Manuel Isorna es técnico de prevención de drogodependencias y conductas adictivas. Con dos décadas de trabajo en este campo a sus espaldas, preside el comité organizador de este pionero congreso. Aboga por prohibir la publicidad falsa sobre los beneficios terapéuticos de la droga, y alerta de que actualmente los adolescentes tienen el cannabis al alcance de su mano.

-¿Habría que prohibir la apología del consumo del cannabis, del mismo modo que se prohíbe la apología de la violencia o el odio?

-No se trata de eso, sino de prohibir la publicidad engañosa. Ahora por fin hemos conseguido que se prohiba la publicidad del tabaco, que le decía a los jóvenes que fumando iban a parecer mayores, y que no pasaba nada. Y sin embargo permitimos la publicidad engañosa del cannabis. En la web aún puedes encontrar multitud de anuncios en los que se dice que cura el cáncer, cuando la realidad de los datos científicos es que no cura absolutamente nada. Es toda una fantasía. Esa publicidad engañosa sí que tendría que estar prohibida.

-¿La contracultura ejerce el mismo poder seductor hacia el cannabis que un actor famoso con un cigarrillo en la boca hacia el tabaco?

-Hay tres grandes culpables de los mitos y creencias que circulan en torno al cannabis. Por un lado, está cierta prensa escrita, como son las revistas dirigidas a los consumidores. En segundo lugar, las páginas de internet donde se comercializan estos productos. Y en tercero, las ferias y los grow-shops, donde tienen remedios para cualquier enfermedad imaginable. Parece mentira que la gente siga creyéndose esas cosas en pleno siglo XXI.

-Existe la percepción social de que el tabaco hace más daño a la salud que el hachís o la marihuana. ¿Es cierto?

-No, es algo totalmente falso. Como mínimo, el cannabis es tan perjudicial como el tabaco. Y en algunas de las comunicaciones de este congreso se ha apuntado que dependiendo de determinados factores genéticos, el riesgo de que se desencadenen brotes psicóticos o de esquizofrenia se multiplica por siete en determinados individuos.

-¿Está preparada la sociedad española para una eventual legalización del hachís para usos recreativos?

-En el fondo, el consumo en espacios públicos está entre comillas legalizado. Basta con acercarse una noche de sábado cualquiera a un sitio donde se esté haciendo botellón, y se comprobará que alguien está fumando hachís. Y sin embargo, es muy poco probable que vaya allí la Policía o la Guardia Civil. El consumo no está regularizado, pero la prohibición de tomar esta droga en espacios públicos no se cumple. La prohibición en España es muy laxa, como sucede con el alcohol. Las leyes son orientativas.

-¿Qué está haciendo mal la sociedad para que haya tantos adolescentes que toman esta droga a edades tan tempranas?

-Fallan muchas cosas, empezando por las familias. Porque del mismo modo que unos padres no pueden permitir que sus hijos no vayan al colegio, tampoco deberían permitir que un menor de 14 años esté en la calle a las cuatro de la madrugada. Eso en Islandia significaría una multa para los padres. Está demostrado que la hora de llegada a casa del menor es determinante en el consumo. En este sentido, hay una dejadez de funciones por parte de las familias. En segundo lugar, si la Fiscalía sabe que se va a cometer un delito tiene que actuar, pero en este caso no lo hace. Si se sabe que esta noche (por la de ayer) va a haber botellones donde los menores de edad consumirán alcohol y cannabis, tendría que actuar, del mismo modo que se actuó el 1 de octubre en Cataluña para evitar un delito. Y falla la educación. Se sabe que el consumo de cannabis tiene una relación directa con el fracaso escolar, pero en este congreso de Catoira, de medio centenar de asistentes, solo hay tres profesores. Falla todo.

- ¿Fue un error histórico clasificar la marihuana o el hachís como droga blanda, para diferenciarlas de la cocaína o la heroína?

-Por supuesto. Eso fue un copia y pega del Código Penal holandés que ha propiciado que la gente se quedase con la percepción de que son más peligrosas las llamadas duras. La realidad es que todos sabemos lo peligrosos que son también el tabaco y el alcohol.

-A menudo se ensalzan los modelos d e países como Holanda o Uruguay, donde se avanzó hacia la legalización plena. ¿Funciona la apuesta de estos Estados?

-En Holanda, hoy en día, consumir en la calle supone exponerse a una multa de 50 euros y para poder fumar en los coffee shop hay que ser residente. Este país fue pionero en la legalización en los años 90 y, sin embargo, ahora ha tenido que ir hacia atrás. En Alemania lo puede recetar un médico si los demás medicamentos que existen para determinada dolencia no son eficaces, y el paciente va a la farmacia a comprar allí su bolsita. Pero al final, son muchos los consumidores que terminan de nuevo en el mercado negro porque demandan un producto con una mayor concentración de THC (componente que causa los principales efectos psicoactivos de la droga). En EEUU, hay muchos Estados donde el cannabis es legal, pero a cambio el individuo ha de hacerse responsable de sus actos.