Último concierto. Brillante colofón de una temporada que ha tenido muchos momentos de eminente calidad cuando nuestra orquesta se ha enfrentado a los más importantes retos que encierra un repertorio pródigo en obras de gran envergadura y alta dificultad. El concierto del pasado jueves fue uno más de esos actos musicales signados por la grandeza de esta agrupación instrumental que se ha convertido en una de las señas de identidad de la urbe coruñesa. Pero si bien está lo que bien acaba, tenemos la esperanza de que aún esté mejor lo que va a empezar porque en la temporada próxima y, concretamente en mayo de 2017, la Sinfónica cumplirá 25 años de existencia. El primero de los muchos cuartos de siglo que esperamos llegue a cumplir. El concierto que comentamos tuvo dos partes muy diferentes. En la primera, el Concierto en La menor, de Schumann, no acabó de conquistar el fervor del auditorio. Tal vez la extrema dificultad de lo que vendría después haya hecho que la preparación de esta obra no dispusiese del tiempo suficiente para quedar plenamente redondeada. Esta partitura es muy engañosa porque encierra dificultades que no se aprecian a primera vista; ello, con independencia de que la concertación de solista y orquesta resulta siempre empresa muy delicada. Eschenbach miraba una y otra vez al joven pianista, que acaso no halló en esta obra el mejor vehículo para mostrar sus notables cualidades como intérprete. A pesar de ello, fue muy aplaudido y ofreció un bis sorprendente: con la ayuda de dos grandísimos intérpretes de la propia OSG, la violonchelista Ruslana Prokopenko y el violinista Máximo Spadano, tocó de un modo bellísimo el maravilloso movimiento inicial del Trío nº 1, de Mendelssohn, que fue acogido con una impresionante aclamación. En la segunda parte, Eschenbach extrajo de la Sinfónica de Galicia lo mejor de sí misma -que es decir mucho- para realizar una gloriosa versión de la Quinta Sinfonía, de Mahler. Lo dicho: bien está lo que bien acaba.