Nací y me crié en la calle Noia, en la que pasé los mejores años de mi niñez y parte de los de mi juventud. Mi familia la formaban mis padres, Leonardo y Dolores, y mis hermanos María Teresa y Leonardo. Mi padre fue muy conocido en la calle de la Torre porque tenía allí la Barbería Parada junto al bar Odilo, que hacía esquina con la calle Atocha, mientras que mi madre trabajó en la fábrica de boinas situada en Linares Rivas y que era muy conocida por la gran boina que tenía colgada en su fachada y que se veía desde muy lejos.

Mi primer colegio fue el parvulario de la Grande Obra de Atocha y después el llamado El Despertador, situado encima de la panadería Porfirio, en la calle Vizcaya, del que pasé al Coca, en la calle Noia, en el que estuve hasta los doce años. A esa edad entré en la Escuela del Trabajo, aunque luego marché al Hogar de Santa Margarita para hacer el bachillerato, del que pasé al seminario menor de Belvís en Santiago. Finalmente estudié administración y contabilidad en la Academia Politécnica de San Andrés, donde me preparó la profesora Chicha Ruiz.

Esa formación me valió para presentarme a oposiciones de banca, en las que conseguí ingresar en el Banco Pastor, en el que desarrollé toda mi carrera laboral, aunque durante mi trabajo también hice estudios de graduado social, en los que tuve como compañeros a Julio Meana y Pancho Pillado.

Mis primeros amigos fueron los de mi calle y las de los alrededores, como Vizcaya, Paz, Santander, San Vicente, Ángel Senra y San Luis, que en aquellos años estaban casi todas sin asfaltar. Cuando empezaron a pavimentarse, desaparecieron las huertas y campos que había en la zona, como los de la Peña y Ángel Senra, donde habíamos jugado varias generaciones de chavales de este barrio.

En mi pandilla estaban Amador, Emiliano, los hermanos Domínguez, Roel, Tito Ríos, Chamaco, Tonecho y José Luis Villaverde, a quien llamaban Zamorita por lo bien que jugaba al fútbol. Todos nosotros jugábamos en la calle a la bujaina, las chapas y sobre todo a la pelota. También solíamos ir a coger ranas al lavadero y la fuente del Miacho, en lo que hoy es la calle Ramón Cabanillas, donde también nos lavábamos después de los partidos de fútbol y de nuestros juegos. Las huertas que había en el barrio nos permitían recoger patatas, maíz y frutas con las que hacíamos unas buenas comilonas que preparábamos haciendo una fogata.

Para divertirnos íbamos a las fiestas de la zona, como las de San Luis, Vizcaya, el Gurugú y Noia, ya que mi calle también hizo fiestas durante muchos años que era organizada por mi padre y otros vecinos, quienes construían el palco para la orquesta con tablones de obras que forraban con hojas de palmeras y que apoyaban contra una casa para que no se cayera.

En alguna ocasión también participé en las batallas de pedradas que se organizaban en el barrio, así como en las de espadas de maderas que nos hacíamos con la que nos daban en los fabriquines y con las que imitábamos las películas de aventuras que veíamos en las sesiones infantiles de los cines, como el España, al que más íbamos y en el que siempre nos metíamos con el acomodador Casimiro, que también era zapatero.

En mi juventud mi pandilla estuvo compuesta por Andrés Parada, Eusebio Freire, Juan Antonio Haz, Fernando Seijo y José Pérez Chamaco, con quienes iba a los bailes de la ciudad y las afueras, además de a las fiestas tanto en verano como en invierno.

Me casé con Sinda Vázquez, a quien conocí en la sala de baile Rey Brigo, de Betanzos, y con quien tuve tres hijos llamados Ana, Cristina y David, quienes ya me dieron un nieto, Mateo. En la actualidad, ya jubilado, formo parte de la asociación Amigos del Acordeón en O Birloque y practico el senderismo con los colectivos O Carroucho, el Club Social del Banco Pastor y Ártabros.