Una de las primeras imágenes que ven quienes llegan a Mocoa de la tragedia que vive esta ciudad del sur de Colombia es la de una multitud que espera pacientemente a las puertas de un cementerio información sobre familiares y amigos fallecidos en la avalancha que ha dejado, oficialmente, 207 muertos, aunque la Cruz Roja eleva las víctimas a 234, 43 de ellas menores. La avalancha del río Mocoa y sus afluentes Sangoyaco y Mulatos, ocurrida en la noche del viernes, ha destruido diecisiete de los cuarenta barrios de la capital de Putumayo, tragados por una avalancha de lodo, grandes piedras y otros materiales.

Alrededor de un centenar de personas espera a las puertas del camposanto en la más absoluta tranquilidad, como si estuvieran acostumbradas a la tragedia, para saber si a quienes buscan están entre los muertos o entre los desaparecidos. La Policía controla la entrada y no permite que la prensa se acerque demasiado por motivos de seguridad y de higiene, pues el olor fétido de la muerte se siente en medio del calor de la mañana según la dirección en la que corra el viento. "Vivir la experiencia fue muy duro. Observar cómo los árboles desaparecían como si fueran hechos de papel, todo se venía encima", recordó un testigo de la tragedia. "Todo el mundo corría despavorido, sin mirar la avalancha. La gente, los carros desaparecían en el agua, y algunos pudieron salir, pero otras personas no", añadió el mismo testigo.

El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, llegó ayer por segundo día a Mocoa, que ha sido declarada en estado de calamidad, con el fin de solucionar "los cuellos de botella en la ayuda humanitaria". La magnitud de la catástrofe se agrava por el aislamiento de esta zona amazónica.