El Servicio de Nefrología del Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac) ha sido distinguido, por tercer año consecutivo, como el mejor de España de su especialidad en los prestigiosos premios Best in Class, organizados por la Universidad Rey Juan Carlos, un reconocimiento que a su responsable durante los últimos seis años, Ángel Alonso, le ha cogido con un pie en la jubilación. “Es un broche de oro perfecto”, subraya, “convencido” de que, tras su marcha, “se mantendrán la calidad asistencial y el compromiso con los pacientes”. “El ADN indiscutible de nuestro servicio”, recalca. Cuelga la bata blanca "con la satisfacción del deber cumplido" y con el recuerdo emocionado de los enfermos que han crecido a su lado -"algunos tienen ya incluso nietos", bromea- y también de los que se quedaron por el camino, "lo más duro siempre de esta profesión". Su única espinita clavada, por así decirlo, sería que el proyecto experimental de xenotrasplante desarrollado por el centro coruñés en los años 90, en el que participó, no llegase a prosperar, pese a haber obtenido "muy buenos resultados" [supervivencias "de hasta siete semanas" en primates], por no disponer de una mayor financiación.

Repiten, por tercer año consecutivo, como el mejor Servicio de Nefrología de España en los prestigiosos premios Best in Class, y lo hacen pese a la pandemia de COVID. ¿Cómo ha impactado la emergencia sanitaria en su actividad?

La situación de nuestro servicio ha ido variando desde el inicio de la emergencia sanitaria. Tras el confinamiento domiciliario de la primera ola, que nos obligó a suspender el programa de trasplante renal y a llevar a cabo planes de contingencia muy dinámicos por lo cambiante de la situación, daba la sensación de que la pandemia iba quedando atrás. No obstante, vinieron las sucesivas olas y, desde el punto de vista asistencial, en nuestro servicio impactaron más las que se produjeron a principios de este año, incluso, que las de 2020.

¿Hasta qué punto lo hicieron?

Hasta el punto de tener que suspender, de nuevo, parte de los programas de trasplante renal y de páncreas, porque se registraron casos de COVID en la Unidad de Diálisis que nos obligaron a habilitar un área específica, con unas condiciones de aislamiento determinadas, para poder dializar a los afectados. También se produjeron bajas entre el personal facultativo y de enfermería, y todo esto, sumado a la fatiga del año previo y a la llegada del periodo vacacional, nos llevó a una situación de relativa precariedad que exigió un esfuerzo por parte de todos. De hecho, este premio Best in Class sabe un poco mejor porque hemos sido capaces de mantener la calidad asistencial y el ritmo más allá de los límites que nos marcaba la pandemia.

En cuestión de días colgará definitivamente la bata blanca. ¿Cómo deja el servicio?

En estos momentos, desde el punto de vista asistencial, nuestro servicio está bastante estabilizado. Pese a que la incidencia del SARS-CoV-2 ha aumentado en el área sanitaria en los últimos días, el impacto en el hospital está siendo menor que en anteriores olas. El programa de trasplante renal se retomó de forma plena en octubre, y ya estamos a la velocidad de crucero habitual. Este año, como es lógico, la cifra global de cirugías de ese tipo, y también de páncreas, disminuirá en torno a un 20% con respecto al periodo previo a la pandemia. Serán muchas, pero menos. La situación de las consultas se ha ido estabilizando también, al igual que los tiempos medios de demora, y la actividad asistencial se ha retomado, prácticamente, al cien por cien. Mi principal preocupación, ahora, es la estabilidad de las plantillas.

"Mi principal preocupación, ahora que me jubilo, es la estabilidad de las plantillas"

¿A qué se refiere?

Que yo me jubile es una cuestión anecdótica, pero ha habido bajas por enfermedad y el actual sistema de listas de contratación dificulta, a veces, el poder fichar a profesionales con perfiles asistenciales más apropiados para un servicio hospitalario como el nuestro. Hay ofertas públicas de empleo (OPE), traslados... y todo eso puede tener una incidencia impredecible en la homogeneidad de las plantillas. Cierto es que llega savia nueva, pero se tiene que adaptar al ADN del servicio y mejorar, a veces, en su formación.

¿Qué propone para solventar esta situación?

En un hospital de tercer nivel como el nuestro [el más alto], un porcentaje significativo de plazas —ya no solo de forma global, sino en cada servicio— se deberían convocar para perfiles determinados. En nuestro servicio, por ejemplo, pueden hacer falta un nefrólogo trasplantador, un experto en hemodiálisis o una enfermera para una unidad de dolencias raras. Pero si no se logra perfilar esas plazas, acabarán viniendo profesionales generalistas que, muchas veces, no tienen el perfil adecuado de formación, al menos durante un tiempo, y eso genera muchos problemas a nivel asistencial. La estructura sanitaria debe garantizar que los servicios que nos movemos en un gran nivel de especialización podamos acceder a facultativos formados , sin tener que vernos obligados a pasar por sucesivas curvas de aprendizaje cada uno o dos años. Para mí, que estoy a punto de marcharme, esta es la mayor fuente de inestabilidad en los servicios hospitalarios en general, y en el nuestro en particular, de cara a los próximos años.

Se jubila tras más de 40 años en el Chuac, los últimos seis, al frente del Servicio de Nefrología. Me consta que pospuso, en varias ocasiones, este momento. ¿Por qué decide irse ahora?

Efectivamente, he prolongado hasta en cuatro ocasiones mi vida laboral, y quizás podría seguir un año más, pero a nivel interno y familiar considero que es el momento de marcharme. La medicina es tan absorbente y han sido tantísimos años dedicado a ella, que me apetece hacer otras cosas, sin olvidarme de que soy médico, nefrólogo y trasplantador. Eso irá siempre en mi ADN.

¿Cómo afronta la despedida?

Con ambivalencia. Se abre una nueva etapa que encaro con ilusión, pero también tengo cierta sensación de pena, por lo que implica despedirse de enfermos a los que, en muchos casos, llevo atendiendo desde hace 40 años. A muchos los he conocido siendo ellos unos niños y yo un médico residente, y ahora tienen hijos, incluso nietos. Después de toda una vida a su lado, el adiós es muy emotivo. Y lo mismo sucede con los compañeros, sobre todo con los más veteranos. Hemos pasado juntos alegrías y tristezas, y nos hemos apoyado mucho. En este hospital he pasado una etapa maravillosa de mi vida.

"Lo más duro es siempre el fallecimiento de pacientes, sobre todo cuando te quedas con la sensación de que no era su momento"

Más allá del COVID, que es lo más reciente, ¿cuáles han sido los momentos más tristes de su carrera?

Lo más duro es siempre el fallecimiento de pacientes. Sobre todo, cuando te quedas con la sensación de que ha sido una injusticia y de que a esa persona no le tocaba morirse en ese momento, por su propia lucha, por el apoyo incondicional de su familia y por nuestros esfuerzos [silencio]. Casi me podría ir acordando de todos y cada de los pacientes que estuvieron en esa situación...

Y entre las alegrías, ¿con cuáles se queda?

Es difícil elegir, porque han sido muchas. El inicio del programa de trasplante renal, en 1981, y su impulso a partir de la creación de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT), en los 90; la expansión de la diálisis peritoneal; el acceso a terapias más sofisticadas que permiten manejar las enfermedades renales de una manera más científica; poder tratar a pacientes con dolencias raras...

¿Algo más?

La consolidación del programa de trasplante renal de donante vivo. El inicio del trasplante de riñón y páncreas para pacientes con diabetes de tipo 1, en el año 2000; el primer trasplante de donante vivo incompatible, que llevamos a cabo en nuestro hospital en 2007...

Nada tiene que ver la Nefrología que deja con la que se encontró cuando llegó al Chuac.

Nuestro nivel de conocimiento actual, obviamente, está a años luz del que teníamos hace cuatro décadas. Siempre cuento a las generaciones más jóvenes que, cuando yo hice la residencia (y casi hasta que logré ser adjunto) no existían ni la ecografía ni el escáner. Disponíamos de un arsenal de antibióticos muy limitado, y la calidad de la diálisis era pésima. Al inicio del programa de trasplante renal, en la década de los 80, las cifras de rechazo y las posibilidades de manejar a los pacientes eran también bastante pobres. Entre el 60 y el 70% de los trasplantados sufrían rechazo, que en algunos casos se podía revertir, pero en otros no.

¿Por ejemplo?

Ante una infección, la única alternativa que teníamos entonces era retirar la inmunosupresión. Y sin esa medicación, el rechazo del nuevo órgano era inevitable.

"Quizás el xenotrasplante llegue a ser esa fuente de órganos por la que siempre hemos suspirado"

¿Cuál es el panorama actual?

La incidencia del rechazo, en trasplante renal, está por debajo del 10%. La mayoría de las infecciones se controlan razonablemente. Se dializa a pacientes de más de 90 años y se trasplanta por encima de los 80. Y todo esto lo hemos logrado adaptándonos constantemente, porque el contexto social tampoco ha sido siempre el mismo. En los años 80, el donante tipo eran jóvenes que se dejaban la vida en la carretera durante los fines de semana. Con el endurecimiento de las leyes de seguridad vial y la mejora de las carreteras, los vehículos y las unidades de cuidados intensivos (UCI), ese perfil de donante supone entre un 10 y un 20% del total. En el área de diálisis, el proceso de adaptación también ha sido continuo y nos ha llevado a donde estamos en la actualidad. La nefrología de hoy no tienen nada que ver con la de hace 30 ó 40 años.

¿Se despide con alguna 'espinita' clavada?

No es tanto una espinita, pero sí me hubiese gustado haber visto llegar a buen puerto el xenotrasplante renal. En la década de los 90, desarrollamos durante tres o cuatro años un programa experimental de xenotrasplante único en España, y de los pocos que había en marcha, en aquel momento, en todo el mundo. Contábamos con un equipo multidisciplinar muy potente (formado por veterinarios, urólogos, nefrólogos, radiólogos, anestesistas, etc...) e hicimos varios trasplantes de cerdos transgénicos a primates, con muy buenos resultados. De hecho, llegamos a tener supervivencias de hasta siete semanas, lo cual era una barbaridad.

¿Por qué no prosperó aquella experiencia pionera?

Por cambios internos en el equipo y, sobre todo, porque se agotó la financiación. Contábamos con el apoyo de la Fundación Barrié, algo que hay que agradecer muy vivamente a esa institución, pero la inversión tendría que haber escalado mucho, cuantitativamente hablando, para poder seguir adelante con el proyecto.

¿Ha habido algún avance posterior o el xenotrasplante es una opción descartada?

Parecía que ese programa era tan discordante que no iba a llevar a nada, pero hace unas semanas la Universidad de Harvard realizó, de forma experimental, un trasplante renal de un cerdo transgénico a una persona en muerte cerebral (previa autorización, por supuesto, de su familia). El órgano funcionó durante varios días, de hecho, el paciente no falleció por la insuficiencia renal, sino por una infección. Esto hace pensar que, probablemente, el xenotrasplante pueda ser viable para receptores seleccionados, al menos de entrada, y que quizás llegue a ser esa fuente de órganos por la que siempre hemos suspirado.