Nací y me crié en la calle San Luis con mis padres, Antonio y Maruja, y mis hermanos Consuelo y José Manuel. Mi padre se dedicó a la construcción como capataz en su juventud, hasta que se casó y decidió montar una pequeña tienda de muebles en la calle Castiñeiras conocida como Muebles Eiroa, en la que trabajó también mi madre y en la que yo también lo hice hasta mi jubilación.

Mi primer colegio el Dequidt, en el que estuve dos años, tras los que ingresé en los Salesianos, en el que continué todos mis estudios hasta terminar el bachiller. Mi familia cambió de domicilio varias veces, ya que de San Luis pasamos a Castiñeiras y al terminar yo la mili nos mudamos a Ángel del Castillo. Tras casarme me instalé en Ángel Senra y luego en Fernández Latorre, mientras que en la actualidad vivo en Concepción Arenal, por lo que a lo largo de mi vida he tenido la suerte de hacer un gran número de amigos en diferentes partes de la ciudad.

Los amigos que tuve en mis primeros años fueron Juan Carlos Sánchez Temprano, Coqui, Surribas, Miguel, Quique, Juan y Lorenzo el del fabriquín, mientras que en los Salesianos estaban Miguel Ángel Mediero, Salmonte, Barbeito y José Luis Seco. Con todos ellos lo pasé muy bien, y además fui un niño un poco privilegiado, ta que fui uno de los primeros en tener una pelota y algunos juguetes, que en aquella época eran difíciles de conseguir para muchas familias.

Eso me hizo ser muy solicitado por las pandillas de chavales, que venían a buscarme para jugar al fútbol en lugares como Ángel Senra, calle Vizcaya, plazoleta de la Paz, Castiñeiras, San Pedro de Mezonzo, campo de la Peña, los Estrapallos, Granja Agrícola, alrededores de la estación de Santiago y la fábrica de refrescos situada frente a ella.

Recuerdo que jugábamos al futbolín en un bajo de la calle Francisco Catoira que era el único que había en toda la zona y donde lo pasábamos fenomenal tanto jugando como viendo jugar a otros amigos. Los domingos y festivos cambiábamos tebeos en la librería de Aurorita para leerlos y hacíamos tómbolas en la calle para cambiar cosas entre los amigos y conocidos, al igual que hacían las chavalas.

También jugábamos sin ningún problema tanto a la cuerda como a la mariola, al igual que las chavalas, que se apuntaban a todos nuestros juegos. Me acuerdo del viejo camión del Parrocho, que subía por la calle San Luis y al que se enganchaban los chavales, así como de lo bien que lo pasábamos haciendo los carritos de madera con ruedas de acero para organizar carreras por las cuestas de las calles Vizcaya, Castiñeiras y Concepción Arenal.

En verano solía ir con mi pandilla a bañarme a la playa del Lazareto, a la que muchas veces llegábamos enganchados en el viejo tren de vapor que salía del muelle y atravesaba Cuatro Caminos para ir a la Estación del Norte y el cambio de vías de Oza, aunque solo lo hacíamos cuando no llevaba vigilante o guardagujas, ya que nos echaban una buena bronca para que nos bajáramos.

Si íbamos a Santa Cristina o Bastiagueiro, nuestro transporte era el tranvía Siboney, al que también nos enganchábamos cuando subía desde Cuatro Caminos hacia Os Castros, ya que como iba cargado de gente, la velocidad que llevaba era muy poca, por lo que podíamos bajarnos sin problemas en marcha.

Bajar en pandilla al centro era una aventura para nosotros, aunque lo único que hacíamos era pasear y gastar suela durante bastante tiempo por la calle Real y los Cantones. Cuando íbamos a algún cine, luego hacíamos el clásico recorrido por las calles de los vinos, en las que solíamos parar en bares como el Otero, La Patata y La Bombilla, el último de los cuales era nuestro punto de reunión.

Tampoco me puedo olvidar de los buenos momentos que pasamos en los bailes de las afueras, como El Seijal, donde siempre fui con mi mejor amigo de la pandilla, Surribas, mientras que con el resto me repartía por los bailes de La Granja, el Finisterre y el Sallyv.

En los Salesianos practiqué el atletismo y el fútbol durante siete años, por lo que participé en competiciones en el antiguo estadio de Riazor, donde fui semifinalista en los 3.000 metros lisos y tuve la oportunidad de que me llevaran a Madrid junto con otros compañeros para competir en la Casa de Campo contra equipos de toda España.

Pocos años después de hacer la mili me casé con Mari Carmen, a quien conocí un día en la calle de la Barrera y con quien tengo dos hijos, Jorge y Javier, a quienes tengo que agradecer que hoy en día esté vivo, ya que gracias a ellos pude superar unas graves circunstancias en mi vida, por lo que estoy muy agradecido tanto como marido como padre.