Si A Coruña pudiese separarse del futuro que para ella ha ideado el arquitecto Joan Busquets, podría convertirse en un tablero del Monopoly en el que todos, vecinos y ajenos, podrían poner precio a cada palmo de la tierra que pisan. Como en el mundo real esto no es posible, hasta el mes de enero de 2010, Google ha puesto al alcance de la mano de los fanáticos de los juegos de mesa -en la dirección www.monopolycitystreets.com- las herramientas y tres millones de dólares para que empiecen a cumplir el sueño de convertir en una mina de dinero la calle que habitan.

Construir, alquilar, especular, extorsionar y poner, por arte de magia y de talonario, fábricas contaminantes cerca de núcleos residenciales son algunas de las normas de esta nueva versión del clásico juego de mesa que, a diferencia del precursor, no cuenta con una tabla de precios, sino que las calles se revalorizan o devalúan según las leyes del mercado o los usuarios que estén conectados en ese momento.

Si fuesen los usuarios del juego los que tuviesen en su mano la ordenación municipal, tan sólo el entorno de la calle Juan Flórez tendría tres "amenazantes" edificios: dos plantas de tratamiento de aguas residuales y una fábrica con dos chimeneas que inundan de humo gris los pequeños núcleos de viviendas que se han instalado a su alrededor.

Las reglas del juego están muy claras: hay que convertirse en el mayor magnate inmobiliario del mundo y eso implica empezar desde cero e ir escalando los seis niveles que presenta el tablero, aun cuando el ascenso no responda a los criterios comerciales más estrictos. Desde la compra directa de calles hasta la suerte que va y viene y que aparece en forma de tarjetas que cambian el destino de las fortunas que se juegan en la Red.

Este nuevo Monopoly utiliza como tablero el Google Earth pero no todas las calles están a la venta en la primera fase del juego porque muchas de ellas tienen ya un dueño y es preciso invertir parte de los tres millones de dólares que Google pone al servicio de cada usuario para comenzar a fraguar un imperio que es tan volátil como virtual.

En Betanzos, sólo en la carretera de A Coruña, si el Monopoly pudiese despegarse de su dinero de mentira y hacerse realidad, habría dos estadios de fútbol, un castillo fortificado y un colegio de tejado rojo que impide a los demás magnates colocar fábricas contaminantes o derribar las edificaciones realizadas en su entorno.

De entre los lugares más caros de España está el paseo marítimo, y es que no llegan 12, 5 millones de dólares del Monopoly para hacerse con este pedazo de tierra que cuenta con trece conjuntos residenciales pero que ha sido saboteada por un magnate rival del propietario de la vía con la instalación de un edificio que perjudica la salud de los que viven a su alrededor, por lo que el dueño del paseo no recibe ingresos por el alquiler de los inmuebles -la manera más directa de recibir grandes sumas de dinero en esta versión virtual del juego-. Pero, dentro de la ciudad, más cara todavía que el paseo marítimo es la avenida de A Pasaxe, para la que no llegan 30,8 millones de billetes.

Para comprar la Rambla de Barcelona, por ejemplo, harían falta un billón de dólares, pero para hacerse con la viguesa calle Príncipe son suficientes 3,1 millones de dólares, siempre y cuando el propietario de la calle decidiese deshacerse de ella. El precio de la Gran Vía madrileña se cifra en 1,6 millones de dólares, aunque hay jugadores que han llegado a pujar por ella hasta 2,4 millones de los billetes virtuales.

Otro paseo, el de La Concha, en San Sebastián, vale más de 5 millones de dólares y sólo su alquiler cuesta cada día al inquilino más de 2,6 millones.

¿Tiene todo un precio, incluso los lugares más privados o los más públicos? El Monopoly se ha reservado el derecho a salvaguardar algunos espacios, como las playas, el monte de San Pedro, la Torre de Hércules, los museos y los hospitales, que no tienen precio y aparecen sólo como una referencia en el mapa de carreteras.

Otro de los enclaves históricos de la ciudad que no se ha librado de la especulación urbanística y de las zancadillas que los jugadores convertidos a constructores regalan a los que se ponen en su camino es la calle Real, que por los jugadores de este Monopoly al que el señor Burns de Los Simpson no haría ningún tipo de ascos, tendría a la altura de la galería de Sargadelos una planta de tratamiento de aguas residuales.

Donde no tiene seguidores el juego, ni unos poquitos, es entre los vecinos de Mera, que no se han comprado ni una sola de las calles de la parroquia oleirense y eso que, para construir, sólo necesitan tener dinero para hacerlo; no hay licencias municipales que tramitar ni denuncias de vecinos a las que atender; sólo la ley del más rápido y del que mejor juega sus cartas en un tablero que se extiende sin entender de fronteras ni visados por los continentes y los océanos; sólo una cárcel en la avenida das Mariñas muestra la huella del paso de los magnates virtuales por el Concello. Los que se están iniciando todavía en el juego son los vecinos de Culleredo y Pontedeume que, al lado de sus carreteras principales, han empezado ya a crear sus pequeñas urbanizaciones de vecinos.

Como todo en el Monopoly, este desorden urbanístico durará mientras el dinero no se agote o mientras un magnate con más visión de futuro no se encargue de echar abajo las construcciones que sus oponentes han ido forjando.

Con el paso de los días, las calles del Monopoly más grande y con más jugadores del mundo se van llenando de colores azules, que significan que alguien se ha hecho con esa parcela de tierra virtual que quizá nunca poseerá en realidad, y de líneas moradas que significan que son los bancos los propietarios de las vías.

La única pena que les queda a los jugadores es la de no poder ver en el tablero cómo se amontonan sus dólares y la de no emular al Tío Gilito contando sus monedas ante la atenta y envidiosa mirada de sus oponentes, al otro lado de la pantalla, que no pueden hacer nada más que despedirse de los ceros de su cuenta.