Nací en la calle Ángel Rebollo, donde vivían mis padres, Enrique y Carmen, y mis cinco hermanos hasta que nos fuimos a vivir a las viviendas de planta baja que estaban situadas frente a la playa del Arenal, hoy llamada de As Lapas, y que se conocían como las casitas blancas. Allí vivimos hasta el año 1960, en que nos dieron un piso en el grupo María Pita, en Labañou.

Mi primer colegio fueron las Escuelas Populares Gratuitas, conocidas como las del caldo y situadas en la Ciudad Vieja, y más tarde pasé al Eusebio da Guarda, en la plaza de Pontevedra. Mi pandilla de siempre la formaron Lino, Lito, Chanchi, Peta, Kubala el de Labañou, José Antonio Soto, Mari, Rosa Mari y Currula.

Lo único que nos preocupaba en aquellos años era jugar en la calle o en sus alrededores, en los que había pocas casas, ya que el resto eran fincas y campo, así como la cantera de piedra para construir el dique de abrigo. Lo que más nos gustaba era jugar al fútbol con cualquier cosa que fuera redonda, ya que si no había pelota la hacíamos con un trapo que rellenábamos con papeles, aunque solo nos duraba uno o dos partidos.

Me gustaba tanto el fútbol que muchas veces laté al colegio para ir al estadio de Riazor a ver los entrenamiento del Deportivo. Allí hice una gran amistad con la persona que llevaba el mantenimiento del equipamiento de los jugadores, que me dejó limpiar las botas y balones. Eso me permitió conocer a jugadores como Loureda, Beci, Manolete, Veloso y Jaime Blanco.

A los catorce años jugué en los equipos Saeta y María Pita, que no estaban federados y eran controlados por el Frente de Juventudes bajo el mandato de Diego Vela. En esos años conocí a otros jugadores como Lendoiro y Echevarría y luego jugué un año en los infantiles del Deportivo. A continuación fiché por el Gaiteira, donde tuve la mala suerte de que el entrenador me pusiera de extremo izquierdo, ya que yo jugaba mejor en la derecha, pero eso era imposible porque en ese lado estaba mi compañero Neno y no me dieron otra opción, por lo que al final dejé el equipo y el fútbol con solo dieciocho años.

Como mi padre había fallecido, no me gustaba estudiar y además era el mayor de los hijos y el único varón, a los quince años me puse a trabajar para ayudar en casa. Comencé de botones en el desaparecido hotel Marineda, en la calle Rosalía de Castro, donde estuve dos años, hasta que me fui a trabajar a Barcelona. Hice la mili en la Brigada Paracaidista, en Alcalá de Henares, y regresé a la ciudad, aunque al poco tiempo marché a Palma de Mallorca, donde trabajé en el sector de la hostelería hasta mi jubilación, aunque seguí muy vinculado a mi ciudad.

De los años de mi juventud tengo grandes recuerdos de los días que pasábamos en la playa de Riazor, donde aprendí a a nadar en la famosa roca del Cagallón, que siempre estaba llena de pandillas, ya que era un lugar de reunión, por lo que muchas veces había que hacer cola para tirarse al agua. También fui algunas veces a la playa del Lazareto con mi primo Óscar y con la familia a las de Santa Cristina y Bastiagueiro en la lancha. La playa de la cetárea de Labañou también fue una de nuestras favoritas, sobre todo cuando bajaba la marea, ya que era muy pequeña, pero estaba muy abrigada y además tenía una fuente de agua dulce.

Tanto en verano como en invierno bajábamos al centro a recorrer las calles de los vinos para vivir el gran ambiente que había en ellas en aquellos años, ya que casi no se podía andar de la cantidad de gente que había. Cuando se hacía tarde regresábamos andando o en cogiendo el tranvía que iba de Juana de Vega a Peruleiro, en el que libamos enganchados.

Una de nuestras mayores diversiones era acudir al cine, aunque siempre íbamos a las salas más baratas pese a que estuvieran lejos de nuestro barrio, como la Hércules, donde lo pasábamos fenomenal aunque hubiera que aguantar el insecticida que echaban para matar las pulgas. También me acuerdo de las fiestas de los Cantones, de la Tómbola de la Caridad y de la falla que se instalaba en la plaza de María Pita.