Aunque nací en la calle Ramón de la Sagra, desde los cinco años me crié en Eirís de Abajo junto con mis tres hermanos -Tito, Roberto y María Isabel-, así como mi madre, Otilia, puesto que mi padre falleció ese año. Fue en ese lugar donde conocí a mis primeros amigos en el colegio público de Monelos, donde tuve como profesor a José Vieiro.

Estuve dos años en ese centro, ya que luego pasé a la Academia Céltiga, situada en Cuatro Caminos, hasta los doce años. Posteriormente estudié en la Escuela del Trabajo, donde cursé la especialidad de Electricidad, profesión en la que trabajé desde los diecisiete años en una empresa de montajes ubicada en Juana de Vega que luego se trasladó a A Grela y que acabó siendo absorbida por Isolux. En 1977 decidí montar mi propio negocio en la calle Rafael Alberti, en el que trabajé hasta mi jubilación haciendo por toda Galicia montajes eléctricos para empresas de la construcción, cafeterías, salas de fiestas y comercios. Fueron unos años de mucho trabajo, ya que en esa época muchas personas regresaron de la emigración y pusieron en marcha negocios de este tipo.

Entre mis primeros amigos de Monelos estaban Camilo Gestal y Luis Rioboo, mientras que en Céltiga conocí a Luis Couto, Blanca Fernández y Antonio Dalmau. En la Escuela del Trabajo tuve como amigos a Luis Sineiro, Jalisco Iglesias, Antonio Moscoso, Jaime Patiño, Jaime Monelos y Fernando Suárez. Durante los años de mi infancia, en los años treinta, los juegos que teníamos los chavales se basaban en nuestra inteligencia, ya que en aquella época tan miserable de guerra y hambre no teníamos ni un miserable juguete. Con varias latas de sardinas nos inventábamos un tren y con las chapas de las botellas montábamos carreras ciclistas pintando la carretera con una tiza, aunque con ellas también hacíamos partidos de fútbol forrándolas con un trapo al que le pintábamos el escudo de cada equipo.

Pero nuestro principal entretenimiento era el fútbol, para lo que hacíamos pelotas con papeles o con un calcetín viejo o media de lana rota de nuestros padres, que rellenábamos con hojas de los árboles y forrábamos con papeles y cuerdas para que duraran varios días. Solíamos jugar en el antiguo campo de Eirís, donde se hacía la fiesta del barrio, que estaba rodeado de huertas y monte, así como por fincas en las que había mucha fruta que los chavales de mi pandilla íbamos a robar con frecuencia, sobre todo la de las huertas de don Manolito y de Casaritos. Hoy en día todo aquello ha desaparecido, ya que solo se conserva la antigua fuente de Oza, a la que todos los niños acudíamos a beber y las madres a buscar el agua para cocinar en las casas antiguas del barrio, que carecían de suministro.

Recuerdo también las sesiones de cine infantil de los domingos en las salas Monelos, Gaiteira, Doré y España, a las que acudíamos gracias a la paga que nos daban el fin de semana, en mi caso mis abuelos Antonia y Manolo, a quienes teníamos que ayudar mi hermano Tito y yo a llevar los productos de su huerta desde Eirís al mercado de San Agustín, lo que hacíamos portando las cestas con la fruta en la cabeza y las manos. Cuando salíamos de Monelos para entrar en la ciudad, mis abuelos tenían que pagar el fielato a los guardias, que le daban un boleto por si les volvían a parar.

También me acuerdo de los muchos fines de semana que tuvimos que trabajar en la huerta de mis abuelos plantando patatas, cortando tojos y recogiéndolos con el carro de vacas, lo que nos hizo perdernos los juegos con nuestros amigos. Las fiestas que más me gustaban eran las de Eirís, Monelos, Palavea, San Luis, A Cabana, O Birloque, Os Castros y A Gaiteira, a las que empezamos a ir desde los catorce años, para más tarde pasar a las de Sada y San Pedro de Nós, a las que íbamos enganchados en el tranvía Siboney, aunque si a la vuelta lo perdíamos, teníamos que hacer todo el camino andando.

Cuando empecé a trabajar, aprovechaba los domingos para ir a jugar al fútbol con mis amigos Armando Morado y Cadoira en los equipos Racing de Eirís, Batallador y Ferroviario de Lugo, en los que jugué entre 1951 y 1953. En esos primeros años de trabajo recuerdo que tenía que llevar la comida en una pequeña pota que luego calentaba a la hora de comer.

Me casé con María Luisa Burgos, que vivía en la calle Palomar, con quien tengo dos hijos, Emilio y Julio, que ya nos dieron cuatro nietos, llamados Mencía, Iago, Marco y Mauro. En la actualidad me dedico a participar en la Asociación de Voluntarios de Informática de Galicia, en la que fui vicepresidente, y con la que ayudamos tanto a niños como mayores, enfermos o discapacitados, así como a los colectivos que por necesidad o falta de recursos precisen de nuestra colaboración.