La historia de las hermanas gallegas Velasco Vázquez, Elena y Laura, daría para un guión cinematográfico. Desde que un linfoma de Hodgkin irrumpió en la vida de la mayor, Elena, el destino se empeñó en ponérselo difícil. Hasta tres tratamientos de quimioterapia, radioterapia y autotrasplante de células madre fueron precisos para eliminar aquel mal que había decidido instalarse en su sangre sin pedir permiso ni llamar a la puerta. Ninguno fue suficiente. No tuvieron la efectividad esperada a pesar de todas las fuerzas de la joven, que acabó con su sistema inmune a cero.

Tanto es así que hace un año, Elena Velasco pasaba un mes encerrada en una habitación reducida del hospital de Santiago, sin poder asomarse ni al pasillo ("Era como estar en una nevera, con todas las ventanas cerradas", reconoce). Cualquier mínimo virus o bacteria común podría conducirla a la muerte. Quince de aquellos días tuvo la compañía de su hermana Laura, profesora e ilustradora, que se fue encargando de retratar la tensa espera por una solución, cosiendo con trazos de dibujo las esperanzas rotas tras cada derrota médica. Sin saber, eso sí, que la solución se alojaba en su interior. Un trasplante de médula de Laura, efectuado en noviembre de 2017 después de que resultase compatible al 100% con Elena ha sido la fórmula mágica que le ha devuelto a su hermana la vida. "Siempre hemos estado muy unidas, pero ahora no hay vuelta atrás", confiesan.

Juntas relatan los pormenores de casi tres años durísimos, que quedarán grabados en la memoria de ambas, pero con un mensaje afectivo positivo y lleno de ganas de vivir. "Durante este tiempo he hecho prácticamente de todo: teatro, yoga, he viajado a EEUU dos veces, me he mantenido activa y he ayudado a otras personas en lo que he podido", resume Elena. "Se van a cumplir tres años de que, en diciembre de 2015, me detectase un bulto bastante grande en la clavícula. Como estaba medio acatarrada, creí que sería un virus... Estaba trabajando como orientadora y profesora de Primaria en un centro concertado de Asturias. Fue allí donde me atendieron y me detectaron un linfoma de Hodgkin, después de varias pruebas". Este tipo de cáncer de sangre se origina en los ganglios linfáticos.

Ella decidió pasar su enfermedad cerca de los suyos. Su familia y amigos estaban entre Lugo y Vigo. Su novio se acababa de marchar a vivir a EEUU, lo que requirió muchos viajes durante los tratamientos. Tras doce sesiones de quimioterapia específica, en un primer tratamiento, los linfomas de Hodgkin se suelen curar. Elena tuvo una remisión parcial, lo que le obligó a pasar a la siguiente fase: quimioterapias más agresivas y un autotrasplante de médula; es decir, con sus propias células madre.

"En el momento en el que te administran un tratamiento tan duro, te quedas inmunodeprimida, tanto que puedes morir por un catarro. Así que tuve que estar tiempo encerrada en una habitación", relata. Esa espera para salir a un mundo exterior plagado de virus y bacterias duró casi un mes. "La gente no lo sabe pero el encierro es durísimo. Un mes sin poder salir. Conmigo estuvo 15 días mi novio y luego otros 15 mi hermana. Es una situación dura para el paciente por el tratamiento, pero también para el acompañante", señala.

Superada esa fase, las pruebas confirmaron una nueva mala noticia: positivo a la enfermedad. Así, llegaría otro tratamiento de radioterapia. De ahí, a otro tratamiento menos agresivo y la fase de buscar un trasplante de médula ósea. No hizo falta irse a otro continente. Para su sorpresa, Laura era compatible. "Esto ha valido para callar bocas, porque toda la vida hemos tenido la coña familiar de que Laura era adoptada", sonríe Elena Velasco, que por su corta diferencia de edad (ella tiene 36 y su hermana 35) y por las notables diferencias físicas, ha vivido con ese sambenito.

Elena reflexiona sobre todos aquellos casos -la mayoría de los que conoce- que son de un donante no emparentado. "Compartí habitación con quien tiene la angustia de esperar por alguien compatible", indica la mayor de las Velasco. "Son situaciones a veces bastante dramáticas, a contrarreloj".

Laura reconoce que es "la más aprensiva de la familia". "Sabía que iba a ser yo, tenía ese presentimiento", antes de hacer las pruebas, reconoce. Y que, a pesar de que le daba "pánico" pensar en las agujas y la sangre, se alegró muchísimo. Quiere desmitificar ciertos miedos al trasplante: "No es cierto que haya que hacer una punción en la columna, como piensa la gente; en mi caso fue como una transfusión de sangre, pero que duró cuatro horas". De todos modos, el temor de la hermana compatible no tenía que ver con eso: "Tenía miedo de tener un accidente durante esos meses, morir, y no poder ayudarla. La vida de mi hermana dependía de mí", recuerda. Finalmente, llegó el día. Tras cuatro horas de donación "muy emocionante", Laura destaca que una "bolsita" llena de su material celular llegaría cuatro pisos más arriba, en ese mismo hospital, para su hermana.

Desde que el paciente recibe el trasplante de médula, hasta que se confirma que esas células han anidado, pasa una semana aproximadamente. Durante ese tiempo, Laura compuso una de las ilustraciones más emotivas, que refleja a las dos hermanas compartiendo sangre.