Sanidad
Hacer la maleta en A Coruña para curarse en Barcelona
El coruñés Gael Vilela, con linfoma no Hodgkin, es uno de los gallegos que participaron en el ensayo con células CAR-T del Hospital Clínic de Barcelona, alojado por la Fundación Josep Carreras
Ágatha de Santos
La cocina se convirtió en su gran aliada durante el tratamiento contra el cáncer. Aunque durante ese tiempo no pisó la cocina, Gael Vilela cocinaba mentalmente. Fue su forma de sobrellevar las terapias y la propia enfermedad, su forma de hacer que su vida no se parase. Este arzuano de 27 años es uno de los pacientes de linfoma no Hodgkin que participó, en 2018, en el ensayo con células CAR-T del Hospital Clínic de Barcelona.
Esto supuso tener que mudarse a Barcelona durante el tiempo que duró el ensayo clínico. La unidad de trabajo social de ese hospital le ayudó en esta tarea, contactando con la Fundación Josep Carreras contra la Leucemia, que les facilitó, a él y a su madre, uno de los ocho pisos de acogida que pone a disposición de los pacientes de leucemia y otras enfermedades oncohematológicas, y de sus familias, con recursos económicos limitados y que residen lejos del centro hospitalario que les atiende.
A Gael le diagnosticaron linfoma no Hodgkin de células grandes —enfermedad por la que se forman células malignas en el sistema linfático— con 21 años. Comenzó con un intenso dolor de espalda que no le dejaba prácticamente dormir, y que su médico de cabecera achacó a problemas musculares. Hasta que orinó sangre y fue a urgencias. “Ahí comenzaron a hacerme un poco más de caso”, explica Gael.
El diagnóstico no tardó en llegar y, aunque al principio fue un duro golpe, no tardó en reponerse. “Cuando tomé conciencia de lo que era el linfoma no Hodgkin y lo que había que hacer, les pregunté a los médicos: ‘¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que salga de ésta?’. Me dijeron que podía ser igual cinco meses como un año. Y yo contesté: ‘Van a ser cinco’”.
Pero no fueron cinco meses. Tampoco un año. Durante un año y medio recibió quimioterapia —hasta cinco líneas diferentes—, sin que las células cancerosas sucumbiesen. “Fue una quimio bastante agresiva, aunque sólo desapareció el dolor y perdí el pelo”, afirma.
En septiembre del primer año de quimioterapia surgió la posibilidad de participar en un ensayo con células T con receptores quiméricos de antígenos (CAR-T) en Barcelona. Ya había comprado los billetes cuando le comunicaron que se suspendía. Meses después, cuando estaba iniciando un nuevo tratamiento, se reanuda el ensayo y Gael no lo duda: se inscribe. El problema era que no encontraba alojamiento. Fue ahí cuando entró en la ecuación la Fundación Josep Carreras. “Primero nos instalaron en un piso en el centro que se había quedado sin ocupar, hasta que llegó el paciente que iba a vivir en él. Entonces, nos buscaron otro en Llobregat, también cerca del hospital”, recuerda.
Fue cerca de un mes el que estuvieron su madre y él en la Ciudad Condal. La terapia con células CAR-T duró dos semanas, aunque estuvo ingresado otras dos más. Este tratamiento de inmunoterapia celular consiste en extraer células T (tipo de célula del sistema inmunitario) del paciente y modificarlas en el laboratorio añadiéndoles el receptor de antígeno quimérico (CAR) para que ataquen a las células cancerosas una vez suministradas mediante infusión. “Me dijeron que era como una gripe: hay quien la pasa con pocos síntomas, a quien le da bastante fuerte y, aunque en pocos casos, quien muere. Yo tuve un poco de fiebre y poco más”, recuerda.
Mientras el tratamiento trabajaba, Gael ideaba recetas para cuando se reencontrara con los fogones, como así fue. “La cocina es mi vida y fue una ayuda impresionante durante todo el tratamiento”, dice.
Asegura que nunca tuvo miedo a morir, ni por el cáncer, que de momento no ha vuelto a dar la cara, ni por la terapia con CART-T. “No le tengo miedo a la muerte, pero sí a que mi vida se pare, que es lo que sentí cuando caí enfermo. Tenía un trabajo, una vida independiente, pareja... y de repente me vi de nuevo en casa de mis padres, sin trabajo, viviendo una relación a distancia y sin saber hasta cuándo. Lo primero que pregunté cuando finalicé la terapia fue que cuándo podría comenzar a trabajar. Necesitaba volver a la normalidad. Trabajo diez horas diarias. Esto demuestra que estoy bien”, afirma.
Asegura que fueron dos los motivos que le impulsaron a hacer este ensayo: su propia salud y el síndrome del superviviente. “Conocí a gente que no superó el cáncer y me preguntaba por qué yo sí y ellos no, y entonces entendí que tenía que hacer algo para ayudar también a otros pacientes”, comenta este cocinero, que reconoce que también tuvo una inestimable ayuda de su familia y de sus amigos.
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