Se inició con Orson Welles, colaboró con Bertolucci hasta El último tango en París y ha sido hasta su última película imprescindible para los hermanos Taviani.

Roberto Perpignani (Roma, 1941) iba para pintor, pero un día le llegó una propuesta muy extraña. "Orson Welles buscaba a un joven para enseñarle a ser montador. Ojo, Orson Welles. Se lo dije a un amigo mío, se me quedó mirando y me dijo: 'Es Orson Welles. Corre'. Después de pasar un año con él, mi vida había cambiado completamente".

Perpignani, „que estos días está en España participando en un máster de Filmmaker„, está considerado como uno de los mejores montadores de cine europeo de todos los tiempos. Fue montador de toda la primera época de Bernardo Bertolucci desde Antes de la revolución a El último tango en París, y en más de 50 obras de los hermanos Taviani, incluyendo Padre Padrone, La noche de San Lorenzo o Maravilloso Bocaccio. También montó El cartero (y Pablo Neruda) de Michael Radford, Vicios privados, públicas virtudes, de Mikos Jancsó o Sueños de oro de Nanni Moretti.

Pero todo empezó con aquella extraña llamada de Orson Welles, que buscaba a un ayudante de edición, primero para el documental de viajes por España En la tierra de Don Quijote, y luego para El proceso, filme basado en la novela de Franz Kafka y protagonizado por Anthony Perkins y Jeanne Moreau. "Lo primero que me dijo Welles es que yo no tenía que pensar, que tenía que ejecutar lo que él me decía. A veces hacía algo un poquito diferente y él me decía. '¿Por qué lo ha hecho? 'Usted no tiene que pensar'. Y así me pasé un año entero, sin pensar".

Todo cambió cuando estaba a punto de finalizar el rodaje. "Un día me dijo que tenía que añadir música de free jazz a una secuencia. Estuvimos escuchando la música y él iba apuntando en un papel que trozo iba con cada imagen. Me dejó el papel con las indicaciones y se fue. De pronto me di cuenta de que los mandos de la cabina estaban invertidos y que nada de lo que había apuntado Welles valía para nada. Así que decidí hacerlo por mi cuenta pero tal como él me había dicho. Cuando volvió le dije lo que había pasado, vio la secuencia y me dijo: '¡Bravo!'. Así que le dije: 'Esta vez tenía que pensar y lo he hecho. Se giró y me miró de tal forma que si hubiese sido un dios griego me hubiera fulminado con la mirada".

Después llegó Bertolucci que, claro, contactó con Perpignani tras saber que había trabajado a las órdenes del mítico Orson Welles. "Pero me puso a prueba. Eran las vacaciones de Navidad y me dio las imágenes de una escena y me dijo: 'A ver si sabes montarla'. Era una secuencia muy difícil, porque era poética, con muchos elementos cruzándose. Estuve 10 días sin cortar nada, solo mirando las imágenes. El día 1 de enero fui al estudio y la monté. La vio y me dijo: 'Tú eres mi montador'. Y así empezamos". Aquella escena pertenecía a Antes de la revolución, una película de 1964 que, según explica el montador romano, "rompió los parámetros lingüísticos tal como nos había autorizado la nouvelle vague".

"La nouvelle vague „añade „, había sido un momento genial de ruptura y reinvención. Se pasó de la continuidad a romper el discurso, con lo que nacía otro tipo de percepción. Todos tenemos una cantidad enorme de aptitud involuntaria, hacemos cosas sin intención, y eso se reflejaba a través del montaje".

Pero Perpignani defiende que esa ruptura del lenguaje cinematográfico no se produjo en la década de los 60 por ciencia infusa sino como parte de la evolución del cine desde su propia invención. "Los años del cine mudo, los 30, los 40, el neorrealismo, los años 50? En ese tiempo, el cine era una máquina creativa continua, cada director, cada montador, cada fotógrafo, resolvían las cosas de forma dinámica, la creatividad era continua. Y la máquina siguió funcionando hasta que todo se paró, a mitad de los años 70, cuando la televisión llegó diciendo a los cineastas que ya no había un compromiso con el público sino con la audiencia. 'Y la audiencia no puede comprender todas las originalidades que tienen en la cabeza', nos decían. 'Han de hablar de forma más plana".

Para Perpignani, el reinado de la televisión y de la audiencia han acabado con el acto de "compromiso" colectivo que era ver una película. "Cuando tomas la decisión de ir al cine, has de salir de casa, pagar un billete? Es una decisión tuya, el momento lo has elegido tú y al mismo tiempo formas parte de una colectividad. Pero eso no pasa si te quedas en casa buscando todo el rato en la televisión algo que sea poco feo porque al final lo que quieres es irte a dormir tranquilo".

A día de hoy, Perpignani mantiene su preocupación social. Lo que ya no le interesa "porque ya no evoluciona" es el oficio de montador y una de las últimas películas en las que ha trabajado es Una cuestión privada, de los hermanos Taviani, que es de 2017. Pero, como el mismo Perpignani escribió en un mural de la Escuela de Cine de Cuba, "como no quiero añorar el pasado, prefiero provocar al futuro" algo que consigue (lo intenta, al menos) a través de sus alumnos en sel Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma.

"Les enseño que el montaje está dentro de nosotros, que mientras converso contigo y miro a otra persona, y pienso que su cara expresa algo, estoy haciendo un montaje. Si lo explicas así a los jóvenes, lo comprenden y quieren experimentar".