Esther Safran Foer.

Esther Safran Foer nació en un campo de desplazados en Lodz, Polonia, en mayo de 1946. Ocho años después, su padre, superviviente del Holocausto, se suicidó. Ella, madre de tres hijos escritores, Franklin, Joshua y el célebre novelista Jonathan Safran Foer, relata en Todavía seguimos aquí (Paidós) la búsqueda de su familia asesinada por los nazis. En su investigación, que la llevó hasta Ucrania, visitó las fosas comunes donde fueron enterrados y halló secretos del pasado.

¿Qué le llevó a investigar la historia familiar?

Llevaba la mayor parte de mi vida juntando piezas del puzle de la historia de mi familia, en mi cabeza y con árboles genealógicos. Pero no fue hasta la publicación de la novela de mi hijo mediano [Jonathan], Todo está iluminado, cuando la gente me dio información más concreta sobre mi padre y su familia. Entonces supe que debía viajar a Ucrania para ver qué podía averiguar por mí misma. Era el momento adecuado. Habían pasado 65 años desde el Holocausto y aún había testigos vivos de lo ocurrido dispuestos a hablar. Jamás pensé que conocería el nombre de mi hermanastra. Si no, su nombre o el hecho de que hubiera vivido habrían caído en el olvido. Hubo tantos niños y niñas asesinados cuyos nombres jamás se sabrán… El nombre de Asya está en la base de datos de víctimas del Holocausto de Yad Vashem, en Israel. Lo que más valoro es que mi nieta de tres años responde orgullosa cuando le preguntan su nombre: Bea Asya Foer. Algún día, gracias a la investigación ella conocerá la historia de su familia y honrará el nombre de su tía abuela Asya Safran.

¿Cómo hay que combatir los movimientos fascistas y racistas que aún niegan el Holocausto?

Educación. Educación. Educación. Conocernos como personas reales, no como estereotipos.

¿Qué le daba más miedo?

Mi madre intentó convencerme de que no fuera al lugar donde los nazis habían asesinado a toda su familia, en ocasiones ayudados por la propia población local. Sus palabras de despedida fueron: “No cometas ninguna estupidez”. Justo antes de viajar visité a Patrick Desbois, autor de El Holocausto por balas, un cura francés que creó un gran proyecto dedicado a localizar miles de fosas comunes no identificadas de víctimas del Holocausto. Él había visitado la zona a la que yo iba e insistió encarecidamente en que contratase a un guardaespaldas, pero no lo hice. Por suerte, me sentí segura durante toda mi estancia en Ucrania.

¿Allí, qué sintió ante la fosa donde mataron a su familia?

La primera fosa común que vi fue la de Kolki, oculta en las profundidades de un bosque. Un lugar tan remoto que fue difícil encontrar a alguien que nos guiara hasta él. Allí asesinaron a mi abuela, a mi tía abuela, a mis primos y a tantos otros miembros de mi familia. Me imaginaba cómo los habían llevado hasta allí, probablemente conscientes de lo que iba a pasarles, y cómo los asesinaban uno a uno, bala a bala, incluidos mis primos más pequeños. Fue aterrador estar en aquel denso bosque que casi sentía cerrarse sobre mí. Sentí como si hubiera estado allí con las víctimas. Lo siento incluso ahora, conforme lo cuento.

También halló la pista de su hermanastra, una niña de 5 años, de pelo negro y largo a la que le gustaba jugar con la pelota.

Estaba enterrada en la última fosa que visité, en medio de un campo. Muchísimas veces durante el viaje sentí la presencia de mi familia, pero también su ausencia y la ausencia de miles de judíos asesinados.

Muchos supervivientes callaron sobre lo sufrido. ¿A qué atribuye el silencio de sus padres?

Había muchísimas razones para no hablar nunca del horror que vivieron mis padres y de lo que les pasó a sus familias. Algunos supervivientes prefirieron guardar silencio para no volver a despertar el dolor sufrido en sus propias carnes y la tragedia de perder a sus familias. No querían revivir aquel horror ni que sus hijos heredaran el dolor, y yo creo que quizá ese fuera el caso de mi madre. Mi padre se suicidó cuando yo tenía ocho años. Creo que estaba destrozado por el dolor del Holocausto.

Muchos se sentían culpables por sobrevivir.

Puede que hubiera algo de eso. Mi madre habló hasta el día de su muerte de que no le había dicho adiós a su madre cuando huyó de su shtetl [población con muchos judíos] mientras los paracaidistas nazis tocaban tierra. Mi padre tuvo que vivir con la culpa de que asesinaran a su primera mujer e hija mientras él había salido del gueto para realizar unos trabajos para los nazis. No pudo protegerlas. Él vivió, mientras que a ellas las asesinaron. Cuando los supervivientes abandonaron los campamentos de desplazados para emigrar a EEUU, Israel, Canadá u otros lugares, nadie quería escuchar sus historias ni fueron especialmente bien recibidos. Eran unos extraños para la historia de éxito de los judíos estadounidenses y la de la construcción de una nueva tierra en Oriente Próximo. En estos lugares la gente no preguntaba ni quería saber nada de cómo habían sobrevivido. Los trabajadores sociales se centraron en ayudarles a encontrar una vivienda y un trabajo. No eran psicólogos ni psiquiatras como para ayudarles a lidiar con el trauma. Tuvieron que recomponerse y seguir hacia adelante. La generación de mis padres está entre las más desafortunadas de la historia y yo nací en una de las que más suerte tuvo.

¿Le ayudó lo que descubrió para entender qué llevó a su padre al suicidio?

Sé que jamás llegaré a entender por qué mi padre no pudo más. Ni siquiera sé por lo que tuvo que pasar tras el asesinato de su mujer y su hija. Se escondió en casa de una familia local, pero creo que solo fue unos meses al final de la guerra. Es difícil juzgar la realidad de otra persona desde fuera. Elie Wiesel escribió sobre Primo Levi, que sufrió reiteradas depresiones tras el Holocausto, y dijo que “Levi murió en Auschwitz 40 años después”. Yo opino lo mismo: que mi padre salió vivo del Holocausto, pero que no pudo sobrevivir a él.

¿Cómo fue para usted hacer hablar a su madre de ello?

Mi madre no compartió conmigo gran parte de sus experiencias, pero sí que lo hizo más con sus nietos. En nuestras conversaciones siempre estaba presente el dolor como una amenaza si alguna de las dos iba demasiado lejos, pero contárselo a sus nietos le dio una inmortalidad. Ellos la adoraban y la veían como una superheroína, una superviviente fuerte y resiliente.

Sorprende que tardara tanto en mostrarle la nota de suicidio de su padre. Había una parte para usted y su hermano.

Creo que mi madre veía esas notas como un mensaje muy íntimo para ella. Yo tenía ocho años y mi hermano tres. Éramos demasiado pequeños para comprender. Mi madre las escondió en una caja secreta junto con otros documentos sobre su historia y la de mi padre.