La actriz Mayte Bona, miembro de Morfeo Teatro, interpretará el próximo viernes a las 20.30 horas en el teatro Colón al diablo en la obra La escuela de los vicios, basada en textos de Quevedo.

-¿El diablo de Quevedo es un ángel caído o una representación de las miserias humanas?

-Francisco Negro, el dramaturgo y director, ha recogido los textos políticos dispersos en la obra de Quevedo y los ha dramatizado. El hilo conductor es este diablo cojuelo, que podía ser el mismísimo Quevedo: todo lo que dice es de sus textos, su sátira, sarcasmo y enseñanzas. El diablo se pone a buscar a dos necios a los que aleccionar en su escuela, para prepararlos para dirigir los rumbos y el destino del pobre pueblo sometido y subyugado.

-¿Cómo evolucionan estos dos personajes?

-Son dos personas muy hipócritas: cristianas, buenas, decentes, adalides del tiempo que representan, pero si el diablo hubiera dado con personas nobles y justas no hubiera podido reclutarlos. El diablo les tienta, pues para enseñarles les paga, y les va dando grados: primero bachilleres en mentir, luego licenciados en engañar, doctores en robar y catedráticos en medrar, y les da prebenda para regir los destinos del país.

-Acaban siendo ministros, magistrados y banqueros.

-Llegan a ministro y magistrado. El banquero es un grado distinto, una sorpresa que se reserva para el final de la obra. Quevedo hablaba de forma política sin convertir sus escritos en panfletos, dejando que la persona piense y apelando a su sensibilidad e inteligencia. Se tomaba en serio al pueblo.

-¿El lenguaje de la obra es accesible al espectador moderno?

-Totalmente. Quevedo, en su faceta más llana, era muy accesible. Hay un momento final, que es el del poema Poderoso Caballero es Don Dinero, adaptado al lenguaje y a la situación de hoy en día. Quevedo critica en sus escritos a los banqueros judíos genoveses, y él escribe que lo malo de su usura no es ella en sí misma, sino como Alemania aprenderá a manejarla para gobernar Europa. Esta frase está escrita hace cuatrocientos años.

-¿Se ven entonces reflejos entre la época de Felipe IV y VI?

-Absolutas y cristalinas. Y Quevedo sobrevivió a tres Felipes.

-¿La obra es pesimista?

-La obra termina con una frase de Quevedo impresionante, de absoluta esperanza. Curiosamente fue definitiva para que fuera encerrado. Volvió amarillos de rabia a los poderes de su época por la esperanza que encerraba para el pueblo.

-Usted diseñó el vestuario. ¿Qué buscó reflejar?

-Sí, soy la culpable (ríe). El de los dos necios es barroco, el diablo es un poco más atemporal. Los dos necios nos llevan a Quevedo y a su época, pero el diablo, la tentación, la condición humana, es atemporal.

-¿Hay referencias a otros grandes literatos españoles?

-La escenografía es claramente contemporánea, durante la obra y hacia el final hay referencias goyescas, igual que en el propio diablo. Hay un recorrido a través de la historia, y referencias a momentos puntuales de nuestra pintura, de nuestra literatura. No en balde tuvimos un Siglo de Oro en España, que no tuvieron los ingleses, franceses alemanes. Son países con una historia en muchos sentidos más oscura que la nuestra, por más que nos empeñemos en ponerlos como punto de referencia. Puede que el Siglo de Oro sea lo más grande que le ha pasado a Occidente a nivel artístico y cultural. En Morfeo Teatro estamos empeñados en reivindicarlo y ponerlo en valor. Quevedo o Cervantes son tan modernos? Hoy estarían en primera plana de actualidad con las mismas opiniones de hace cuatrocientos años.