David Doubilet lleva 44 años sumergiéndose en el océano con su cámara para documentar todas sus facetas, desde los pingüinos y las focas de icebergs de la Antártida a los tiburones del Pacífico, pero cada vez que entra en el agua se siente en parte en su hogar y en parte como un intruso. Este estadounidense es uno de los reporteros más prolíficos de National Geographic y quizás el más renombrado fotógrafo de fauna marina, pero para él bajar a las profundidades es "como estar en una casa ajena muy cómoda pero en la que sientes que no eres bienvenido". Ayer impartió una conferencia en A Coruña y hoy protagoniza un taller de fotografía en la Domus junto con su pareja, la también fotógrafa Jennifer Hayes.

Doubilet, que visita la ciudad invitado por el festival Mar de Mares y el proyecto Sea for society en el que participa el Aquarium Finisterrae, ha dedicado su vida a documentar unos océanos en peligro que está resuelto a defender. Una selección de un centenar de sus fotografías, en las que retrata variadas formas de vida marina como esturiones, tiburones, tortugas o focas, se exhibe en el Kiosco Alfonso hasta el día 29 de noviembre.

Doubilet se considera perteneciente a la "primera generación que ha visto realmente el mar". Hace un siglo, las profundidades eran un misterio tan ajeno como la superficie de la luna, y buena parte de los pescadores no sabían nadar. "¿Por qué ocuparse del océano? " cuenta Doubilet. "Todo lo que estaba bajo la superficie era desconocido, y la simple idea de ir allí asustaba". Considera que la conciencia ambiental cuando las fotografías del Apolo VIII mostraron que, desde el espacio, el nuestro es un planeta azul, en contraste con la negrura del espacio y la superficie sin vida de la Luna. No es la única conexión del fotógrafo con el espacio. Una de sus imágenes, la de un banco de peces en el Mar Rojo, viaja con una selección de fotografías en la nave espacial Voyager, aunque, como señala Doubilet entre risas, aún no ha recibido por ella derechos de autor de Marte o Venus.

Pero, mientras descubríamos los océanos, los íbamos destruyendo a pasos agigantados. La rica vida marina que encontró Doubilet en el Caribe en los años 70 ha desaparecido, y señala que solo quedan algunos enclaves, como Cuba en los que no ha quebrado el ecosistema. Acaba de fotografiar los corales de Papúa Nueva Guinea, país cuya población, y demanda de pescado, se ha duplicado desde que lo visitó por primera vez en los ochenta. "Siempre hemos estado tratando de destruir los océanos, pero la parte buena era que no éramos los suficientes", resume el fotógrafo, que también recuerda que "los vascos y los gallegos iban a los bancos de Norteamérica a capturar bacalao. Ahora, en el golfo de San Lorenzo, en la partes más ricas del océano, no quedan peces". En las escuelas se enseña que cada bacalao produce un millón de huevos para que sobreviva un alevín. Pero no se explica que los huevos que no sobreviven son necesarios para alimentar al resto de animales marinos, y que, si faltan, "toda la cadena trófica se rompe".

La pesca, la desaparición de los hábitats y, sobre todo, el cambio climático provocan en Doubilet la sensación de estar documentando "un tiempo y un lugar que desaparecerá en la vida de mi hija". Aunque reconoce que ha habido progresos en cuanto al conservacionismo, como la caída de la demanda de aletas de tiburón, ahora hay más de seis mil millones de personas en la Tierra, y la mayor parte no contempla, como él, la belleza del mar en primera persona. Para Doubilet, su misión es mostrársela para concienciar de la necesidad de su preservación. Para ello cree que debe tomar imágenes "trasciendan la historia y se conviertan en una pieza de arte". Y, aunque los peces odian las cámaras, a veces se puede establecer una conexión con ellos y retratar "las emociones en sus caras". A veces la tarea es peligrosa, con monzones, incendios y ataques de focas y escualos. En una ocasión, una foca atacó a Hayes mientras realizaba un reportaje; aunque, por suerte para ella, la fotógrafa contó con la ayuda de otro animal de la misma especie, que la defendió de la agresión de su congénere.

Doubilet, que recuerda la catástrofe del Prestige, considera que pocas ciudades tienen, como A Coruña, el privilegio de estar rodeadas del mar, y Hayes considera que es un buen lugar para celebrar un festival como Mar de Mares y conectarlo con eventos similares que se realizan en otras ciudades de Europa y Estados Unidos. Pese a ello, los dos fotógrafos nunca han tenido la oportunidad de sumergirse en las aguas gallegas, aunque planean hacer un reportaje para National Geographic sobre las costas españolas aún por concretar.