Nací en Mera, en la casa de esta localidad que fue conocida como La Perla de Mera desde los tiempos de mi bisabuela Casilda, que fue su propietaria y en la que primero hubo un cine, luego una sala de baile y finalmente un restaurante. Mi familia me contó que el cine, que se cerró en los años sesenta, fue inaugurado en la época de las películas mudas y que contaba con modernas máquinas de proyección que le habían mandado desde Estados Unidos los hijos de mi bisabuela.

Mi familia la formaban mis padres, Rogelio y Casilda, y mis hermanos Casilda, Miguel, José Manuel e Ignacio. Como las fiestas de mera tenía mucha fama en la comarca y las orquestas actuaban al aire libre, a mis padres se les ocurrió utilizar el cine para hacer los bailes, para lo que se retiraban las sillas. Ante el éxito que tuvo la idea, decidieron transformar el cine en salón de baile, que se convirtió en la más importante de la zona junto con El Seijal.

Empezaron a contratar a las orquestas más conocida de la comarca, como la Orquesta Radio, la Orquesta X o la Oriente. Como era el hijo mayor, los fines de semana ayudaba a mi madre en La Perla, ya que ella era la que había gestionado la antigua sala de cine porque mi padre era marino mercante y navegaba durante casi todo el año. A los veinte años decidí empezar a trabajar en lo que ya era salón de baile y restaurante, del que fui gerente hasta que se cerró en 1982, coincidiendo con el Mundial de Fútbol. Recuerdo que la última función contó con la actuación de Pucho Boedo y los Tamara.

Mi primer colegio fue el nacional de Mera, donde estuve hasta los diez años, tras lo que me enviaron a Santiago para estudiar el bachiller, ya que allí vivía una hermana de mi madre. Al terminar regresé para hacer cursos de contabilidad en la academia Nebrija, lo que me permitió hacerme cargo de La Perla, ya que mis hermanos solo podían ayudarme cuando podían debido a que estudiaban.

Cuando era pequeño venía con mi madre a la ciudad en un viejo autocar, lo que era una aventura, aunque también podíamos hacerlo en las lanchas Júpiter, Chelito y Santa Ana, esta última la más grande y con asientos bajo la cubierta en los que la gente se podía guarecer del oleaje, que muchas veces obligaba a costear toda la ría para llegar al puerto para que los pasajeros no llagaran mareados, ya que todavía no existía el dique de abrigo.

Cuando veníamos mucho a la ciudad traíamos muchos encargos de clientes y vecinos de Mera que dejábamos en el galpón que la señora Leonor tenía junto al edificio de Sanidad Exterior en la dársena, tras lo que íbamos a desayunar a la Churrería Popular, y luego a la Cooperativa de Coloniales y Hostelería, la plaza de San Agustín y la calle San Nicolás.

En la ciudad tuve muchos amigos, sobre todo de la calle Vizcaya, como Manolete, Beci, los Pascual, Jaime Blanco, Tonecho, Larraz, los Brañas, Veloso y Marqués. Cuando se inauguró el local Los Porches, en La Marina, se convirtió en un punto de referencia para toda mi pandilla, ya que allí se ligaba mucho y los niños pijos iban con su primer coche para que les vieran las chicas. Como mi familia tenía La Perla, conocía a Avelino, el dueño de La Granja, así como a Carlos Lafuente, el de El Seijal, y a los hermanos Manolo y Pepe Casanova, los propietarios del Rey Brigo de Betanzos.

Tengo un gran recuerdo de mi amigo Palau, quien fue concejal con Paco Vázquez, ya que en su juventud acudía mucho con sus amigos a La Perla y, como solo tenían lo justo para pagar, les dejaba pasar gratis si tomaban alguna consumición a escote entre todos, lo que les permitía volver a la ciudad en autobús. Cuando fue concejal, le ayudé durante años en las fiestas de María Pita junto con Lolo, su secretario.

Al cerrar la sala de fiestas, me trasladé a vivir al barrio de Os Castros con mis padres y entré en la asociación de vecinos de San Diego, en la que aún permanezco desde hace veinticinco años como secretario y organizando las fiestas de verano. Tengo dos hijos, Alejandro y Dolly, quienes ya me dieron tres nietas: Candela, Lucía y Blanca.