Edurne Portela regresa al País Vasco de la década de los 80 con Mejor la ausencia, su primera novela. La obra, que presentaba ayer en Moito Conto, narra el crecimiento de Amaia en la realidad turbia de aquellos años, marcados por ETA, la heroína y la violencia de género.

- Continúa con el tema de la violencia en el País Vasco de su ensayo El eco de los disparos , ¿le quedaban cuentas pendientes?

-Sí. Cuando acabé de escribir El eco de los disparos, me dio la sensación de que eso que había iniciado daba para más. Decidí seguir con la ficción, que me permitió acceder a las zonas que más opacas del comportamiento humano y los sentimientos. Fue una herramienta muy interesante para explorar un tema que me preocupa mucho: la violencia en todas sus vertientes.

- Es un relato incómodo, que mucha gente prefiere olvidar.

-Es un relato incómodo porque remueve muchas heridas y nos pone ante un pasado en el que todos hemos estado involucrados como sociedad. Yo entiendo que es una novela dura, pero creo que aquellos que hemos vivido esta historia tenemos que abordarla, porque somos la memoria viva de estas décadas. Al final es algo que como sociedad vamos a tener que hacer. Y no solo en Euskadi. Este es un ejercicio que se debería dar también fuera, porque nos ha marcado a todos.

- Su protagonista, Amaia, cuenta lo que significó para ella crecer en la sociedad vasca de los 80. ¿Qué significó para usted?

-Mi generación vivió la niñez y adolescencia en un ambiente en el que la violencia estaba totalmente normalizada. Eso influyó mucho en nuestra forma de ver el mundo, de concebir la política? Ahora, desde la distancia? Vernos como sujetos de esa historia puede ser hasta desconcertante. Decir: "¡Es que vivíamos así!".

- Usted quería explorar esas huellas que deja la violencia.

-Sí, y no solo la violencia del conflicto, también la socioeconómica. Toda la margen izquierda del Nervión, de donde vengo, lo relaciono con lo que pudo pasar aquí en Galicia, cuando empezó el proceso de desindustrialización. Las relaciones familiares se vieron afectadas por el paro, por una generación de jóvenes desarraigada y sin futuro. Está también todo lo que conllevó la incursión de la heroína en nuestros pueblos. A veces pensamos en los tipos de violencia como si fueran independientes unos de otros, pero están todos muy relacionados y al final afectan también de forma interrelacionada a las personas.

- ¿Ha pasado página la sociedad vasca?

-Pasar página es muy relativo. Yo creo que a parte de las fuerzas políticas sí que les conviene pasar página rápidamente, porque es un pasado en el que muchos tienen relatos bastante oscuros. Como sociedad ha habido unos años en los que se ha intentado respirar y olvidar ese pasado cercano que es tan doloroso. Pero me llegan signos de que ahora estamos mucho más dispuestos a encararlo y no pretender que no lo hemos vivido.

- ¿Qué papel juegan novelas como la suya a la hora de desterrar esa sombra del terrorismo?

-Me resulta difícil saber si la novela tiene ese poder. A mí me encantaría que pudiera contribuir a hacernos más conscientes de lo que vivimos y a dar alguna herramienta a los lectores para poder hacer su propio ejercicio de responsabilidad frente a ese pasado. Creo que hay que romper con muchos estereotipos y con muchas interpretaciones simples de esa historia.

- Usted huye de ellas, sus personajes tienen muchos claroscuros.

-Cuando polarizas te quedas en la superficie. Y al final reduces a ese que consideras un enemigo a una caricatura. Las estructuras maniqueas lo que hacen es permitirnos el camino más fácil, que es el de la demonización del otro.

- Dice que su novela tiene más preguntas que respuestas. ¿Cuál lanzaría a quiénes recojan el testigo de construir el relato de aquellos años turbios?

-¡Eso es tan personal?! La mía es cómo la violencia tiene un impacto en nuestra formación como personas, pero cada escritor tiene las suyas. Yo animaría a no dejarse caer en relatos de buenos y malos. Son muy fáciles de construir y consumir, pero no nos van a permitir avanzar en el tipo de reflexión que tenemos que hacer.