El maderero de Cambre de 41 años que fue secuestrado en enero de 2014 a punta de pistola en un monte de Aranga y rescatado por la Guardia Civil aseguró ayer en el juicio que durante los cinco días que permaneció retenido temió "por su vida". Además, declaró que aún tiene "miedo a quedar con gente" y que cambió "casi todo" desde que fue rehén de las ocho personas que sostiene que participaron en el rapto. "Me he aislado", subrayó, al tiempo que añadió que se cambió de vivienda y que se gastó un millón y medio de euros en sistemas de seguridad.

El afectado relató que lo golpearon y le apuntaron con "hasta cuatro pistolas" para introducirlo en el maletero de un coche. Una vez dentro, le ataron las piernas y las manos, le taparon la boca con cinta y le cubrieron la cara. Durante el trayecto de Aranga a una casa en ruinas de Palas de Rei (Lugo) consiguió abrir un poco el maletero en dos ocasiones. La última vez, se bajó la persona a la que identificó como el conductor del coche (Jesús Miguélez) y, según el afectado, esgrimió una pistola y le espetó: "Hijo de la gran chingada, como te muevas te mato". Después, lo volvió a atar con más fuerza "a mucha velocidad". Al llegar a la vivienda, tenía "las manos moradas" y uno de los presuntos cabecillas, Jesús Mejuto, accedió a desatarlo, según contó la víctima durante el juicio.

"Cambiaban de vigilancia como si fuese un cuartel. Me amenazaban con matarme, con pegarme cuatro tiros", recordó el empresario. "Estaba aterrado como nunca en mi vida", confesó. El maderero habló en una ocasión con su mujer. "Le suplicaba que me sacase de allí, que pagase", declaró el afectado, quien mantuvo que la primera noche se quedaron con él dos hombres y dos mujeres -a una de ellas la identificó como Isabel, la esposa de uno de los hermanos Mejuto-. Al día siguiente, decidieron cambiar su ubicación al cobertizo de una vivienda del lugar de Xar, en Lalín, propiedad de los padres de Isabel. "Me daban de comer y orinaba y defecaba en un cubo", testificó Diéguez, quien especificó que en una ocasión le ofrecieron pulpo y vino.

"Me amenazaban todo el tiempo con pegarme cuatro tiros. Uno me dijo que tanto tomaba vasos de vino como mataba a hombres. Los escuchaba fuera cargando las armas", relató, al tiempo que aseguró que "el más tranquilo" era Ramón Mosquera, un hombre mayor enfermo de cáncer que usaba pañales. "Me decía que J. Mejuto era una persona peligrosa y que no me dejaba irme porque, si no, lo mataba a él", indicó la víctima, quien aseveró que en alguna ocasión lo dejaron solo, pero que escuchaba a sus raptores en las inmediaciones. "Intenté abrir la puerta, pero no pude", afirmó.

El imputado sostuvo que las ocho personas que se sientan en el banquillo de los acusados -dos hermanos, el hijo de uno de ellos y la mujer y los suegros del otro, así como dos amigos de la familia- participaron en mayor o menor medida en el secuestro. Cada uno de los procesados mantuvo su versión, si bien todos, incluida la víctima, apuntaron a Jesús Mejuto y a su hijo, quienes acababan de llegar a Galicia tras vivir veinte años en México y Venezuela, como los cabecillas.

Los hermanos Mejuto, que rompieron relaciones entre ellos tras ingresar en prisión, coincidieron en que se confundieron de víctima y que el motivo del secuestro fue una deuda de unos 20.000 euros que tenía el hermano del rehén, J. Diéguez, con su padre por la madera de unos eucaliptos. "Nosotros solo queríamos meter a J. Diéguez en el coche, darle unas hostias y que nos diese el dinero que le robó a mi padre. Luego se complicó porque apareció su hermano, Abel, la persona que no era. Fue un tejemaneje", relató J. Mejuto, quien aseveró que todo había sido "un error" porque, en principio, querían "darle un susto". Al presentarse Abel Diéguez a la cita, reconocieron que improvisaron y que el secuestro se les ocurrió "sobre la marcha".