgo supuso una auténtica revolución en la medicina, permitiendo desde ese momento la curación de enfermos que, hasta la llegada de estos fármacos, estaban desahuciados. En las últimas décadas su consumo se ha generalizado en los países desarrollados, constituyendo un grupo de medicamentos muy utilizados en España.

Su proliferación trajo consigo, como contrapartida, un uso inadecuado en numerosas ocasiones en las que, además de innecesarios, a la postre resultan contraproducentes. Debe tenerse en cuenta que no curan el catarro, ni la gripe ni el resfriado producido por virus, pues sólo son activos frente a infecciones bacterianas. Una vez recetados por el médico cuando resulten indicados, es preciso completar el tratamiento hasta su finalización, siguiendo la pauta marcada por el especialista, ya que en caso contrario podrían generarse resistencias que harían inútiles posteriores tratamientos.

Con la administración de un antibiótico se pretende destruir a las bacterias causantes de una infección, las cuales se defienden del ataque mediante mecanismos que las hagan resistentes al mismo. De esa manera, algunas serán destruidas, pero otras conseguirán sobrevivir creando a su vez nuevas poblaciones a las que ese fármaco ya no afectará; así se produce una resistencia bacteriana. Por un proceso natural de selección, las nuevas bacterias dejan de ser sensibles al antibiótico usado, apareciendo colonias resistentes más patógenas que las originales. Consiguientemente, se hace necesario emplear un antibiótico diferente y más potente para lograr su destrucción, pudiendo llegarse incluso a un escenario en que resultara factible la inexistencia del adecuado para acabar con ellas, aumentando de ese modo las posibilidades de contagio a la población general y de aparición de complicaciones graves en el propio enfermo.

Los principales factores que -aislada o conjuntamente- favorecen la aparición de resistencias son los siguientes:

-La automedicación: frecuentemente el propio enfermo decide tomar por su cuenta el antibiótico que en su día le había prescrito el especialista porque los síntomas actuales son parecidos a los de entonces. Casi un 50% de los pacientes se automedica usando envases sobrantes de tratamientos anteriores inadecuadamente conservados en el botiquín casero.

-El incumplimiento terapéutico: se produce no sólo con la suspensión total del consumo tras la desaparición de los síntomas y mejora del estado general, sino también mediante una administración irregular que ignore las dosis pautadas. Es preciso tener en cuenta que se debe mantener una determinada concentración del fármaco en la sangre, lo cual sólo se conseguirá respetando el horario y la dosificación establecidos por el especialista.

-La prevalencia de enfermedades infecciosas en determinadas áreas geográficas.

-El abuso en la prescripción de antibióticos y su dispensación sin receta.

-El consumo de antibióticos en veterinaria: los animales cuya carne o productos derivados consumimos también están tratados. Si ese tratamiento se hace de manera indiscriminada e inadecuada, el consumo posterior del producto animal provoca la transmisión del problema a los humanos.

-La eliminación incontrolada al ambiente de envases con restos de antibióticos o con ellos caducados que pasan a la cadena trófica. Deben ser depositados en los puntos Sigre de las farmacias.

Un consumo racional de antibióticos debería seguir las siguientes pautas:

-Acudir al médico en caso de enfermedad para que realice el diagnóstico correcto e indique el tratamiento a seguir.

-Comprar antibióticos sólo con receta y tras la recomendación del médico.

-No solicitarlos en la farmacia a partir de recetas o envases anteriores.

-Seguir la pauta establecida por el médico en cuanto a dosis y horario.

-Elegir el horario que mejor se adapte a nuestras circunstancias para poder cumplirlo. Si es una única dosis diaria, debe tomarse siempre a la misma hora.

-Continuar el tratamiento hasta el final, aunque se perciba mejoría en el estado general de salud.

Es preciso insistir en la importancia de no criticar la decisión médica en el sentido de administrar o no un antibiótico, llevar a cabo un consumo responsable, incrementar la educación sanitaria de los más pequeños y comprender la necesidad de control de los fármacos para lograr un uso racional de los medicamentos en general y de los antibióticos en particular.