A un mes de las elecciones la política se ha puesto más que seria, grave, revestida de esa gravedad que, con meridiana claridad, marca distancias con esa otra política liviana y llena de menudencias que ha ocupado tantas veces el mayor espacio de nuestro debate público. El balance de la economía al final de una legislatura extremadamente complicada, la estabilidad política ante la tensión territorial por el independentismo en Cataluña, la fragilidad de la UE ante los retos económicos, políticos y migratorios y la súbita reaparición del terrorismo yihadista, realidad y amenaza, son cuatro asuntos graves de los que exigen un liderazgo responsable, no importa si simpático o aburrido, firme en sus convicciones y compromisos, y experimentado, no importa si brillante u ocurrente, en la toma de decisiones. Cuatro asuntos que deberían dominar la próxima campaña electoral y ocupar la reflexión de los españoles al depositar su voto el 20 de diciembre.

Nuestra economía presenta signos evidentes de mejoría aunque está lejos de haber asegurado el futuro. Lo dicen los especialistas que avisan de que nada será como antes, ni el ladrillo, ni el fraude generalizado de grandes y pequeños, ni la baja productividad, ni el gasto social sin ingresos que lo respalden. Queda mucho pero mirando a Grecia es importante recordar quiénes aclamaban a Tsipras y pedían una España contra el euro y contra la troika. En los últimos días el independentismo catalán hace aguas y el Estado comparece con toda su solidez y determinación para tranquilidad de la inmensa mayoría y de las cancillerías europeas. La estabilidad política es el presupuesto para reconsiderar el futuro de las comunidades autónomas sin empeñarse en ocurrencias y adanismos. ¡Qué inmenso el ridículo de Iglesias ayer renunciando pretencioso a la apertura de un proceso constituyente y optando por la reforma constitucional sin saber qué reformar! Lo propone sin papeles, acaso porque su experto fallido no le pasó los apuntes ya que prefería simplemente hacer saltar por los aires la Constitución. ¡Qué giros da Iglesias mientras se deshace de Podemos! Otros, convencidos de que en la reforma está la clave de todo, siguen con sus propuestas mientras pierden votos a caño, allá ellos. La fragilidad de la UE se pone de manifiesto ante las adversidades económicas de estos últimos años y ante la reciente y caótica llegada de miles de sirios. El antieuropeísmo entre nosotros no viste, afortunadamente, con la brutalidad del discurso hipernacionalista y xenófobo, sino con una retórica revolucionaria, antiestatal y anticapitalista que reclama solo derechos de individuos y pueblos, pero que es igualmente antiguo y estéril. España debe redoblar su apuesta europea para estar con el grupo de cabeza a las duras y a las maduras, y eso requiere un Estado sólido con dirigentes de convicciones firmes y leales a los compromisos. Finalmente la comparecencia y la amenaza real del yihadismo pide un refuerzo de la identidad europea que es identificación con los valores, las libertades, las instituciones y los modos de organización que han hecho posible la consolidación de la más confortable región del mundo. Quienes se avergüenzan de ello no deben gobernarnos.

La cuestión es decidir quién va a gobernar España los próximos cuatro años y, además de Bárcenas, Franco, el Senado, el derecho a decidir o el Toro de la Vega, cosas como las de más arriba deberían tenerse en cuenta al ir a votar.