George R. R. Martin es el rey del cliffhanger. De esos finales sorprendentes, que dejan al lector/espectador, literalmente, "colgando de un precipicio". Un mecanismo narrativo que ha llevado a la excelencia en la saga Canción de hielo y fuego, y cuya adaptación catódica, Juego de Tronos, ha sabido administrar con eficacia durante las siete temporadas anteriores. El estreno, en la madrugada de ayer, del primer capítulo de la última temporada, no utilizó ese recurso. Tampoco le hacía falta: el avance inexorable del ejército de caminantes blancos hacia el sur ya genera la tensión suficiente. Contando con esa ventaja, este capítulo inaugural de la tanda final se centró en reunificar buena parte de las múltiples tramas abiertas en las temporadas previas, reuniendo a los principales personajes en Invernalia y, en menor medida, en Desembarco del Rey.

El reencuentro de los Stark supervivientes, más Daenerys y Tyrion, en Invernalia se venía fraguando desde, al menos, la séptima temporada. D. B. Weiss y David Benioff, los showrunners de Juego de Tronos, habían jugado al gato y al ratón con los retoños de Ned Stark (incluyendo en la lista a Jon, que como se desveló varios capítulos atrás era en realidad el sobrino del decapitado Guardián del Norte). Todo acabó con esta gran reunión, dividida en sucesivos careos que cerraron algunas heridas y abrieron otras.

En una saga como Canción de hielo y fuego, narrada a través de diferentes puntos de vista, manejar el flujo de información a la que acceden los personajes, decidir quién sabe qué en cada momento, es crucial. La toma de conciencia de Jon sobre su origen es un momento decisivo de la saga. ¿Cuáles serán sus pretensiones, ahora que se sabe legítimo heredero al Trono de Hierro? ¿Cómo reaccionará la Madre de dragones ante esta inesperada competencia? El incipiente romance entre ambos y la tradición Targaryen de casarse entre ellos debería evitar cualquier conflicto, pero en Poniente nunca se sabe.

Que Jon y Daenerys van en serio quedó de manifiesto desde el momento en el que la Khaleesi dejó al caudillo antes conocido como el "bastardo de Invernalia" cabalgar a lomos de Rhaegal, su dragón verde, en la escena más espectacular del capítulo. Las tiranteces entre Sansa y Daenerys y el desencanto de Samwell Tarly al saber, por boca de la Reina dragón, del destino de su padre y de su hermano, abren dos posibles vías de conflicto en el Norte, pero todo apunta a que estas disputas quedarán enterradas cuando haya que hacer frente común para frenar al Rey de la Noche y sus huestes.

Otra cosa es lo que se está cociendo al sur. En Desembarco del Rey, Cersei cuenta ya con un imponente ejército de mercenarios (20.000 hombres y 2.000 caballos) con el que piensa arrasar al vencedor en el combate entre muertos y norteños. Su alianza con Euron Greyjoy, ya consumada, le garantiza además el dominio de los mares, aunque la liberación de Yara por parte de su hermano Theon puede abrir una brecha entre los "hombres del hierro". Habrá que ver lo que trae la marea.

La otra novedad en la capital, algo más inesperada, es el encargo de la reina a Bronn, justo cuando el mercenario protagonizaba una de esas escenas de sexo que escaseaban en las últimas temporadas de la serie. La propuesta, con ballesta incluida, deja muchas incógnitas sobre el papel que jugará el mercenario en el destino de los Siete Reinos.

En definitiva, la primera entrega de esta temporada final trajo pocas sorpresas, pero sí que aportó suculentos avances en la trama al propiciar diversas reuniones largamente aplazadas y, sobre todo, la revelación definitiva no al espectador, pero sí al interesado, sobre el origen de Jon Nieve. Eso y la constatación de que Bran ejerce ya como auténtico demiurgo del destino de Poniente.