Nací en Meicende, donde vivían mis abuelos, Generoso y Sofía, al igual que mis padres, Manolo y Asunción. Fui hijo único y cuando tenía tres años mis padres se trasladaron a Vioño. Mi familia se dedicó siempre al cultivo de las tierras que tenían en Meicende y, al mudarse a Vioño, mi padre se puso a trabajar en la panadería España, en la calle A Falperra.

Mi primer colegio fue el llamado O Carballo, situado en A Moura, que entonces era una aldea, al igual que A Silva. Estuve en aquel colegio hasta los ocho años y luego pasé al de don Rafael Vidal en la plazuela de la calle de la Paz, donde estudié hasta los catorce años, edad a la que dejé los estudios y me puse a trabajar. Allí conocí a muchos amigos, como los Tomé y los Fariña, que vivían en los alrededores.

Empecé a trabajar como aprendiz de tapicero en un pequeño local de la calle Juan Castro Mosquera, y después en la tapicería Hilgar, situada en Pastoriza, en la que trabajé más de una década. Tengo un gran recuerdo de la mili, ya que conocí a muchos amigos y tuve la suerte de ser el asistente del capitán del campamento, por lo que me libré de las guardias y de mucha instrucción. Luego estuve destinado en el cuartel de Automovilismo, donde saqué el carné de camión.

Al terminar la mili me marché a trabajar a Inglaterra, donde estuve varios años en la cocina de un conocido hospital y después regresé a la ciudad para hacerlo en una importante fundición de acero de A Grela, que dejé porque era un trabajo duro y agotador aunque muy bien pagado. Decidí entonces abrir mi propio negocio de tapicería, en el que acabé mi vida laboral.

Mis primeros amigos, con los que sigo teniendo relación, fueron de Meicende, ya que seguí visitando esa localidad para ver a mis abuelos, a quienes ayudaba en el trabajo del campo con mis padres cuando había que recoger las cosechas. Luego traían los productos andando con un carretillo hasta los mercados de la ciudad, como los de Santa Lucía, la plaza de Lugo o Monelos, por lo que había que madrugar mucho para estar a la hora en la que se montaban los puestos.

Teníamos que tener cuidado además para que no nos pararan los guardias en los fielatos que había en los caminos de entrada a la ciudad, ya que nos cobraban una tasa en dinero o en especie, al igual que a toda la gente que venía de las aldeas de los alrededores. Tengo un gran recuerdo de aquellos años con mis abuelos, ya que siempre se portaron muy bien conmigo y cuando podían me hacían un regalo. El mejor fue una escopeta de perdigones con que cacé con mis amigos por la zona de Pastoriza. Hay que tener en cuenta que a los hombres de mi familia se les conocía por el apodo de O Cazador, por lo que a mí aún hoy se me conoce como Lolo, el nieto de O Cazador.

Mi pandilla estaba formada por Fernando, Manolita, Maruja, Fina, Rosita, Virita, Ricardo, Luis, Enrique, Lolo, Eduardo y Pepe, con quienes jugaba en los campos que había por nuestro barrio. A los quince años esperaba con impaciencia el fin de semana para disfrutarlo con mis amigos, sobre todo si había fiestas en barrios, como San Luis, Vioño, Gurugú, A Gaiteira, Monelos y A Silva, ya que eran muy importantes y cada uno intentaba llevar a la mejor orquesta, como La Radio, Los Satélites, la Orquesta X o Los Trovadores.

Además de las fiestas, también íbamos a los bailes como los Pastoriza, Saratoga, Vizcaya, Santa Lucía, Finisterre, La Granja y Sallyv, además de los de las afueras como El Seijal, La Perla y el Vilaboa. Para ir a estos últimos había que coger el tranvía Siboney, el autocar de la empresa A Nosa Terra o aquellas tartanas de madera conocidas como la Pachanga y la Cucaracha, que subían por Eirís con mucho trabajo y a las que muchas veces había que empujar por lo cargadas de gente que iban, ya que entonces aún no existía la avenida de Lavedra.

Tampoco me puedo olvidar de los buenos momentos que pasé con la pandilla en lugares como la Bolera Americana, la sala de recreativos El Cerebro y el local de alquiler de bicicletas de la calle del Orzán, ya que fueron algunos de los lugares más visitados por nosotros.

Me casé hace ya muchos años con Conchita, a quien conocí en un baile del Finisterre y con quien tengo una hija llamada Ana que ya nos dio cuatro nietos: Sara, Javier, Pablo y Ana. Ahora, ya jubilado, me dedico a viajar con mi mujer y a disfrutar del sol y la playa con mis nietos en el verano.