El próximo viernes se estrena La peste, la mano de la Garduña (Movistar +), seis capítulos que integran la segunda temporada de la impactante serie que nos deslumbró hace un par de años. Sevilla, siglo XVI. O sea, hace mucho tiempo y en una galaxia muy, muy lejana. Es decir, aquí mismo y prácticamente ayer. El documentalista Pedro Álvarez, asesor histórico de la serie, dice que los problemas humanos son los mismos a lo largo del tiempo, solo los recursos varían. Por eso el estremecedor mundo de la prostitución en el siglo XVI, tanto la legal como la ilegal, puede helar el corazón de los espectadores del siglo XXI, aunque puede que muchos se queden en la utilización de la miel, aplicada a la vagina, como anticonceptivo, o el polvo de arroz con el que las prostitutas disimulaban las pústulas producidas por la sífilis. Miel y polvo de arroz solo son la corteza que se debe arañar para descubrir un horror que estremecería hasta el coronel Kurtz de Apocalypse Now. Pero la brutal presencia de la prostitución y del crimen organizado en las tramas de La peste debería servir no solo para reflexionar acerca del pasado, sino para hacernos algunas preguntas sobre el presente.

Si los problemas humanos siguen siendo los mismos, entonces la peste, el horror de la explotación del hombre por el hombre (y especialmente del varón sobre la mujer) y los largos brazos de la corrupción y el crimen siguen hoy tan presentes como en la Sevilla del siglo XVI, pero con otros recursos y puede que otros nombres. Las prostitutas ya no se aplican miel en la vagina y los mafiosos suelen llevar corbata y pisar moquetas, así que se podría decir que el mundo ha mejorado. Sabemos desde hace tiempo que no vivimos en el mejor de los mundos posibles, y empezamos a sospechar que el progreso humano tiene muchas sombras que tienen que ver con la vida de los parias de la tierra y con el abuso de un planeta que algún día nos eliminará sin que se altere su constante viaje alrededor del sol. Los anticonceptivos funcionan mejor que la miel y algunos miserables terminan en la cárcel. Pero no es suficiente. Series como La peste, la mano de la garduña tienen que revolver las tripas éticas de los ciudadanos y obligarnos a salir a la calle con los ojos tan abiertos como los del eximpresor Mateo Núñez. Tengan cuidado con la Inquisición.