La casa que Rosario Porto heredó de sus padres en Teo, clave en el caso, recibió ayer la visita de su propietaria y de Alfonso Basterra, que coincidieron por primera vez tras tres semanas en prisión sin contacto. No obstante, lo que los unió ayer fue un nuevo registro -y van tres- del chalé acordado en la misma mañana al que estaban obligados a asistir, aunque no para una reconstrucción.

Allí llegaron en torno a la una tras salir de los juzgados. Aunque no accedieron de inmediato a la propiedad, fueron los últimos en salir de ella. Sus abogados estuvieron presentes, junto al juez, el fiscal, agentes judiciales y un amplio dispositivo de la Guardia Civil que acordonó el acceso, aunque permitió entrar a una furgoneta de una firma de cerrajería y alarmas de seguridad, cuyo operario permaneció en la finca a disposición de los agentes sobre una hora.

Durante las dos que se prolongó el registro, pudo verse a Porto y a Basterra por el jardín y por la terraza, en compañía de sus letrados y con los investigadores. Los agentes dejaron la casa en torno a las 15.40 horas llevando varias bolsas con "algunos objetos".

Una prueba clave en la investigación de este crimen es la de los análisis toxicológicos realizados sobre el cabello de Asunta Basterra para conocer desde cuándo se producía la sedación. Y éstos han revelado lo que ya se sospechaba, que no fue algo puntual: la niña estaba siendo narcotizada desde tiempo atrás, con picos elevados el pasado julio y en las horas previas a su muerte, que se produjo el pasado 21 de septiembre. El avance del examen que se efectuó del pelo de la menor revela qué drogas pudo tomar la víctima y si el consumo era ocasional o de continuo, según informaron fuentes de la investigación, que indicaron que en los tres meses anteriores al crimen la pequeña de 12 años tenía rastros de un ansiolítico, el Lorazepam. Se trata de un tranquilizante de la familia de los benzodiazepínicos que también consumía Rosario Porto y cuya marca comercial más conocida es Orfidal, un fármaco que se utiliza para tratar estados de ansiedad y siempre bajo prescripción médica. Las concentraciones más elevadas que se observaron en el cabello de la niña se sitúan al inicio del verano, lo que coincide con lo relatado por dos profesoras de la víctima que se percataron de sus estados de somnolencia. Y se detectó en la jornada en la que murió, cuando se da el registro más llamativo, pues la dosis fue extrema y prácticamente letal: 0,68 microgramos por mililitro de sangre, lo que supondría, a juicio de los expertos, unas 70 pastillas. La pediatra de la niña declaró hace unas semanas ante el juez que Asunta no era alérgica, frente a lo dicho por sus padres, que contaron en su día a los docentes que por su condición de alérgica tomaba una "fuerte medicación" que la dejaba aturdida.