El cubano Lázaro Carreño lleva 44 años impartiendo clases magistrales de ballet, tanto en academias privadas como en la English National Ballet o la Ópera de París. Hasta finales de mayo realiza un curso intensivo en el Centro Coreográfico Galego de A Coruña, dirigido a una veintena de bailarines profesionales y maestros de danza.

-¿Cómo es la pedagogía del ballet?

-Como la de la escuela. Hay un periodo de base, los primeros tres, cuatro años, donde se enseñan las primeras técnicas, una a una. Es esencial que cada técnica que se aprenda se domine antes de pasar a otra. Si no, si se es demasiado ambicioso los primeros años, el alumno se atrofia. Luego el estudiante sigue su educación con otro maestro, otros dos o tres años. Y, tradicionalmente, un tercer maestro gradúa al alumno y le da un toque final que unifica las técnicas y les da un sentido. Ese se especializa en pulir al bailarín.

-Y usted enseña a bailarines ya profesionales.

-El maestro de maestros es el que no solo entrena al bailarín, sino que le monta una coreografía. Para eso se necesita, además de la pedagogía académica, experiencia y conocimiento de los roles y los estilos de una obra, para transmitirle su espíritu, manierismos y pormenores, que son los que hacen grande una actuación. Un conocedor distingue a un bailarín bien enseñado de otro que está haciendo la misma coreografía, pero sin los detalles que llamamos tener maîtrise. Para enseñar El lago de los cisnes tengo que dominar el estilo, la época, los gestos de ese ballet, tengo que tener experiencia para poderla transmitir. Ese es el top de un maestro. Los movimientos en la técnica académica tienen una determinada textura, color, ritmo; esto hace que un simple movimiento de brazo tenga un punto de vista, por ejemplo, romántico, e implique una interpretación.

-¿Es importante la atención personalizada?

-Una vez que empiezas a trabajar con un bailarín empiezas a ver lo que está bien, lo que está mal, lo que puede mejorar. Cada bailarín es un mundo, con cada uno hay que tratar de que progrese individualmente y hacer hincapié en sus dificultades.

-¿Qué cualidades hay que tener para ser un buen bailarín?

-Lo primero, las condiciones físicas naturales. En una escuela privada, todo el que llega paga y aprende ballet, pero en una escuela oficial como en las que yo estudié te harán pruebas preliminares: la curvatura de las piernas, la espalda, el cuello, los hombros, si el pie se estira bien? Luego, todo depende de la pedagogía. Y hay mucho esfuerzo, pues esta es una carrera muy bonita, pero muy sacrificada. Aunque te sientas mal, si quieres llegar a bailar bien tienes que dar el resto en el entrenamiento, pues tu instrumento es tu cuerpo.

-¿Cómo ha evolucionado la danza y su enseñanza desde aquellas hasta ahora?

-Lo ha hecho mucho, y yo creo que para bien. Hubo una época muy revolucionaria en la danza masculina. Antes de los 60 la técnica masculina era de acompañamiento. Gracias a Dios tuvimos la suerte de tener al bailarín Nuréyev, que ya no quería estar detrás de la mujer aguantándola y dio el salto al virtuosismo masculino. Hoy en día un bailarín clásico puede hacer técnicas prácticamente gimnásticas.

-¿Cómo empezó en la danza?

-Cuando terminé el tercer año de ballet en Cuba me fui a terminar la carrera a la escuela Vaganova, en Leningrado, que en aquella época era la más completa. Estuve 30 años bailando. Debuté en el 69, con diecisiete años, y no me he aburrido de la danza nunca. Antes al contrario, ha sido mi vida.

-¿Por qué lo dejó, el cuerpo ya no respondía?

-El cuerpo respondía, lo que pasa es que sufría (ríe). Tras cada función te duele todo más. La edad es implacable y las condiciones físicas del ballet son importantísimas: tu instrumento es el cuerpo. Pero hice una carrera muy larga, pocos bailarines han bailado tanto, sobre todo hombres. He bailado moderno, contemporáneo, danzas de carácter, pero mi base fue clásica y estuve especializado en esa danza.

-¿Cuál fue el mejor momento?

-Los treinta años. Adoré mi carrera.

-¿Y qué era lo mejor?

-Ponerse delante del público. La clase, el ensayo, son, entre comillas, la tortura del artista. Pero cuando llegas al escenario, esa tortura la conviertes en arte y en placer para el público. La mayor recompensa del artista es el aplauso y el reconocimiento de los espectadores. Ahí dices: valió la pena. Por supuesto, echo de menos ponerme delante del público. A mis alumnos les intento transmitir esto con el mismo amor con que yo bailaba.

-¿Qué nivel le parece que hay en Galicia y en España?

-Hay buenos bailarines y siempre los ha habido. He encontrado bailarines gallegos por el mundo entero. Pero en este país no hay tradición, porque no tiene el apoyo necesario. De igual manera que hay una compañía en Madrid podría haberla aquí en Galicia. El ballet no es lucrativo, y tampoco el arte en general, y necesita un apoyo. En Cuba el ballet tiene la calidad que tiene porque lo apoya el Gobierno.

-¿Pero se sigue de forma mayoritaria, como el boxeo?

-Para todo hay público: al público se le crea el hábito. A mí me obligaban a ir a ver la ópera, el ballet, la música, y me educaron así. Al niño no le surge por naturaleza. Hay países, como España, donde una persona te pregunta a qué te dedicas, le dices que bailas y te lo vuelve a preguntar. En Cuba, un taxista me para y me reconoce.

-¿Qué le transmite la danza a un espectador?

-Al espectador el baile le aporta placer. José Martí, nuestro apóstol cubano, decía: 'Un pueblo sin cultura es un pueblo pobre'.