Pocos se acordarán a estas alturas de los anuncios en blanco y negro de las acciones de Telefónica con José López Vázquez dando la cara y recomendado al españolito de a pie que invirtiese sus ahorros en la empresa-bandera de las telecomunicaciones españolas; vamos, que comprase matildes. Servidor nunca ha sido dueño de ninguna de ellas ni de sus semejantes, siempre me pareció que era comprar papelitos y así me va; el desarrollismo franquista fomentaba la ilusión de que el dueño de las acciones era el dueño de la empresa, sin dejar claro que importaba la cantidad y la calidad.

Pero aquel engañabobos lograba captar el calcetín del trabajador ahorrador, del comerciante de barrio al que le iba bien, del miniempresario sin ideas para ampliar su negocio, todos buscando en el mercado de la Bolsa una estabilidad y unos beneficios mayores, ya que ni la economía productiva se los proporcionaba y los depósitos bancarios al uso, tampoco. No se puede comparar a la ruleta, pero riesgo sí había.

Hoy esas pequeñas porciones de tarta siguen existiendo y, si hablamos de tartas suculentas, las que solían dar pingüe beneficio, siguen repartiendo sin freno, aunque ello lleve a adelgazar plantilla, a privatizar sin que el Estado conserve el control de sectores estratégicos.

Aquí la estadística vale para todo y , si queremos saber cómo vamos en esto del crecimiento, pillamos los resultados de las empresas a las que más les cunde y hacemos la media, algo así como los 40 principales del mogollón económico, los que parten el bacalao. Teóricamente si a ellos les va bien a todos tendría que irnos bien; pero va a ser que no es así.

Recientemente se ha publicado un sesudo estudio sobre cómo les fue a las juntas de accionistas desde 2007 a 2011, aunque no se lo crean, hay enanos infiltrados en muchos de esos consejos de administración y hay entidades de responsabilidad social corporativa que controlan, como el CWC (Committe on workers capital), la red de inversores socialmente responsable Euresactiv y el Instituto Euresa, que nutren de contenido el proyecto Global Proxy Review del CWC (2012) y gracias a sus aportaciones, comprobamos que los beneficios de las grandes empresas de referencia pueden descender, pero las retribuciones de las matildes aumentan; pero, ojo, los accionistas que usted conoce de la cola de charcutería si están bien forrados pueden sacar para el seguro del coche o un capricho en las vacaciones, declarando todos los beneficios a Hacienda. ¿Qué pasa de ahí hacia arriba? Muy fácil y muy descarado, cada directivo cobra según su paquete de acciones, pero además, por haber colaborado a que su empresa haya sufrido pérdidas y haya bajado el empleo, sus retribuciones suben como la espuma. Es decir, que la empresa gana menos, pero los dueños siguen ganando más y lo paga el de abajo, el currito.

La crisis afecta a todos, pero a la mayoría, más; las desigualdades se transforman en trincheras, en fosos de cocodrilos y a buen recaudo tras las murallas siguen los gerifaltes de antaño y los tiburones de hogaño que a penas dejan el 29% de los beneficios de sus empresas para investigación e inversión y que, aunque tengas el riñón bien cubierto, siempre hay quien supere; si eres el que gobierna la manija, te subes el sueldo a tu antojo untando bien a los que tienen que votar, así el consejero de una sociedad de esas se sube el sueldo un 6,5% , por no hablar de las diferencias medias entre los salarios de ejecutivos, consejeros, trabajadores y despedidos; es porno duro.

A nosotros nos entretienen matildes y con las aventuras de Bárcenas, Díaz Ferrán y otras hierbas, pero hasta los modélicos empresarios y gestores tienen algo que ocultar.