Nací y me crié en la entonces avenida del General Sanjurjo, en la casa donde estaba el ultramarinos Balbina, que era propiedad de mis padres, quienes lo abrieron al venirse a vivir a la ciudad en 1945 desde Vilasantar y que también tuvieron a mi hermano mayor Benilde. Mi padre, Emilio, fue conocido en el barrio por ser barrendero municipal hasta su jubilación, mientras que mi madre, Balbina, cerró en los años noventa la tienda, que yo siempre recordaré cuando en mi niñez estaba abarrotada de gente del barrio que compraba los alimentos al fiado, como se hacía en casi todos los ultramarinos coruñeses.

Desde pequeño ayudé con mi hermano en la tienda a mi madre cuando salíamos de clase llevando los pedidos de los clientes a sus casas, por lo que nos pasábamos el tiempo subiendo y bajando escaleras. La ventaja que tenía este trabajo era que la gente siempre me daba alguna propina como una perra o un patacón, que luego me gastaba con los amigos. En la tienda también trabajaba mi prima Maruja y allí vendíamos todo tipo de carne, ya que en la parte trasera había un gran patio cerrado que daba a los campos de los alrededores y en el que teníamos cerdos, gallinas y conejos que se criaban para la venta. Para matarlos venía un conocido vecino de los ranchos de Os Castros llamado Fernando Caridad, conocido como el Matachín, quien era muy popular en la comarca, ya que era muy solicitado en la época de matanza de los cerdos.

Aquellos años fueron muy buenos para mí, ya que tuve la suerte de poder comer de todo y además tomar caramelos y otras golosinas que había para la venta en la tienda, aunque eso sí, sin que se enteraran mis padres. También recuerdo que mi madre tenía unas libretas con el nombre de cada vecino en la que se apuntaba todo lo que se llevaban fiado y que luego pagaban a final de mes sin falta y además con agradecimiento.

Mi primer colegio fue el de Os Castros, cuyo director era don Manuel y en el que estuve hasta los trece años, edad a la que entré en el instituto para hacer el bachiller. Entre mis amigos de la infancia estaban los hermanos Frías, Carlos Riobóo, Victoriano, Javier Paz Geada, José Tenreiro, José Antonio Rilo, Fernando -conocido como Chicho-, Joaquín, Guillermo, Mario, los hermanos Valea, Durán, así como las chicas Fina Paz y Mercedes Rocha, con quienes formé una de las pandillas más grandes del barrio, en el que podíamos jugar tranquilamente en los alrededores, que eran todo campos y huertas. Recuerdo que por delante de mi casa pasaba el tranvía Siboney y que mi hermano y yo nos enganchábamos para ir hasta As Xubias, lo que para nosotros era una aventura.

Siempre me acordaré de la vieja carretera de adoquines que nos hacía la vida imposible a todos los chavales al ir en una bicicleta alquilada o en la de mi padre, a quien se la cogíamos sin que se diera cuenta y en la que iban también mis amigos, aunque cuando nos sorprendía nos castigaba sin paga. Los fines de semana también tenía que ayudar en la tienda, pero por las tardes podía ir a los cines de barrio como Gaiteira, España, Monelos, Doré y Equitativa, en cuyas sesiones continuas a veces veíamos varias veces la misma película.

Cuando bajaba al mercado de frutas para hacer recados de la tienda, veía allí al lado los locales de la Organización Juvenil Española, en los que se hacía gimnasia, por lo que decidí entrar en esa entidad y practicar deporte por la mañana, antes de ir al colegio. Seguí allí hasta que entré en el instituto, donde conocí al profesor de gimnasia José Manuel Puga, que también era monitor de yudo, una especialidad entonces desconocida en la ciudad y que empecé a practicar en el local que este profesor tenía en la escalinata de Cuatro Caminos, al lado de la Casa de Socorro. Con el paso de los años me dediqué por completo a este deporte, en el que desde 1968 conseguí diferentes títulos de artes marciales, como primer dan de yudo y jiu-jitsu, a lo que uní ser el introductor en Galicia en 1987 del yawara-jitsu, defensa personal científica, de la que también soy instructor.

Participé en 1992 en un curso internacional en Liverpool de artes marciales que también se impartió después en A Coruña y que contó con la presencia del maestro japonés Yuichi Negishi y del que fui el organizador. Toda esta experiencia me valió para abrir en 1978 el gimnasio y club deportivo Bapu, que ahora dirige mi hijo, Yago Barros Meilán, y en el que se formaron numerosos alumnos que fueron varias veces campeones de Galicia por equipos masculinos y femeninos. En la actualidad sigo organizando acontecimientos deportivos de artes marciales y me reúno con mis amigos de siempre, que formamos la peña Niños dos Castros, con la que hacemos comidas y cenas para recordar aquellos tiempos en los que la gente no tenía la prisa con la que se mueve el mundo en la actualidad.