Con su nueva película Yuli, un biopic donde el bailarín cubano Carlos Acosta se interpreta a sí mismo, la directora española Icíar Bollaín entró ayer en liza en el Festival de San Sebastián, en que se firmó una carta para promover una mayor presencia femenina en el cine. En uno de los momentos fuertes del día, el público vio desfilar en la gran pantalla la vida entera de Acosta, de 45 años. La abundancia de temas es exhuberante: la soledad, la insistencia de su padre Pedro y su maestra para que persistiera, los problemas familiares, el éxito, el racismo, y por supuesto el castrismo.

"Para mi persona fue traumático", volver sobre todo a su pasado, y pese a ello "de lo más enriquecedor", dijo a los periodistas Acosta, un portento del ballet clásico, que con 18 años fue contratado en Londres como primer bailarín del English National Ballet. Tal como se muestra en el filme, de niño "yo quería ser futbolista, quería ser Michael Jackson, pero mi padre estaba empecinado en que fuera bailarín (...) y gracias a él soy el que soy", un bailarín estrella premiado en Suiza, Francia, Italia, Polonia o Estados Unidos.

"Su familia obviamente era un tema muy importante (...) pero también la historia de Cuba", añadió el guionista escocés Paul Laverty, refiriéndose al humilde padre de Acosta, camionero de profesión, y que no para de recordarle que es descendiente de esclavos africanos.

El guión es una adaptación de No Way Home, la autobiografía de Carlos Acosta, al que su padre le dio el apodo de Yuli, hijo de Ogun, una divinidad africana. Pero por encima de todo, es una oda a la danza, con ayuda del bailarín Keyvin Martínez, intérprete del Acosta joven que se abre paso en Londres.

"Son ocho horas diarias (...); pones la salud en riesgo, en beneficio de otros. Muchos consideran que es algo religioso. Y es una batalla de la mente contra el cuerpo", explicó Acosta.

Con esta película, la directora madrileña de Te doy mis ojos (premio Goya a la mejor película en 2003) o El Olivo (2016) entra con fuerza en la competición de la sección oficial, donde 18 largometrajes luchan por la Concha de Oro, máximo galardón.

En otro registro muy diferente, ayer se presentó en la misma categoría la filipina Alpha: the right to kill, de Brillante Mendoza, mejor director en Cannes en 2009 con Kinatay. La cinta fue concebida como un capítulo de la serie de Netflix Amo, y en ella, el espectador se sumerge en la historia de Moisés Espino, un policía corrupto antinarcóticos. El filme puede interpretarse como un enérgico alegato contra la política antidrogas del presidente filipino Rodrigo Duterte, acusado de numerosas violaciones a los derechos humanos. Sin embargo, Mendoza evitó pronunciarse ante la prensa sobre dicha política, y afirmó que la del policía Espino "es una historia personal", y el tema "un relato sobre lo que ocurre en [su] país".

La jornada de ayer tuvo un tono político, y es que el Festival de San Sebastián firmó una carta para promover una mayor presencia femenina en la industria cinematográfica española ya que un estudio de la asociación Cima revela que los hombres ocuparon más del 70% de los cargos de responsabilidad en las 131 películas españolas estrenadas a lo largo de 2017, un año en el que la presencia de la mujer en el sector descendió respecto a los dos años anteriores.

En este sentido, la organización del Festival anunció que el certamen tendrá en 2019 un comité de selección de películas paritario. Igualmente, compilará estadísticas desagregadas por género, tanto sobre las películas recibidas como las seleccionadas, "para disponer de datos fiables y reales sobre la presencia de proyectos liderados por mujeres". "Las mujeres sólo queremos poder competir en igualdad de oportunidades, porque sabemos que ganamos", afirmó la vicepresidenta del gobierno socialista y ministra de Igualdad, Carmen Calvo.