El triunfo del belga Geoffrey Enthoven y del francés Robert Guédiguian, Espiga de Oro y de Plata de la 56 Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci), ha reforzado las señas de identidad de un certamen que siempre se ha distinguido por el realismo social, el compromiso y los valores humanos.

Ambos premiados simbolizan también el afán de la Seminci, desde su origen, de conjugar la presencia de cineastas consagrados, caso de Guédiguian, con la promoción de jóvenes valores que dan sus primeros pasos y precisan de un impulso, como ha ocurrido con Enthoven después de su tercera comparecencia en Valladolid.

Hasta la vista, la cinta ganadora, cerró ayer mismo las proyecciones a concurso del festival, en cuyo palmarés figura también la joven española Paula Ortiz -galardonada con el Premio Pilar Miró al Mejor Nuevo Director (De tu ventana a la mía)-, y sorprende la ausencia del italiano Nanni Moretti, que abrió el festival con Habemus Papam, protagonizada por Michel Piccoli.

Han ganado las dos mejores películas del festival, como demuestra la unánime aceptación de la crítica y del público asistente a ambas proyecciones, y como ha rubricado, no sólo el jurado internacional, sino también el de la Juventud, que también ha distinguido Hasta la vista, de Enthoven, y el del Público, que ha premiado a Las nieves del Kilimanjaro, de Guédiguian. La primera narra los avatares de tres jóvenes minusválidos físicos, uno casi ciego y los otros postrados en una silla de ruedas, que, a espaldas de sus padres, deciden escaparse a España en un viaje de amistad para iniciarse en el sexo, que al final se convierte en un encuentro de cada uno consigo mismo y entre ellos.

"Es una película muy realista, que habla del deseo y de la amistad. Habla de la crueldad de la vida, que es muy dura cuando parece que todo lo tienes en contra, pero también de las posibilidades que ofrece y de la oportunidad de disfrutarla", explicó Enthoven a los informadores tras conocer el fallo. Guédiguian, viejo cómplice del festival de Valladolid, que ganó en 2000 con La ciudad está tranquila, era una de las apuestas seguras de la organización para sostener una edición mermada por la crisis económica no sólo en su programación sino en su estructura.

El realizador marsellés, de padre armenio y madre alemana, ambienta en el barrio portuario de su Marsella natal un filme que transita entre la comedia y el drama, y que por momentos se asoma al abismo de la tragedia.