Una parte de esos 800 años de historia de la ciudad que el Concello conmemora mediante exposiciones ya la mostraron unas excavadoras en junio del año pasado cuando se toparon con una muralla del siglo XVIII que pone en peligro la viabilidad de un aparcamiento subterráneo en O Parrote. Mapas, postales y fotografías antiguas de A Coruña demuestran que esta estructura defensiva no ha aparecido por sorpresa sino que es un vestigio arqueológico que sólo ocultaban unos metros de tierra y algo de hormigón.

En 2001 aparecieron restos de una muralla del siglo XVII al iniciar la obra de un aparcamiento en la zona de A Maestranza, junto a la Hípica. La Xunta consideró que carecían de valor y autorizó que fuesen sepultados. Y hace más años también se permitió soterrar los restos aparecidos al construir el aparcamiento de María Pita.

Patrimonio ahora obliga a mantener las murallas de O Parrote y en su ubicación actual, así que los técnicos del Puerto y la adjudicataria de la obra buscan una solución que permita compatibilizar la conservación de este hallazgo y la actividad empresarial de construcción y gestión de un parking que ya tiene muchas de sus plazas vendidas.

La conservación de las murallas supondría reducir plazas de aparcamiento hasta el punto de no resultar rentable su ejecución. En muchas ciudades de España sin embargo han aparecido restos arqueológicos al construir aparcamientos bajo tierra y en la mayor parte de los casos se optó por integrarlos en la infraestructura. El pasado de la ciudad emerge cada vez que se excava un poco pero también existe en la superficie, en tramos de muros de distintas épocas y en mejor o peor estado de conservación. Y no es una única muralla.

En la Edad Media existía la Ciudad Vieja o Ciudad Alta -donde estaba el centro administrativo y los mejores edificios, el ejército y la nobleza- y Pescadería -en la parte más estrecha de la península, donde residían marineros, mercaderes y soldados-. En las afueras existía una aldea, Santa Lucía.

La Ciudad Vieja, con casas apiñadas y porticadas, estaba rodeada por una muralla de mampostería, piedra y barro, estrecha y alta, que discurría por A Maestranza, el jardín de San Carlos, el Paseo de O Parrote, Puerta Real, la calle Nuestra Señora del Rosario, Puerta de Aires y La Estrada. Con el tiempo se fue ampliando para incluir edificios que estaban fuera de la muralla, como el convento de San Francisco y el de Santo Domingo.

La muralla estaba flanqueada por 17 torreones y una fortaleza, ubicada donde hoy se encuentra el Jardín de San Carlos, y que al principio estaba fuera del recinto. A lo largo de los años las murallas registraron rectificaciones o cambios de puertas. Inicialmente había cuatro: Aires, de la Torre, San Francisco y Parrote; que luego se ampliaron con la del Clavo y de San Miguel.

La Pescadería, desde Puerta Real hasta Juana de Vega hoy en día, sólo tenía una muralla sencilla con dos puertas y dos baluartes, uno en las cercanías del Orzán -que terminaba en espigón-, el Caramanchón; y otro a la altura de la actual Delegación del Gobierno, el de Malvecín. Sir Francis Drake atacó la ciudad en 1589 y arrasó Pescadería -por sus zonas abiertas, el Orzán y el puerto- quedando casas y templos destruidos.

La Ciudad Vieja resistió, según los historiadores más por el valor de algunos de sus habitantes, como María Pita, que por la calidad de las fortificaciones. Tras el asedio inglés se reparó la muralla de Pescadería y, tras la petición del Consejo coruñés al rey Felipe II, comenzaron los planes de mejora de las defensas con la sucesiva llegada de ingenieros extranjeros, el primero Tiburcio Spanochi que elaboró cuatro proyectos pero sólo se empezó el primero y no se inició hasta el siglo XVII. Comenzó entonces la construcción de la segunda muralla o contraguardia.

Antes, en el siglo XVI, el capitán general de Galicia Diego de las Mariñas había continuado con las fortificaciones en la muralla desde San Carlos hasta el Campo de la Estrada, hasta llegar al mar. De esta época, entre 1594 y 1596, es la muralla que bordea La Solana. Detrás del hospital Abente y Lago también se conserva, restaurada, esta línea defensiva. Spanochi proyectó un medio baluarte delante de Puerta Real y otro cerca de Puerta de Aires y A Maestranza, además de uno más pequeño donde está hoy la plaza de Santa Bárbara.

El municipio se encargó de costear las defensas y reparaciones de las fortificaciones de la ciudad hasta que se produjo la instalación en A Coruña de la Real Audiencia y Capitanía General. En ese momento la ciudad pasó a ser un lugar estratégico para la monarquía y era imprescindible protegerla de ataques exteriores. Felipe II constituyó A Coruña como llave y guarda del Reino de Galicia y también así comenzó la militarización de la ciudad, según el historiador y presidente de la Real Academia Galega, Xosé Ramón Barreiro.

En 1658 explotó el polvorín de la fortaleza, donde hoy se ubica el Jardín de San Carlos, y murieron más de 200 personas, además de quedar destruidas muchas casas, parte de la muralla y del convento de San Francisco y dos capillas. Esta fortaleza fue reedificada y tras unos años de abandono, en 1834 el entonces gobernador coruñés proyectó convertirla en jardín.

Tras Spanochi llegó el ingeniero Francisco de Montaigu, quien entre otras actuaciones fue el primero en proyectar el relleno del arenal del puerto como ensanche de la ciudad para asegurar un racional crecimiento de la población y evitar sucesos como el de 1684, cuando debido a un fuerte temporal se unieron las augas del puerto y del Orzán y se inundaron muchas calles. Montaigu se encontró en la ciudad, a mediados de 1700, con un sistema de castillos pequeños, baterías, trincheras y murallas de no muy buena calidad, además de los castillos de San Antón y el de San Diego en Oza. Preparó varios proyectos para reforzar la muralla de Pescadería, hoy Juana de Vega, y de la Ciudad Vieja, con varias contraguardias. Planteó baluartes, fosos y caminos cubiertos, defensas en forma de tenaza y media luna.

Cuando se derribaron

las murallas que

había en Juana de Vega

también se pensó en

demoler San Antón

Las obras duraban años, tenían retrasos, cambiaban las tácticas militares, se empezaban actuaciones y luego se paraban o acudían otros ingenieros, como Vergel y La Ferriere, Cermeño y Llovet, tal y como relata el catedrático José Ramón Soraluce en el libro de referencia Castillos y fortificaciones de Galicia.

El derribo de las murallas de la Ciudad Vieja comenzó en 1840 por una Real Orden. El primer tramo en caer fue el existente en la actual calle Nuestra Señora del Rosario.

El objetivo era unir la parte alta con la Pescadería y que no quedase aislada. Una real orden de 1868 dispuso también el derribo del frente de tierra de Pescadería, el ubicado en Juana de Vega, que se inició al año siguiente. La Junta de Gobierno de A Coruña quería demoler también el Castillo de San Antón, pero finalmente no se realizó. Esta actuación permitió explanar la zona hasta el Orzán y en 1876 se realizó el trazado actual de estas calle sobre el solar de la muralla. Las actas municipales de la época defendían que con este derribo se contribuiría a "embellecer" la ciudad. El espacio vacío dejado tras el derribo de la muralla en el Rosario se aprovechó para diseñar la plaza de María Pita.

El plan de Montaigu de rellenar el puerto para construir el primer ensanche de Galicia se inició también gracias a estas demoliciones: los restos de murallas y baluartes se utilizaron para hacer posible la reestructuración del puerto y lo que hoy en día es La Marina y los Jardines de Méndez Núñez.

Conservación de las murallas

El director del Museo Arqueológico de A Coruña, José María Bello, considera que ya no es "hora de opinar" respecto a la conservación de las murallas de O Parrote, tras la decisión de la Xunta de que se deben mantener en su ubicación y preservar. "Hay que tener confianza en las instituciones. Al final la decisión es política", añade.

Bello resalta que hace quince o veinte años no existía la sensibilidad que hay actualmente respecto a los hallazgos arqueológicos, aunque opina que a veces se "sacralizan" determinados vestigios por el simple hecho de ser antiguos.

Este arqueólogo también evalúa el estado general de las murallas que rodean la ciudad. "Están en un estado de salud más que suficiente. No están perfectamente cuidadas, pero no peligran estructuralmente. Hay zonas en que están llenas de plantas, como detrás del hospital y que habría que eliminar. Aunque ahora ya le va haciendo falta una limpieza", explica Bello, quien destaca que su mayor "duda" es "el criterio de prioridades que se sigue a la hora de decidir qué vestigios se conservan, pues no todos tienen el mismo interés".