En la noche de anteayer fallecía el maestro Alberto Zedda (Milán, 2 de enero de 1928-Pésaro, 6 de marzo de 2017). Queden para otros medios y otros comentaristas los panegíricos sobre su actividad musical en el mundo, que fue de enorme importancia. Yo me conformo con algo mucho más modesto: recordar para todos nosotros qué significó el músico milanés para nuestra ciudad. Director de orquesta, pedagogo, musicólogo, máximo experto en Rossini y director del Festival de Pésaro al que llevó hasta las más altas y prestigiosas cotas del conocimiento y la representación de las obras de Gioacchino Rossini. Y todo ello merced a su talento y a su energía vital. Dotes éstas que mantuvo intactas hasta el momento en que nos abandonó, en plena actividad, con 89 años cumplidos, y dispuesto a dirigir una Cenerentola (una más), de su admirado Rossini. Decir que estamos de luto es un tópico, pero encierra una gran verdad, sobre todo en esta ciudad de A Coruña, a la que tanto amó y en la que este amor suyo fue bien correspondido por sus ciudadanos.

Pienso en los versos de Salvador Golpe, puestos en una maravillosa música por nuestro José Baldomir, cuando recuerdo el amor que Alberto Zedda, verdadero ciudadano del mundo, mostró por dos ciudades, pequeñas por demografía, pero muy grandes por su dimensión musical. Él había nacido en una gran urbe italiana, en Milán, pero sus "dous amores" fueron Pésaro y A Coruña. A una y a otra las convirtió en verdaderos referentes de la obra de Gioacchino Rossini. Mucho más Pésaro, desde luego; al fin, fue el lugar de nacimiento del compositor. Pero tras ella, ni Nueva York ni Londres ni París ni Madrid, ni siquiera Milán; la nuestra, esta Coruña que recorría caminando, sobre todo por su fachada marítima, admirando su belleza; o contemplaba desde su casa de Juan Flórez los bellos crepúsculos que en tantas ocasiones nos ofrece nuestro clima, variable y benigno, y que a veces hasta parecen decorados teatrales

Era un gran propagandista de la actividad musical de la ciudad. Gracias a él, vinieron a A Coruña los más importantes artistas líricos, directores de orquesta y directores de escena. Pero él se restaba mérito y decía que era la urbe con su extraordinaria definición musical, la que hacía posible que viniesen hasta aquí, a nuestro Finisterre, esas primerísimas figuras. Al Festival de Ópera, con el que colaboró de manera incondicional. Y al Festival Mozart, que llegó a dirigir durante algunos años en unión de su esposa, nuestra ilustre conciudadana, Cristina Vázquez. Zedda admiraba al público coruñés del que decía que era "capaz de entenderlo todo".

Alberto Zedda supo poner en valor los recursos musicales de la ciudad. Para empezar, reconoció la alta calidad de nuestra Orquesta Sinfónica de Galicia y consiguió que fuese contratada por el festival de Pésaro, donde actuó como orquesta residente entre los años 2003 a 2005. La dirigió además aquí en conciertos sinfónicos y en óperas. Algunas, inolvidables: Guillermo Tell, Ermione, Falstaff... Pero tal vez lo que más asombro producía era su entusiasmo de juvenil octogenario para dirigir repetidas veces a la Orquesta Joven de la Sinfónica de Galicia. De hecho, tenía previsto volver a ponerse al frente de ella el día 16 del próximo mes de abril con un programa que incluía obras de Brahms, Richard Strauss y Shostakovich. Nada menos. Pero, ¿cómo asombrarse de semejante repertorio si el pasado año había hecho con estos muchachos la difícil Sinfonía número 1 de Bruckner? Recuerdo que entonces hube de comentar su admirable capacidad taumatúrgica para convertir a un grupo de jóvenes estudiantes gallegos en una gran orquesta sinfónica.

Otra admirable actividad, un verdadero regalo que quiso hacernos a los coruñeses, fue la creación, dentro del Festival Lírico, de un curso de interpretación vocal que llegó a conocer hasta tres ediciones; y si no llegó a la cuarta, la que hubiera correspondido a este año, fue debido sin duda al inesperado fallecimiento del maestro. Los que tuvimos la fortuna de asistir a sus clases magistrales, incluso como simples oyentes, y cuantos recibieron sus enseñanzas quedamos admirados por la extraordinaria capacidad de magisterio, por sus inmensos conocimientos y por la intensidad con que expresaba sus emociones y sus criterios para extraer de los discípulos sus mejores cualidades y extirpar sus defectos, incluso los más arraigados. Cuando al final del curso, los estudiantes organizaban un concierto público, la transformación que se había operado en ellos en cuanto al modo de interpretar las obras era en verdad asombrosa. Otro milagro, como el de la Orquesta Joven.

Quisiera concluir estas líneas apresuradas y tal vez, debido al recuerdo emocionado, un tanto improvisadas, recordando que Alberto Zedda fue un gran músico; pero también mucho más que un gran músico: un verdadero homo universalis. Nada de cuanto se refería al teatro, a la literatura y a la filosofía le era ajeno. En algunos programas del Festival Mozart, escribió verdaderas monografías, de eminente calidad intelectual, conteniendo admirables reflexiones filosóficas sobre diversos aspectos de la música.

Y he de recordar aquí a su mujer, la dama coruñesa Cristina Vázquez, persona de extraordinaria valía, que supo ser, no solo su esposa, sino también un apoyo incondicional para este gran maestro que fue Alberto Zedda. Nuestro insigne conciudadano. Esta ciudad tiene una indudable deuda con él. Nombrarlo hijo adoptivo de A Coruña es tanto un merecido tributo a su memoria como una honra para nuestra urbe. Y dedicarle una calle, hacer que las futuras generaciones recuerden siempre al gran músico y al gran hombre que tanto amó a esta ciudad.