Canta el joven José Miguel en El caserío, la obra maestra de Guridi: "Nadie sabe defender la triunfante juventud". Pues en el concierto del pasado viernes hubo dos jóvenes músicos que sí supieron defender y conseguir el triunfo en plena juventud: un pianista de 23 años y un director de 26. La obra de Jesús Rueda (Madrid, 1961) es una típica composición actual: atonalismo, interés tímbrico y amplios medios sonoros; también, como muchas obras de este tiempo, posee un título metafórico cuya relación con el contenido de la música no resulta inteligible para el oyente. En este caso, la dificultad estriba en evocar la dura piel del paquidermo mediante la música; en cuanto al elefante mismo, alguien dotado de gran imaginación lo escuchará barritar al final en las trompas (curiosa coincidencia sustantiva con el apéndice nasal del proboscidio). El concierto de Gershwin tuvo un solista excepcional: el joven ruso Mayboroda toca con precisión y refinamiento, como demostró también en el bis que ofreció para agradecer las manifestaciones de entusiasmo que le dedicó el público: unas variaciones sobre el célebre tema del Capricho de Paganini -el de la Folía de España- que tantos grandes compositores han utilizado. En este caso, se trata de una página de enorme dificultad escrita por uno de los profesores moscovitas del pianista. Viotti realizó una estimable labor concertadora, aunque no siempre consiguió el balance sonoro ideal, ya que en muchos momentos el volumen de la orquesta tapó por completo al solista. El punto culminante del acto musical fue la Sexta Sinfonía, de Prokofiev, obra extraordinaria -si no, genial- (que tal vez por eso censuraron los jerarcas soviéticos) y que alcanzó una interpretación espléndida en las manos expresivas, sensibles, del director ítalo-franco-suizo Lorenzo Viotti, que condujo con elegancia, flexibilidad y firmeza a la Orquesta Sinfónica de Galicia en uno de sus días grandes.