Nací y me crié en la calle Santo Tomás, donde viví con mis padres, Antonio y Josefa, y mi hermana María de los Ángeles. Mi primer colegio fue el de Santo Tomás, en el que estuve cuatro años, tras los que pasé al Saldaña, situado en la calle Panaderas, donde estudié hasta los quince años, edad a la que entré en la Escuela del Trabajo para hacer la especialidad de Mecánico Electricista. Al acabar esos estudios ingresé en la empresa de montajes eléctricos Isolux, en la que desarrollé toda mi actividad laboral hasta mi jubilación.

Mis primeros amigos de la calle fueron Loliño, Bernardino, Pepito, Gerardo, los hermanos Jaime y Necho, Cheva y Paco. Guardo una gran amistad con todos los que aún viven por los grandes momentos que viví con todos ellos jugando en nuestra calle y los alrededores, que entonces eran monte y huertas. En la plaza situada frente al antiguo cuartel de Intendencia jugábamos sobre todo a la pelota, para lo que usábamos como portería el espacio entre las dos garitas de guardia, por lo que los centinelas se enfadaban y avisaban al sargento, que nos echaba de allí. Pero como no éramos más que unos chavales, no le hacíamos caso y seguíamos jugando, unas veces con una pelota de verdad y otras con la que hacíamos con cualquier cosa.

Recuerdo en aquella plaza del cuartel, donde hoy hay una gasolinera, era de tierra y estaba el carrito de madera de Basilio, que vendía de todo y fue uno de los afortunados por la famosa quiniela de los doce millones de pesetas, que era una fortuna para la época, aunque según dicen aquel dinero le duró poco. Fue un personaje muy conocido en todo el barrio y recuerdo que al salir del colegio por las tardes nos encontrábamos con que estaba dormido en el carrito, por lo que le dábamos un susto para despertarle y se enfadaba mucho. Algunas veces mientras estaba dormido le cogíamos un par de pirulíes de caramelo, pipas o chufas.

Los fines de semana también jugábamos frente al cuartel al anochecer aprovechando los focos de vigilancia que tenía, aunque también íbamos al cementerio inglés, detrás de los arcones de Orillamar y el campo Coruña, cerca de la Torre de Hércules, en el que jugaban los equipos de modestos y juveniles del barrio. También íbamos a la famosa sartén de la Torre, donde había huertas en las que cogíamos maíz y patatas que asábamos en las hogueras que hacíamos allí.

También me acuerdo de cuando íbamos a jugar en los alrededores de la fábrica de gafas, en la que años más tarde entraron a trabajar miembros de mi pandilla como Loliño y Luis Moro. Nuestra playa preferida siempre fue la de San Amaro, aunque algunas veces íbamos a la de Santa Cristina en la vieja lancha La Chinita, que salía de la Dársena abarrotada de gente que iba cargada de empanadas y cestas de comida para pasar el día en familia en esa playa.

Otra de nuevas diversiones era alquilar bicicletas al señor Constante, cuyo local estaba al lado del cine Hércules. Recuerdo que tenía mal genio porque la mayoría de los chavales no llegaban a la hora que tenían que devolver las bicis y se las dejaban tiradas en la puerta para no tener que pagar el tiempo que las habían usado de más.

A partir de los quince años empecé a jugar como federado en el Deportivo Ciudad, del que pasé al Galicia Gaiteira y luego al Orzán, en el que tuve como entrenador a Lagoa. Más tarde regresé al Gaiteira, en el que estuve jugando hasta los veintisiete años, tras lo que saqué el título de entrenador regional, con el que pasé por los equipos Portazgo, Gaiteira, Oza Juvenil, Sin Querer, Maravillas y Silva. En 2013 regresé al Gaiteira como director deportivo del club, cuyos equipos habían desaparecido dos años antes.

De mi carrera como jugador destacó el ascenso logrado con el Deportivo Ciudad, donde tuve como compañeros a Loliño, Casal, Rina, Manolito el largo y Conchito. Con el Gaiteira gané dos títulos de liga y dos de copa, así como el campeonato gallego de aficionados, el primer título que ganó el club, en el que me llevé uno de los peores disgustos de mi carrera como entrenador con la marcha de siete de los mejores jugadores del equipo.

Quiero tener también un recuerdo para mi amigo Pedro, que tuvo los ambigús del estado de Riazor, que en los comienzos del equipo Promesas, de la calle de la Torre, nos regaló los pantalones y camisetas para todos. Como entrenador hice campeón al Sin Querer y dos veces al Oza Juvenil. Mi amigo y asesor Carlos Sallar, me aconsejó que dejara el mundillo del fútbol durante un tiempo porque en mi carrera como jugador y entrenador tenía tantos títulos como la duquesa de Alba, aunque ahora estoy pensando en volver a entrenar.