Una dulce y vibrante despedida

Elton John, inmerso en su gira de adiós a los escenarios, ofrece en Barcelona un concierto generoso y emotivo

Elton John, el lunes en su concierto de Barcelona.   | // ENRIC FONTCUBERTA/EFE

Elton John, el lunes en su concierto de Barcelona. | // ENRIC FONTCUBERTA/EFE / Jordi Bianociotto

Jordi Bianciotto

Jordi Bianciotto

Carecía del sex appeal de Jagger o Bowie y en escena, sentado al teclado, veía limitada su desenvoltura como estrella pop, pero Elton John se las apañó en su día para descollar con su catálogo de tonadas (en tándem con el letrista Bernie Taupin), ya fueran sad songs o números para el baile bajo la bola de espejos, con alma de entertainer y un punto de extravagancia. Todo ello toca a su fin, pero el espectáculo debe seguir brillando hasta la última escena, y así fue en el primero de los dos conciertos de despedida que el artista ha ofrecido en Barcelona, llenos de emociones mezcladas.

Disfrute, melancolía y algo de desahogo en una audiencia que había adquirido sus entradas en el remoto otoño de 2019 y que se había tenido que comer el aplazamiento de los shows en dos ocasiones. De ese espíritu participó el propio Elton John, que al poco de abrir la actuación (con piano el staccato de Bennie and the Jets) celebró, respirando hondo, “estar por fin aquí después de todo este tiempo”.

Aunque su producción se extiende a lo largo de más de 50 años, el escrutinio final que representa esta gira, Farewell yellow brick road, circunscribe el periodo de gloria a una década y media: 19 de las 23 canciones seleccionadas son de los años 70 (y otras tres, de los 80). Yendo al grano, Philadelphia freedom desplegó muy pronto sus brillos proto-disco music, todo efervescencia en la gigantesca pantalla de vídeo reclinada, camino del sensiblero pero infalible I guess that’s why the call it the blues.

Esta vez no hacía falta disimular que se trataba de mirar hacia atrás. De eso se trataba, y Border song trajo el recuerdo de cuando Aretha Franklin adaptó la canción. “Probablemente fue uno de los días más felices de mi vida”. Sir Elton, con su grosor vocal en buen estado a los 76 años, relamiéndose en las improvisaciones al piano (Rocket man, muy estirada) y disfrutando de los recovecos de piezas relativamente oscuras como Have mercy on the criminal y Take me to the pilot. Y la serpenteante Someone saved my life tonight, evocadora de los días en que llegó a sopesar el suicidio para escapar de un noviazgo insatisfactorio.

Abundancia de esos deep cuts en el corazón de la noche: Levon, cántico acerca del tipo que se aburre hinchando globos, metáfora de un ritual familiar. Y tras un Candle in the wind que recuperó su dedicatoria original a Marilyn Monroe (ni rastro de Lady Di en la pantalla), la secuencia de Funeral for a friend / Love lies bleeding, con niebla carbónica y vistas al prog-rock, y un Burn down the mission en llamas. No fue la mejor noche para los fans de hits de madurez tipo Nikita, Sacrifice o The one, desalojados del atril. Sí que hubo lugar para Sad songs (con discutible tacto rockero) y un alocado I’m still standing.

La banda no es un asunto menor en los conciertos de Elton John, que se detuvo en el elogio de cada uno de los músicos, con énfasis para el recuperado percusionista Ray Cooper y los tan o más veteranos Davey Johnson y Nigel Olsson. Momento para tomar aire antes de la sacudida final, culminada por el trote rocanrolero (bañado en confeti) de Saturday night’s alright for fighting. Ovaciones recíprocas: también de Elton John al público, inclinándose ante él.

La única de las 23 canciones de la noche fechada en el siglo XXI, Cold heart, no es sino un medley de viejos éxitos en complicidad con Dua Lipa y el dúo electrónico Pnau. Sonó en el bis, con un Elton John en bata kitsch a lo Liberace, acompañado de sendos pesos pesados, Your song y Goodbye yellow brick road, dando a entender que su arte pop trasciende generaciones y que, aunque él se retire, no faltará quien siga cantándolo.