Nací en la calle San Vicente, también conocida en aquella época como A Coiramia, donde viví con mis padres, Baldomero y Dolores, y mis hermanos Raúl, Baldomero y Tito. Mi primer colegio fue el de Rafael Vidal, profesor al que llamábamos Palillos, donde estudié hasta que tuve que ponerme a trabajar para ayudar a la familia, al igual que mi hermano Raúl, ya que la profesión de mi padre, que fue marinero en el Gran Sol y después en barcos del día, no daba para mucho.

Mi madre trabajó en una fábrica de pescado de Cariño, donde nació, al igual que mi padre, y ambos vinieron a la ciudad en 1942 cuando nació mi hermano Tito, ya que a él le ofrecieron trabajo en un barco. Vivimos en la calle San Vicente hasta que me casé en los años setenta, época en la que derribaron nuestra casa, ya que entonces desaparecieron todas las de planta baja que existían en la zona, además de las pocas huertas que quedaban.

Mis amigos de la infancia fueron los de las calles de mi barrio, entre los que destaco a Lolo Bao, Benigno Saleta, Capelán, Julián, Pepín, Josechu y Ovidio, a los que sumo los del colegio, como Ángel, Marcos, Luis y Julián. Aunque no participé en las clásicas batallas a pedradas que eran habituales entre los chavales en aquellos años, sí fui muchas veces a coger maíz y patatas en los campos de los alrededores, así como huevos de las muchas gallinas que había en los galpones y ranchitos del campo de la Peña y de San Cristóbal, donde también había una fábrica de gaseosas a través de la que solíamos pasar para ir a la Granja Agrícola.

También pasábamos por allí para ir al campo de fútbol que llevaba el mismo nombre, donde nos quedábamos fuera para intentar quedarnos con los balones que salían del recinto, ya que si lo conseguíamos podíamos jugar al fútbol con otras pandillas durante mucho tiempo en las explanadas de Ángel Senra y San Cristóbal, así como en los campos de A Sardiñeira, Vioño y la Peña.

Empecé a jugar al fútbol en un equipo a los diez años falsificando la firma de mi padre, con lo que pude entrar en el club Ronda, de la calle San Vicente, tras lo que pasé al Ural durante tres años. Más tarde estuve en los juveniles del Español, por lo que ahora me conocen como Berto el del Español, y después en el Sporting Ciudad, en el que competí cinco años en la categoría de modestos y en el que tuve la suerte de formar parte del equipo que viajó por primera vez al extranjero para jugar en Nueva York, Venezuela y Portugal, lo que en aquella época era prohibitivo por lo mucho que costaban los viajes. En esa etapa fuimos además campeones gallegos de aficionados y tuve como compañeros a Río, Mantiñán, Suso Vidal, Jaime, Pita, Ito y Toñín, mientras que el presidente y entrenador era Basilio Barral, quien también nos acompañó en los viajes al extranjero.

Tras dejar este club pasé al Noia, de Tercera División, luego fui capitán del Penouqueira y terminé mi carrera futbolística en el Arteixo, donde tuve como compañeros a Juan, Rey, Tino y Campos. Al retirarme comencé a entrenar en el Meicende y seguí con el Suevos, el Solema y el Orillamar, con el que gané la Copa de La Coruña y ascendí a segunda autonómica, a lo que sumé el último trofeo Teresa Herrera de fútbol aficionado. En la actualidad entreno al Imperátor femenino, que tiene escasamente dos años y en el que me siento muy motivado a nivel personal con todo el equipo.

Me casé con una coruñesa llamada Fina, con la que tengo dos hijos, David y Paula, quienes nos dieron cinco nietos: Moisés, Andrea, Ainhoa, Aitana y Enzo, por lo que tenemos ocupado nuestro tiempo libre para muchos años cuidándolos y paseando con todos ellos.