Lo que iba a ser un acto musical con fragmentos orquestales de Wagner y el Concierto para violín, de Alban Berg, se convirtió en un monográfico del alemán, debido al problema de salud de Chestiglazov. Esperamos que se mejore pronto y pueda tocar con la OSG un concierto de violín (el de Berg u otro, porque hay un extenso repertorio) ya que el ruso es un excelente intérprete. En el programa reconvertido, se mantuvieron los fragmentos de Tristán, de Parsifal y de El ocaso de los dioses y se añadieron el preludio de Los Maestros Cantores y la Cabalgata de las walkyrias. Es probable que las piezas de sustitución no pudiesen prepararse con tiempo suficiente; porque lo cierto es que el preludio de Maestros cantores, además de excesivamente ruidoso, resultó confuso por afloramiento de motivos secundarios (por ejemplo, algunos muy evidentes de las trompas). Tampoco estuvo al nivel de excelencia acostumbrado la cabalgata de las walkyrias: precipitada e igualmente con problemas en la jerarquización de los planos sonoros. Lo mejor de la primera parte fue el Tristán, aunque Pons hizo un despliegue de gestos y movimientos que parecieron un poco desmesurados e innecesarios. Hubo mejoría en la segunda parte, con un notable preludio de Parsifal, cuyo reiterado juego de volúmenes resultó de buen efecto; fue el momento más acertado del concierto. Y, en general, bien los tres fragmentos de El ocaso de los dioses. El público aplaudió con generosidad. Y la generosidad es siempre una virtud. Pero aquí hemos escuchado -además de una soberbia Tertralogía completa- otras interpretaciones muy superiores de la música de Wagner.